ix. Confesión.

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CAPÍTULO NUEVE

CONFESIÓN

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«La sentencia ya está hecha», Zaira escuchaba esa frase una y otra vez en su cabeza. La detestaba. Pero no tenía intención de hacerle caso al Consejo con aquella sentencia que habían dictaminado sin más. Rompería las normas si era necesario. No le importaba. Si Fred podía regresar con los suyos, estaba bien. No importan las consecuencias, las asumiría sin problemas. Si recibía un castigo, lo cumpliría con gusto. 

Desde las respectivas conversaciones con Keigar y Kain, su mente no dejaba de divagar, de atormentarla. Ya había tomado una decisión y no quería que nadie le hiciera cambiar de opinión. No importaba si la sentencia estaba hecha, no importaba si no volvería a ver a Fred por ello, lo enviaría de vuelta, costara lo que costara, porque se lo había prometido y no iba a romper su promesa. Era la única promesa, que había hecho a lo largo de su vida, que no tenía intención de romper.

Suspiró, colocándose las gafas que llevaba puestas para que no se le cayeran. Demasiado papeleo, demasiado trabajo. Se le estaba acumulando y acabaría estresada si seguía así.

Fred llevaba ya unas tres semanas trabajando en la mansión y poco a poco, parecía que se había ido acostumbrando a tener que dirigirla y a solucionar los problemas que se le presentaban. También se estaba llevando bien los diferentes sirvientes del lugar y además, siempre contaba con la ayuda de Kain, que pasaba mucho tiempo a su lado y lo aconsejaba bastante. Zaira sabía que su mano derecha le estaba contando cosas sobre ella, pero no había replicado, le daba igual. Pero, eso sí, no entendía porque el pelirrojo quería saber tanto de ella. No le veía sentido después de la forma en que lo estaba tratando.

Cogió uno de los papeles esparcidos por el escritorio y comenzó a leerlo. Era una nueva norma que iba a dictarse en el reino y como ella era miembro del Consejo, se necesitaba su aprobación. Pero a ella no le gustaba lo que prohibía. En el pasado, hubiera firmado sin más, sin leerla y sin importarle las consecuencias que podría traer para a los espíritus del reino, pero todo había cambiado desde que Fred había aparecido en su vida. Resopló, no importaba como lo mirara, aquella norma no le parecía justa para los humanos. 

«¿Desde cuánto te importan tanto?», preguntó una vocecita en su cabeza. «Desde Fred», pensó como respuesta.

Desde que aquel hombre, llamado Andrey, compañero de su padre en el Consejo, la había utilizado de aquella manera, había cambiado, habían dejado de importarle los demás, solo se preocupaba por ella misma. Desde entonces, se había dedicado a jugar con esos humanos que aparecían en el reino después de morir y que deseaban regresar al mundo de los vivos. Ella se había aprovechado de ellos, los había seducido, los había hecho caer, les había hecho creer que los amaba, luego se los había tirado por su propio capricho y placer y los había desechado como si no fueran más que menos desperdicios. Ella despreciaba a los humanos, a aquellos espíritus que la miraban con desdén, los consideraba seres insignificantes que se podían manipular con suma facilidad. No había humano que se resistiera a ella. No había humano al que no pudiera aplastar. No había humano capaz de enfrentarse a ella. No había humano que le hiciera sentir remordimiento. No había humano que la hiciese sentir débil. No había humano que le hiciera sentir algo... No lo había hasta Fred. Él lo había cambiado todo, con su cabello pelirrojo, sus adorables pecas, su atractivo cuerpo y su cautivadora sonrisa... ¡Maldita sea! Cada vez se volvía más loca por él. Sólo con pensar en él era suficiente para que sus sentimientos aumentasen, al igual que sus deseos más lujuriosos. 

¿Quieres mi ayuda? ➳ Fred WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora