13. Intolerancia católica: Judíos

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Parece ser que los judíos están en la Península Ibérica desde el siglo III, dedicados al comercio y al cultivo de la tierra, por sí mismos o mediante el trabajo de esclavos. Bajo el reinado de los reyes visigodos fueron objeto de diversas persecuciones, hasta que la invasión musulmana (711) les libró del yugo visigodo. A partir de ese momento, inicios del siglo VIII, se establecieron colonias de mercaderes judíos junto a las guarniciones musulmanas, como en Granada, Sevilla, Córdoba, Toledo..., logrando los hebreos un estimable grado de bienestar y cultura. A partir del siglo X, abundan ya documentos relativos a las propiedades de judíos en Barcelona, Aragón, Navarra y la existencia de numerosas juderías en Castilla y León. En esta época, en la que la tierra y el ganado eran la base de la economía, los judíos manifestaron una cierta tendencia al incipiente comercio y a los oficios urbanos.

Gozaban de igualdad de derechos con los cristianos, derechos que se establecían por medio de los privilegios que los Reyes otorgaban a las aljamas, gethos o guetos, juderías. Los Reyes, conscientes de la habilidad de los judíos para el comercio y para organizar la administración de los terrenos reconquistados a los árabes y dado que la sociedad cristiana ni tenía experiencia ni sentía vocación por la actividad comercial ni burocrático administrativa y prefería dedicarse a la noble profesión de la guerra, les concedieron una serie de privilegios, al mismo tiempo que de ellos recibían tributos.

En 1085, Alfonso VI se apodera de Toledo, ciudad en la que residían muchos israelitas y musulmanes, y, en 1091, firma las capitulaciones en las que se concedía a ambas etnias el derecho a permanecer en sus hogares, gobernándose por sus leyes y conservando sus religiones; no obstante había cierto tipo de discriminaciones.

Lo cierto es que los hebreos, más capacitados que los cristianos en asuntos económicos, supieron escalar los más altos puestos de la administración estatal, convirtiéndose en cortesanos de los reyes; eran, al mismo tiempo, prestamistas de reyes, de nobles y de obispos, a los que prestaban grandes sumas de dinero, a cambio de lo cual, se les colocaba al frente de la recaudación de impuestos, odioso oficio que les granjearía el odio y la animadversión de los cristianos en un futuro no muy lejano

Sobresalían también y mucho en el cultivo exitoso de las ciencias: Leyes, Medicina, Filosofía, Contabilidad, Teoría administrativa y Astrología.

Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid (en árabe sayyid, señor), cuyas hazañas se celebran en el Cantar de Mío Cid, (c. 1140), es el héroe militar más famoso de su tiempo. Este noble castellano, que sirvió a los cristianos y al emir de Zaragoza y que terminó como guerrero independiente y como gobernante de Valencia, ciudad musulmana que había conquistado en 1094, fue el arquetipo del guerrero cristiano, a pesar de su alianza con los musulmanes.

El Cantar de Mío Cid, en uno de sus capítulos, refleja la antipatía que el pueblo tenia a los judíos y en el que Rodrigo Díaz de Vivar engaña a dos

judíos, Raquel y Vidas, mercaderes ricos y avariciosos, estereotipo que se aplica a todos los judíos sin distinción. Al tener que salir de Castilla debido al destierro que el rey Alfonso VI le había impuesto, por exigencia de don Rodrigo, en represalia por el juramento que tuvo que prestar en Santa Gadea de Burgos, de no haber participado en la muerte de su hermano, Sancho, el Cid necesita urgentemente dinero en metálico. Tal préstamo lo garantizaría con unas arcas llenas de objetos de oro y de plata; los ricos judíos, impresionados por la petición del famoso caballero, le dan el dinero sin verificar las arcas, que estaban repletas de sólo arena. Fue una estafa vil y un engaño cruel, pero, cuando los juglares recitaban lo sucedido, los cristianos lo celebraban, pues ahora los engañados eran los judíos y no los cristianos. Los judíos habían encontrado la horma de sus zapatos.

Mientras los mudéjares de Castilla y Aragón eran campesinos o trabajadores manuales en la ciudad, los judíos permanecían en las grandes ciudades, dedicados al comercio. La mayoría cristiana trataban a los judíos y a los musulmanes con igual desprecio y envidia, aunque toleraba su religión.

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