"¿Que tal a medianoche?"

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CAPITULO 2

Nicholas contemplaba incrédulo el diario de tapas color rojo burdeos, lleno de toda clase de fantasías íntimas, sorprendido de que algo tan personal y revelador hubiera llegado a parar a sus manos... en el mercadillo que solían organizar los vecinos del complejo de apartamentos en el jardín central.
En cuclillas delante de una caja llena de libros de cocina y novelas de amor, de espaldas a los demás residentes que curioseaban el resto de los objetos puestos en venta, abrió el diario. El nombre de Sophia Morin estaba escrito en la portada, junto con una fecha de sólo tres años de antigüedad. Aspiró profundamente y, cediendo a la curiosidad, empezó a leerlo. La primera entrada decía así:

La espera había terminado.
Salió de las sombras para acercarse a la orilla del estanque donde ella estaba nadando, con la luz de la luna recortando su silueta alta y esbelta. Era todo lo que había soñado en un hombre. Una mezcla de malicia y sensualidad que quitaba el aliento.
Gloriosamente desnudo, se metió en el agua fresca y empezó a bucear. El corazón se le aceleró mientras lo esperaba. Emergió muy cerca de ella. Su oscuro magnetismo la cautivaba y fascinaba, sin inspirarle temor alguno.
-¿Qué estás haciendo aquí? -susurró.
-Me has invitado, ¿recuerdas?
Sí, ella lo había invitado. Muchas veces. Sólo que nunca había esperado que fuera.
-Eres una fantasía. Nada más.
-Tú me creaste, Sophia -le tendió la mano-. Nademos juntos.
Consciente de que conservaba el completo control sobre aquella fantasía suya, aceptó su mano. El contacto de su piel desnuda resultaba maravillosamente excitante. Sintió un delicioso cosquilleo en los senos en el instante en que rozaron su duro pecho. Un fuego líquido comenzaba a acumularse en su bajo vientre.
-Ahora cierra los ojos... Y siente -le dijo él al oído.
Ahogando un gemido de placer, sucumbió a la caricia de sus manos, a la sensación de sus labios en su cuello, descendiendo cada vez más. Anhelaba liberarse de sus inhibiciones. De sus reservas. Y con él sabía que no las habría...

Atravesado por una punzada de deseo, Nicholas cerró el libro. Una sonrisa asomó lentamente a sus labios. La presencia de un diario cargado de fantasías íntimas en un mercadillo de objetos usados sólo podía explicarse por un descuido de Sophia. Un descuido del que estaba decidido a aprovecharse. Lo que en aquel momento tenía en sus manos era una verdadera ventana abierta al interior de Sophia Morin, la mujer que tanto se esforzaba por ocultar el fuego y pasión que, con toda seguridad, latía bajo aquella apariencia. No, Sophia no había conseguido engañarlo, y ahora tenía la prueba de ello. Por fin, conocía su secreto.
Volvió a guardar el libro en la caja, puso unos cuantos encima y miró de reojo a Sophia. Su relación había comenzado como un simple flirteo debido a un equívoco del cartero, para convertirse en una recíproca atracción que ella se empeñaba en seguir negando. Para Nicholas,en cambio había derivado en una verdadera obsesión. Ahora, sin embargo, empezaba a tener esperanzas.
Tras atender a una de las vecinas, Sophia se puso a charlar con una joven madre, rubia, que llevaba un bebé en brazos. Los rayos de sol que penetraban a través de los árboles dibujaban un halo dorado en torno a su larga melena. Llevaba una camiseta fucsia que le dejaba el ombligo al descubierto y unos pantalones cortos azul turquesa que enfatizaban sus largas y bronceadas piernas.
Justo en aquel instante la madre señaló a Nicholas con el dedo y Sophia se volvió para mirarlo. Un brillo de sorpresa asomó inmediatamente a sus ojos azules. Le dijo algo a la otra mujer y arqueó una ceja, como preguntándose qué diablos andaba haciendo allí.
Nada más entrar en el mercadillo, su primera intención había sido entregarle otra de las cartas que el cartero había dejado por error en su buzón. Pero en aquel momento había estado demasiado ocupada negociando con un vecino el precio de una estantería, de modo que tuvo que esperar turno. Para distraerse, se puso a curiosear en una caja de libros... donde realizó su gran descubrimiento.
Cargando con la caja bajo el brazo, se acercó hacia ellas.
-Dime que no piensas mudarte de casa... -fue lo primero que le dijo, señalando todos los muebles que había puesto en venta-... o me romperás el corazón.
-No. Me quedo con todas las cosas nuevas y me deshago de las viejas -explicó, bajando la mirada a la caja llena de libros-. Estoy redecorando mi casa.
-Me alegro. ¿Cuánto quieres por estos libros?
Sophia miró la caja, con las novelas de amor y textos de cocina asomando por entre las solapas, y frunció el ceño. Obviamente le sorprendía su selección de lecturas.
-¿Quieres llevarte la caja entera?
Nicholas era consciente de que no podía sacar el diario delante de ella y esperar que se lo vendiera.
-Bueno, a mi tía le gustan las novelas de amor y a mí me encanta cocinar -le explicó, escamoteándole el pequeño detalle de que su tía abuela vivía en Detroit, bastante lejos de California, y que veía menos que un murciélago.
Sophia se puso a rebuscar en los libros. Nicholas resistió el impulso de apartarse, esperando que el diario rojo burdeos consiguiera pasar desapercibido.
-¿No son tuyos algunos de estos títulos, Mariah?
-Casi todos son los que me dijiste que sacara de la estantería que acabas de vender. Pero yo también aproveché para deshacerme de algunos viejos libros de cocina. De esos que no he vuelto a utilizar después de casarme con Gary.
Sophia simuló un exagerado estremecimiento:
-Casi estoy dispuesta a pagar por librarme de ellos. Odio ese tipo de libros.
Nicholas se echó a reír, mirando a Mariah.
-No es muy buena cocinera, ¿eh?
-No a no ser que te guste indigestarte con los postres -explicó la rubia, arrugando la nariz. Acababa de extender una manta en el suelo para sentar allí a la niña.
Sophia la fulminó con la mirada, pero se notaba que se llevaban bien. De hecho, parecían grandes amigas.
-Deduzco que has tenido una experiencia de primera mano con la cocina de Sophia -comentó Nicholas, cambiándose la caja de brazo.
-Oh, desde luego. Te lo aseguro: no merece la pena arriesgar la vida de esa manera -le tendió la mano, sonriente, y procedió a presentarse-. Soy Mariah, la hermana de Sophia.
Nicholas dejó la caja a un lado y le estrechó la mano.
-Y yo Nicholas Morgan ,-precisó con una sonrisa-. Soy vecino de Sophia. Es un placer conocerte -bajó la mirada al bebé, que desde la manta lo estaba mirando con los mismos ojos azules que su madre-. Supongo que esta princesa debe de ser tuya...
-Sí, es mi hija, Kayla.
Poniéndose en cuclillas para estar a su nivel, Nicholas cedió el impulso de acariciar los rizos dorados que enmarcaban su rostro angelical. Con un rizo entre los dedos, aspiró el aroma a talco de bebé. Se había olvidado del dulce olor de los bebés y del enternecedor efecto de sus sonrisas. Habían transcurrido bastantes años... diecisiete para ser exactos.
El sutil anhelo que lo asaltó no pudo menos que sorprenderlo. Y le hizo arrepentirse, por un fugaz instante, de las elecciones que había hecho en el pasado.
-Hola, preciosa -murmuró con ternura, procurando no asustarla.
Kayla soltó un gritito de deleite.
-Es tan guapa como su mamá.
-Vaya, gracias -repuso Mariah, ruborizada por aquel cumplido.
-Personalmente creo que ha salido a su tía -Sophia se agachó para hacerle cosquillas-, ¿verdad, corazón?
Kayla se echó a reír, agarrando las pulseras de colores que veía brillar en la muñeca de su tía.
-¡Sí, sí...! -sonrió de oreja a oreja.
-¿Lo ves? ¡Ya te lo había dicho yo! -le dijo Sophia a su hermana.
-Lo único que ha heredado de su tía es su mal genio -replicó Mariah.
Nicholas sonrió al pensar que aquellas dos hermanas parecían compartir una maravillosa complicidad. Una complicidad que él jamás había tenido con su hermano y su hermanastra. Irguiéndose, dejó resbalar la mirada por las bien torneadas piernas de Sophia, la curva de sus caderas, la redondez de sus senos... hasta que la miró a los ojos.
-Me cuesta imaginarte enfadada y de mal genio.
Sophia se ruborizó. Antes de que pudiera decir algo, su hermana se le adelantó:
-Pues prueba a vivir con ella. Te lo aseguro: tiene un genio terrible.
Sophia puso los ojos en blanco.
-¿Qué tal diez dólares por la caja de libros? -inquirió, cambiando de tema.
-Trato hecho -Nicholas sacó su cartera de un bolsillo antes de que pudiera arrepentirse y le ofreció el dinero.
-Que disfrutes de los libros -le dijo Sophia mientras lo aceptaba.
-Oh, pienso hacerlo -hasta de la última sensual fantasía», añadió para sus adentros-. Ah... se me olvidaba -sacó el sobre que llevaba en el otro bolsillo de los tejanos-. Parece que hoy he recibido por error tu factura de la luz.
-Ésa sí que podías habértela guardado.
Nicholas hizo girar el sobre entre los dedos, como si todavía no quisiera entregárselo.
-¿Sabes una cosa? Creo que sólo hay una manera de solucionar permanentemente este problema nuestro que tenemos con el cartero.
Sophia desvió la mirada hacia su hermana para ver si estaba o no pendiente de aquella conversación. Lo estaba. Luego miró a Nicholas a los ojos: sabía que estaba a punto de flirtear. Una vez más.
-¿Cuál?
-Que ambos nos vayamos a vivir juntos - sonrió.
Sophia frunció los labios para reprimir una sonrisa y extendió una mano.
-¿No te parece que sería una solución algo... extrema?
-Sí, pero muy conveniente -tamborileó con el canto del sobre en su palma antes de volverse sonriente hacia Mariah-. Para el cartero, claro está.
-Por supuesto -repuso Mariah con un brillo malicioso en los ojos.
Sophia se aclaró la garganta, sin retirar la mano extendida.
-¿Vas a darme mi factura o no?
Nicholas le puso el sobre en la mano, pero no llegó a soltarlo. La miró fijamente a los ojos. La fantasía que acababa de leer en su diario unos minutos atrás seguía fresca en su mente, animándolo a expresar su desafío.
-¿Qué te parece si quedamos esta noche para bañarnos en la piscina a la luz de la luna?
Una expresión sobresaltada se dibujó en sus rasgos, pero sólo duró un instante. En seguida recuperó la compostura.
-Creo que a ti te sentaría mejor una ducha fría.
-Eso no lo dudes ni por un momento, Sophia-se echó a reír.
Aquella impúdica admisión la tomó desprevenida. Volvió a ruborizarse y, cuando esa vez tiró del sobre, Nicholas lo soltó. Sacarle los colores era algo que no conseguía a menudo, y supuso que se debería a la presencia de su hermana. Decidió aprovecharse de aquella ventaja.
-¿Qué tal a medianoche?
-¿Qué tal nunca? -replicó.
Nicholas bajó la mirada a su maravillosa boca, preguntándose, no por primera vez, a qué sabría.
-Bueno, por intentarlo que no quede con la duda-comentó con un ronco susurro-. Nunca sabes cuándo te van a responder que sí.
-¿Quizá en otra reencarnación?
-Bueno, si cambias de idea... -repuso mientras recogía la caja de libros-... avísame.

Fantasias PrivadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora