6. La Inquisición: Inicios

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La Iglesia, investida con los nuevos poderes que emanan del Edicto de Milán, pasa a la acción de reprimir toda idea que no encuadre en la versión oficial. La amenaza que representaban los cátaros contra la Iglesia de aquellas fechas fue una excusa para tratarlos como herejes, como rebeldes sociales, para exterminarlos conjuntando los poderes de la Iglesia y del Estado. En esta época, con el afán de guardar lo que se denominaba "pureza de fe, o de dogma", nace la Inquisición.

En el fatídico año de 1223 el Papa Gregorio IX promulga una bula que establece la "SANTA ROMANA Y UNIVERSAL INQUISICIÓN", cuyo fin sería el de "desarraigar la herejía donde quiera que se encontrase". Los escritos de los precursores de la Reforma Protestante son analizados minuciosamente para detectar sus herejías y se les condena.

La Occitania (el Languedoc), al sureste de Francia, a mediados del siglo XII, es un espacio neutral lindante con el poder francés del norte, con el dominio inglés de Aquitania al oeste, con la autoridad imperial al este, y con la influencia del reino de Aragón al sur. Esta será una zona tristemente memorable en el futuro; los nombres de Montségur, Carcasona, Béziers, Albi, Tolosa... traerán recuerdos caliginosos. El clero, en esta región, se caracterizaba por la relajación de sus costumbres y por su vida disipada, corrupta y parásita. Vivían de sangrar al pueblo con el impuesto de los diezmos y disfrutaban del concubinato con barraganas (concubinas).

En estas circunstancias, empiezan a llegar al Languedoc unos especiales personajes que visten con pobreza, de largas barbas y que viven de su propio trabajo, practicando la austeridad más absoluta. Por eso les llamaban "hombres buenos" o "puros". Son los Cátaros, del termino griego kataroi, que significa puro o perfecto. Con posteridad, también serian llamados albigenses, por haber sido la ciudad de Albi, uno de los focos iniciales del catarismo. Al ser tejedores muchos de ellos, la palabra tisserand (tejedor) fue también sinónimo de cátaro o hereje. Se declaran cristianos, parecen sacerdotes, pero son humildes, sencillos y austeros en sus costumbres. Su mensaje, en sus predicaciones en plazas y mercados, es el de la Iglesia primitiva: el amor, la tolerancia, el común compartir, la libertad... Atacan, con energía, pero sin violencia, a la Iglesia de Roma a la que tildan de la "gran Babilonia", la "basílica del Diablo", la "sinagoga de Satán".

Su doctrina encerraba ciertas singularidades innovadoras, que no pasaban inadvertidas. He aquí algunas de sus proposiciones:

No hay que edificar iglesias, sino más bien destruir las ya edificadas, puesto que la oración es igualmente benéfica dentro de una taberna o en una plaza pública que en el interior de un templo, al pie del altar.

El pan bendecido y consagrado por las manos de un sacerdote no se diferencia del pan bendecido y consagrado por manos laicas.

La limosna no es buena, toda vez que los cristianos deberían obrar de modo que entre ellos no hubiera ricos ni pobres, ni deberían tener medios para socorrer al necesitado, ni ocasión de ejercer tal acto de caridad.

Y agregaban que la Iglesia romana era una caverna de ladrones: Speluncam latronum esse.

Los cátaros son maniqueos, defensores de la dualidad de los principios del Bien y el Mal, con vinculaciones gnósticas, judías y cristianas, con aportaciones esotéricas, pero con una coherencia teórica importante que les hace ganarse la simpatía de todas las clases sociales tanto en el Languedoc como en el norte de Italia.

La Iglesia católica siempre atemorizó al pueblo creyente. Por los pecados, el ser humano del medioevo se sentía y temía ser condenado al fuego eterno. Los cátaros, sin embargo, dirían todo lo contrario: que el hombre estaba destinado a la salvación de modo inevitable. El miedo no formaba parte de su mensaje pues tarde o temprano llegaría la purificación y el triunfo del Bien sobre el Mal. El infierno de los rebeldes, al estar relacionado con la materia, producto del mal, estaba aquí, en la tierra. A través de varias reencarnaciones la persona se va liberando hasta alcanzar la completa espiritualidad, la perfección, la pureza. En las sucesivas reencarnaciones, el ser creado podía llegar a ser hombre o mujer, indistintamente, pues el alma no tiene sexo, de ahí que el hombre y la mujer sean iguales ante Dios. Otra idea revolucionaria para su época.

La otra cara de la Iglesia CatólicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora