i. Final de una vida.

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CAPÍTULO UNO

FINAL DE UNA VIDA

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Fred y Percy Weasley, dos hermanos pelirrojos, uno de veinte años y otro de veintidós, respectivamente, acababan de aparecer en escena. Se encontraban en los pasillos del castillo Hogwarts de Magia y Hechicería, peleando contra sendas figuras con máscara y capucha, aquellos que se hacían llamar «Mortífagos».

La Batalla en Hogwarts estaba en un punto sin retorno, el castillo estaba siendo destruido, poco a poco, por los seguidores del Señor Tenebroso. Los magos luchaban unos contra otros a muerte. Hechizos volaban de aquí a allá. Aquello en definitiva era un verdadero caos y un tormento para muchos de los que participaban.

¿Quién ganaría aquella batalla? Nadie lo sabía. Sin embargo, todas y cada una de las personas que estaban allí, luchaban por sobrevivir y aquellos que pertenecían al bando de los buenos, también luchaban para poder regresar junto sus seres queridos. Nadie quería morir. Pero aquello era una guerra y en una guerra siempre se pierden vidas, se quiera o no. Y más de una vida se perdería en aquella, más incluso de las que ya habían caído.


Hogwarts en esos momentos era un verdadero infierno.

Nadie era capaz de atisbar la luz, pero todos tenían la esperanza de que Harry Potter cumpliera su objetivo, fuera cual fuera. Porque si no tenían fe ni creían, todo se vendría abajo en cuestión de segundos.


Harry Potter, Hermione Granger y Ron Weasley acudieron rápidamente en ayuda de Fred y Percy. Salían disparados chorros de luz en todas direcciones, y el tipo que en esos momentos peleaba con Percy se retiró a toda prisa en un intento de huir. Al hombre se le resbaló la capucha y todos allí vieron una protuberante frente y una negra melena con mechones plateados...

—¡Hola, señor ministro! —gritó Percy, y le lanzó un certero hechizo a Thicknesse, el ministro, que soltó su varita mágica y se palpó la parte delantera de su túnica, al parecer aquejado de fuertes dolores—. ¿Le he comentado que renunció?

—¡Bromeas, Perce! —gritó Fred con alegría al mismo tiempo que el mortífago con quien peleaba se derrumbaba bajo el peso de tres hechizos aturdidores.

Thicknesse había caído al suelo y le salían púas por todo el cuerpo; era como si se estuviera transformando en una especie de erizo de mar. Fred miró a Percy con regocijo.

—¡Sí, Perce, estás bromeando! Creo que es la primera vez que te oigo explicar chistes desde que...

En ese instante, se produjo una fuerte explosión. Los cinco muchachos formaron un grupo junto a los dos mortífagos, y en cuestión de una milésima de segundo, cuando ya creían tener controlado el peligro, fue como si el mundo entero se desgarrara. Harry saltó por los aires, y lo único que atinó a hacer fue agarrar tan fuerte como pudo el delgado trozo de madera que era su varita y protegerse la cabeza con ambos brazos. Oyó los gritos de sus compañeros, pero ni siquiera se planteó saber qué les había pasado...

El mundo había quedado reducido a dolor y penumbra. Harry estaba medio enterrado en las ruinas de un pasillo que había sufrido un ataque brutal, aquella explosión había destruido todo. Sintió un aire frío y comprendió que todo ese lado del castillo se había derrumbado. Entonces, oyó un grito desgarrador que lo sacudió por dentro, un grito que expresaba una agonía que no podían causar ni las llamas ni las maldiciones, y se levantó tambaleante. Estaba más asustado que en ningún otro momento de su vida.

Hermione también intentaba ponerse en pie en medio de aquel estropicio, y había tres pelirrojos agrupados en el suelo, junto a los restos de la pared derrumbada. Harry cogió a Hermione de la mano y fueron a trompicones por encima de las piedras y los trozos de madera.

—¡No! ¡No! —oyeron gritar a Percy—. ¡No! ¡Fred! ¡No!

Percy zarandeaba a su hermano menor, Ron estaba arrodillado a su lado, y los ojos de Fred miraban sin ver, todavía con el fantasma de su última risa grabado en el rostro.

Fred Weasley había muerto.

Su vida había llegado a su fin.

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