11. La Inquisición: Torturas (+18)

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Advertencia: Este capítulo no es apto para todo público (menos para católicos), este capítulo contiene escenas que podrían afectar la sensibilidad de las personas, se recomienda discreción.

La Inquisición prefería las confesiones de los acusados a las pruebas con testigos, porque las consideraban más convincentes, pero si el acusado era obstinado en su negativa, cosa muy normal, los inquisidores podían, porque los Papas y ellos mismos así lo habían establecido, utilizar dos medios violentos, el encarcelamiento preventivo y la tortura.

El tema de la tortura creó infinitas preguntas y produjo ríos de acusaciones contra la Iglesia que se desviaba temerariamente de la predicación de Jesús, de la Buena Nueva y de las Bienaventuranzas. El mismo Jesús había sido una víctima más de la intolerancia. Los primeros siglos del cristianismo fueron de persecución y de violencia que los cristianos sufrieron en carne propia, hasta con el martirio. Esas primeras comunidades de amor y de fraternidad pidieron y exigieron para sí y para su Iglesia la libertad de vivir, creer y pensar, según sus creencias y según sus conciencias. Pocos años después, a partir de la constantinización de la Iglesia, inicio del siglo IV, esa misma institución, o quizás ya otra una vez instalada en el Poder religioso y civil, se convierte en intolerante y perseguidora de los disidentes. Pronto olvidó que ella misma había sido una secta dentro del judaísmo, disidente pues, y que sus miembros habían sido perseguidos y masacrados por el Imperio Romano.

Cuando la Iglesia percibe que su ideología se debilita y, como consecuencia, su poder se fragmenta, acude a la violencia para producir la pedagogía del miedo, del terror, y poder así restablecer el control de su grey. Es un fenómeno sociológico típico de las sociedades cerradas y totalitarias. El disentir o el innovar son percibidos como peligrosos y desestabilizadores, por eso la Iglesia se hace intolerante. Al proclamar la fundación divina de su institución, la herejía constituye una amenaza mortal, que catalogan como una grave ofensa a Dios, pero lo que realmente temen es su supervivencia como institución, por eso la atacan con todas sus armas disponibles.

Uno podía llegar a pensar que la barbaridad de la tortura fuese algo privativo de algún desquiciado mental, de algún psicópata, a veces sociópata, de algún sádico, sadomasoquista o de alguna época muy especial, pero no, fue obra de la Iglesia y duró largos siglos. Las sesiones de tortura a las que eran sometidas las víctimas del Santo Oficio han provocado una indignación unánime en todo tiempo y lugar. "Un no no tiene más letras que un sí", le hace decir Cervantes a Ginés de Pasamonte-. Es la misma diferencia existente entre un culpable y un inocente, entre un condenado y un hombre libre.

El Papa Inocencio IV, mediante la bula Ad extirpanda, 16 de mayo 1252, autorizó el uso de la tortura, que Alejandro IV, 1259 y Clemente IV confirmaron unos años más tarde. Al principio, los jueces podían elegir entre flagelación, el potro de tortura, la estrapada y las brasas; después se irán añadiendo otras torturas más sofisticadas, que los inquisidores se

intercambiaban para poder causar el más intenso dolor al prisionero y así tuviese que inculparse, como la garrucha, el cepo, el aplasta pulgares, el tormento del agua, las tablillas y la doncella de hierro.

Presentamos a continuación una leve alusión a dos de estas terroríficas prácticas.

El potro. Consistía en una estrecha y larga mesa de madera sobre la que se ataba con cuerdas al reo por las muñecas y tobillos. Las cuerdas de las muñecas estaban fijas a la mesa y las de las piernas se iban enrollando a una rueda giratoria. Cada desplazamiento de la rueda suponía una distensión de los miembros. El dolor producido al distender los músculos y estirar la estructura ósea era muy profundo e insufrible, que aumentaba con el girar de la rueda, lo que podía producir desmembramiento. Se detenía, a la mitad del tormento, para conminar al reo que dijese la verdad; si no lo hacía, el tormento seguía.[33]

La otra cara de la Iglesia CatólicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora