viii. Cero amor, cero debilidad.

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CAPÍTULO OCHO

CERO AMOR, CERO DEBILIDAD

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Fred se había marchado antes de tiempo de la mansión, Kain le había dicho que se encargaría del resto de tareas que había que hacer. Se sentía culpable por dejarlo con todo el trabajo, pero estaba demasiado cansado y tenía mucha información que asimilar. Su cerebro no dejaba de barajar hipótesis y darle vueltas a su propia situación y a la de Zaira, lo cual le había producido un fuerte dolor de cabeza.

La vida de la morena no era para nada agradable. Ea un infierno. Había perdido a su madre cuando era niña, había sido maltratada por su padre, había sido utilizada por un hombre al que había creído amar, había terminado perdiendo también a su padre... Había quedado sola y rota. Y aún así, había sido capaz de seguir adelante. Fred quería ayudarla, quería salvarla de ese infierno, al igual que ella iba a ayudarlo devolviéndolo a la vida. Era una forma de recompensarla. O más bien, una forma de no sentirse culpable cuando se marchase de su lado.

En un principio, había pensado en quedarse en la mansión hasta que Zaira llegase de trabajar para hablar con ella, pero había decidido que lo mejor era marchase. Todavía no tenía claro ni que iba a decirle o cómo iba a preguntarle que le pasaba; aunque, principalmente, era porque temía que ella le dijera algo que no le gustase. Por ahora, necesitaba pensar detenidamente como tratar aquel asunto que era aún más delicado de lo que había creído.


Tan solo una media hora después de que se marchase, Zaira llegó a la mansión, agotada, enfurruñada y decaída. De verdad que detestaba ser parte del Consejo, era el trabajo que menos le gustaba hacer de todos los que tenía. Si tan solo pudiera dejarlo sería muchísimo más feliz, pero no podía. No, por todo lo que había trabajado para llegar a tener tanto poder. Por lo que había trabajado su familia. Si lo dejaba, sería como traicionarlos, aunque ellos llevasen muertos bastante tiempo. Como la nueva cabeza de familia y probablemente la última, no podía tirar por la borda todo lo que había hecho y conseguido sus antepasados. Y sería la última, porque nunca se casaría y por lo cual, no habría ningún descendiente que heredase todo lo que tenía. 

Entonces, su mente, que últimamente tendía a traicionarla, le hizo ver una visión muy extraña, casi como si fuera visión del futuro. Se vio a ella misma unos años más mayor, en el jardín de la mansión, en el que unos niños sonrientes jugaban con un hombre de cabellos pelirrojos, que en seguida reconoció como Fred. Una hermosa y utópica visión. 

Sacudió su cabeza, tenía que sacar esos pensamientos de su cabeza, pues eso jamás sucedería. Keigar se lo había dicho, ella no estaba hecha para amar, nunca lo había estado y nunca lo estaría. No desde aquel hombre que la había utilizado y había destruido su corazón, él había arruinado su inocencia y su deseo de creer en el amor. Ahora ya no quedaba nada de aquella chica, de aquella chica romántica y dulce, solo pedazos que no era capaz de recomponer. Pero, por alguna razón, Fred si lo había conseguido, aunque solo fuera momentáneamente.

¿Quieres mi ayuda? ➳ Fred WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora