CAPITULO 7
De modo que le entraron ganas de demostrarle que era perfectamente capaz de estar en una misma habitación con él y mantener la necesaria distancia emocional.
Nada más entrar, se vio envuelta por los cálidos y masculinos aromas que impregnaban su apartamento. A madera. A cuero.
—¿Y bien? ¿A qué debo este placer?
La palabra resonó como una caricia, recordándole el episodio de la piscina.
—He vuelto a encontrarme con una carta tuya en el buzón.
Nicholas la tomó sin mirarla, simulando una expresión decepcionada:
—Y yo que creía que habías venido porque me echabas de menos...
—Ya sé que es un duro golpe para tu gigantesco ego —sonrió—, pero la verdad es que no he vuelto a pensar en ti.
—Vaya —se echó a reír—, entonces tendré que hacer algo para remediarlo.
Después de dejar la toalla colgada de un taburete de la barra de la cocina, Nicholas entró en el salón contiguo. Ella lo siguió, guardando las distancias y contemplando con ojo crítico de decoradora su mobiliario cómodo y sencillo a la vez.
De pie al lado del sofá de cuero color chocolate, rasgó el sobre y extrajo la carta, consciente en todo momento de su presencia. Sobre todo teniendo en cuenta que olía a aquel perfume suyo a melocotón que actuaba como un afrodisíaco. Sabía que estaba esperando a que se aprovechase del hecho de que se encontrara en su territorio: podía verlo en sus ojos, a pesar de su aparente desenvoltura. Y la pequeña tigresa que se escondía detrás estaba presta a saltar para demostrarle que no se sentía intimidada por su cercanía.
Sabía también que estaba esperando a que le mencionara el episodio de la piscina y se regodeara con la reacción que le había arrancado. Pero Nicholas no tenía intención de romper la magia de aquella noche exponiéndola bajo una luz tan cruda. Él le había regalado su fantasía, y a cambio ella lo había seducido con su ternura y vulnerabilidad. Sin duda alguna, Sophia lo excitaba sexualmente, pero su inteligencia y su frescura resultaban tanto o más estimulantes.
Cuando volvió a concentrarse en la carta y terminó de desdoblarla, media docena de fotos cayeron al suelo. Se dijo que eso le pasaba por prestar más atención a Sophia que a lo que tenía entre manos... Las fotos se habían dispersado en todas direcciones, y ella se agachó para recoger dos. Antes de entregárselas, vio que en ellas aparecía una mujer joven.
—¿Es tu hermana? —le preguntó, curiosa.
—No —sonrió ante lo equivocado de su suposición—. Es mi hija, Amanda.
—¿Tienes una hija tan mayor? -Sophia no salía de su asombro.
—Sí —bajó la mirada a aquella reciente foto de Amanda, que parecía la viva imagen de su madre, con su pelo rubio dorado, sus ojos castaños y una sonrisa destinada a romper numerosos corazones. Soltó un profundo suspiro—. Acaba de cumplir los diecisiete, está un poco loca y constantemente me está pidiendo que le compre un coche.
—No pareces tan mayor como para tener una hija de diecisiete años —insistió.
—Voy para los treinta y seis. Y tuve a Amanda con dieciocho.
—Una edad muy temprana para formar una familia...
—Y que lo digas. Por desgracia, a esa edad pensaba con cierta parte de mi anatomía que no era precisamente el cerebro. Amanda fue el resultado de una corta aventura de verano después de que me graduara en el instituto.
Sophia se acercó a una pared donde había, enmarcadas, más fotografías de Amanda.
—¿Vive con su madre?
—Sí, en Detroit —volvió a guardar las fotos y la carta en el sobre y lo dejó sobre la mesa. Le encantaba leer las cartas de su hija: estaban llenas de divertidas anécdotas sobre su vida. Con el tiempo, habían consolidado una sana amistad. Algo que, para él, era un verdadero tesoro.
—Eso está muy lejos de California.
Nicholas le dio la razón en silencio. Había veces en que sentía cada uno de los kilómetros que lo separaban de las dos familias... de las que realmente nunca había formado parte.
—De ahí es de donde soy yo, y la madre de Amanda también —se reunió con ella y le señaló una fotografía enmarcada de su hija entre dos adultos—: ésta es la madre de Amanda, Caroline, y su padrastro, Tomas.
Sophia lo miró incrédula.
—¿Has colgado una foto de tu ex esposa y su marido?
Sabía que sonaba extraño. Pero Caroline había sido una de las pocas personas que había entendido su carácter imprudente y temerario, y había intentado ponerle freno. Sólo por eso siempre le guardaría un gran cariño.
—No es mi ex esposa. Y lo cierto es que los tres nos llevamos muy bien.
Sabía que Sophia seguía sin salir de su asombro: su comentario le había sugerido que no había actuado de forma «responsable» casándose con Caroline. Pero aquélla era una larga historia...
Para su alivio, Sophia evitó profundizar en un tema tan personal.
—No eres un tipo muy tradicional, ¿verdad? —comentó, sonriendo.
—Me temo que no lo he sido nunca —murmuró—. Y probablemente nunca lo seré. Me va bien la vida de soltero.
—Mmmm —se volvió de nuevo para seguir contemplando las fotos, como si estuviera digiriendo aquel fragmento de información.
Nicholas miró también el grupo de fotografías en las que aparecía su hija en todas las fases de su crecimiento, y experimentó una familiar punzada de nostalgia y arrepentimiento. Aunque no había llegado a casarse con Caroline, se había enamorado de Amanda desde el primer instante en que la tuvo en sus brazos, con dos semanas de vida. Durante todo aquel tiempo, había visto a su hija al menos una vez al año, había hablado por teléfono cada mes y le había escrito regularmente. Y no se había saltado ni una sola pensión de mantenimiento, incluso cuando peor había sido su situación económica y había tenido que elegir entre llenar su estómago o cumplir con sus obligaciones hacia su hija.
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Fantasias Privadas
Teen FictionAquel hombre se adelantaba a todos sus deseos... a todas sus fantasías. Nicholas deseaba a Sophia. Pero, aunque la atracción sexual que había entre ellos estaba a punto de descontrolarse, algo frenaba a Sophia. Fue entonces cuando Nicholas encontró...