Capítulo uno

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Avanzo por la montaña a donde unas personas se reúnen alrededor de una caja marrón. La mano me sostiene débilmente mientras recorremos el camino polvoriento. Yo sostengo la mano que tengo libre a su brazo y caminamos más unidos. En nuestro destino, hay una mujer con pelo castaño y piel arrugada. A su lado hay una jovencita con la piel muy blanca y mechas azules en el pelo. Cuando el viento sopla, ella voltea su rostro para apartar el pelo de su cara. Me mira. Sus ojos verdes me miran un instante antes de que suelte una sonrisa. Yo levanto levemente mi mano y ella levanta la suya.

Caminamos un pequeño tramo y llegamos. Frente a nosotros se encuentra una gran caja marrón. Las flores están sobre ella. Algunas personas se acercan a la señora y le dan un beso en la mejilla, luego se van. Otras simplemente dejan atrás el lugar. Yo suelto la mano que me sostiene y me acerco a la caja. La flor que tengo pica en mi mano. La suelto rápidamente sobre la fina capa de madera sintética. Camino de vuelta a mi lugar. Una mano se posa sobre mi cintura y me atrae. Cuando volteo el rostro, la veo a ella. Me sonríe débilmente. Yo poso mi cabeza sobre la suya, que está en mi hombro.

Mi mente vuela por un leve instante. Viajo a hace once años atrás, en una pequeña urbanización del sur de Ponce. Yo era una pequeña de catorce años y él un chico de dieciséis. Él vivía a mi lado, su pared era la mía. Tenía ojos azules y una piel muy, muy blanca. Su pelo era largo y él era muy alto. Mucho más que yo. Y mucho más guapo que cualquier otro que yo haya conocido.

―Encontré esto cuando estábamos recogiendo sus cosas―me dice una vocecita a mi lado.

La miro.

En su mano hay una pequeña libreta azul. Algo en mi corazón se enciende y hace brillar todo en mi interior. Ella me tiende la libreta y yo la aprieto en mis manos. La abro. Dentro de ella están las letras garabateadas en tinta negra, rosa y azul. Hay unas páginas dobladas que me llaman la atención.

―Gracias.

Su madre, la señora, le hace una seña para irse. Una grúa aparece casi de inmediato y algunos trabajadores comienzan a cavar un hoyo en la tierra. Ella me da un leve abrazo y se va detrás de su madre. Yo me quedo mirando cómo desaparecen. Vuelvo la vista a la persona que está a mi lado. A mi hombre. Tiene unos espejuelos negros que opacan sus ojos grandes. Me mira con una sonrisa lastimosa. Bajo la mirada y comienzo a caminar hacia la camioneta.

Después de buscar al bebé en la casa de mi madre, vamos de camino a nuestra casa. En todo el camino solo pienso en sus ojos azul celeste. Las ganas de liberar las lágrimas están presentes en mí. Mi esposo estaciona la camioneta en el garaje y se baja de ella. Yo me quedo dentro de ella unos minutos más. La puerta de atrás se abre y escucho un llanto ahogado.

― ¿Te vas a bajar?―me pregunta con voz cariñosa mi marido.

Asiento distraídamente.

Me bajo de la camioneta y camino dentro de la casa. Paso por la cocina y tomo un vaso de agua. El agua se me atasca.

― ¿Estás bien?―me pregunta mi esposo, entrando por la cocina.

Asiento.

―Sí...―respondo débilmente―Sólo... necesito descansar.

Él asiente.

― ¿Quieres que te prepare la cama?

―No, no te preocupes. Yo lo haré.

Le doy un beso en la mejilla y camino hacia el cuarto. Sin quitarme los zapatos, me acuesto en la cama. Me quedo mirando el techo blanco un rato. Luego me quedo dormida.

En mis sueños, veo su sonrisa y sus ojos celestes. Ambos nos montamos en la misma patineta y corremos por la calle. Yo me caigo. Él se ríe.

Me despierto de golpe, abriendo los ojos sin cuidado. Mi marido está al pie de la cama, quitándose la camisa. Se voltea abruptamente y me mira con los ojos muy abiertos. Yo me siento en la cama y me paso las manos por el pelo. No tengo los zapatos puestos, y estoy arropada. Él se pone una camisa gris y se sienta al pie de la cama. Se quita los pantalones y se pone unos de chándal. Intento respirar con suavidad.

Antes de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora