10. La Inquisición: Interrogatorios

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Se partía de la hipótesis gratuita de que el sospechoso de herejía era hábil y astuto y que sin duda intentaría engañar al religioso que le interrogaba retorciendo las respuestas a las preguntas que los inquisidores le hiciesen para así poder ocultar su delito. Para hacer que sus respuestas fueran las adecuadas y las satisfactorias con la finalidad de desorientar al interrogador, Eymeric presenta diez tretas, trucos o astucias que el hereje utiliza normalmente:

- La primera es el equívoco; así, cuando les preguntan del cuerpo real de Jesucristo, responden ellos del místico, o si les preguntan: ¿Es esto el cuerpo de Jesucristo?, dicen sí, significando por esto su propio cuerpo, o una piedra inmediata, en cuanto todos los cuerpos que el mundo contiene son de Dios y por lo tanto de Jesucristo, que es Dios. Si les dicen: ¿Crees que Jesucristo nació de la Virgen? Responden: Finalmente, queriendo decir que persisten firmemente en su herejía.

- La segunda treta de que se valen es la adición de una condición implícita, la restricción mental. Cuando les preguntan: ¿Creéis en la resurrección de la carne?, responden: Sí, si Dios quiere y suponen que no quiere Dios que crean en este misterio.

- La tercera es retorcer la pregunta, de suerte que cuando uno les dice: ¿Creéis que sea pecado la usura?, responden: Pues ¿y vos lo creéis? Cuando se les responde: Creemos, como todo católico o cristiano, que es pecado la usura, replican ellos: También nosotros lo creemos así, esto es, que vos lo creéis.

- La cuarta es responder como escandalizados; les dicen: ¿Creéis que tomó la carne Jesucristo en las entrañas de la Virgen?, dicen ellos: ¡Dios mío!, ¿a qué me hacéis esas preguntas? ¿Soy a caso yo judío? ¡Soy cristiano!... y creo todo cuanto cree todo fiel cristiano... sin precisar.

- La quinta es usar con frecuencia de tergiversaciones, respondiendo a lo que no les preguntan y no contestando a lo que se les pregunta.

- La sexta astucia es eludir la contestación. Si les preguntan: ¿Creéis que estaba vivo Jesucristo cuando su costado fue traspasado con una lanza en la cruz?, responden: Sobre este punto he oído varias opiniones, no menos que sobre la visión beatífica. Señores: ustedes traen la gente alborotada con esas disputas. Díganos, por amor de Dios, qué es lo que hemos de creer, porque no quisiera errar en la fe.

- La séptima es hacer su propia apología. Cuando les hacen preguntas sobre algún artículo de fe, responden: Padre yo soy un pobre ignorante, que creo en Dios llanamente y no entiendo esas sutilezas que me preguntáis; fácilmente me hará caer en el lazo; por amor de Dios, que se deje de esas cuestiones.

- La octava astucia de los herejes es fingir vahídos cuando se ven apurados con las preguntas. Pretextan que les duele la cabeza y que no se pueden tener en pie y pidiendo que se suspenda la declaración se meten en la alcoba, para pensar en lo que han de responder. De esta treta se valen especialmente cuando ven que les van a dar tormentos diciendo que son muy débiles y perderán en él la vida y las mujeres protestan achaques propios de su sexo, para dilatar la tortura y engañar a los inquisidores.

- La novena treta es fingirse locos.

- La décima, afectar modestia en el vestido, en el semblante y en todas sus acciones.

Para contrarrestar esa picaresca, Eymeric propone a los inquisidores otras medidas, igualmente hábiles y preparadas, para hacerles caer en la confesión, pagando a los herejes con la misma moneda. Las principales artes que deberá usar el inquisidor contra los herejes son las siguientes:

- Lo primero los apremiará con repetidas preguntas a que respondan sin ambages y categóricamente a las cuestiones que se les hicieren.

- Lo segundo, si presumiere el inquisidor que está resuelto el reo aprehendido a no declarar su delito (cosa que antes de tomarle declaraciones averigua ya por el alcaide o ya por espías encubiertos que le han tanteado), le hablará con mucha blandura, dándole a entender que ya lo sabe todo y diciéndole estas o semejantes razones: Mira, hijo mío, te tengo mucha lástima; han engañado tu candor y te pierdes miserablemente. Sin duda has errado, pero más culpa tiene que tú el que te engañó; no te cargues de pecados ajenos, ni quieras hacer de maestro siendo discípulo; confiésame la verdad, pues ves que todo lo sé, para conservar tu buena fama y que te pueda yo poner cuanto antes en libertad, perdonarte y que te vuelvas en paz a tu casa; dime quién fue el que te engañó cuando vivías inocente. Así le ha de hablar el inquisidor, pagándole con buenas palabras (bona verba), sin inmutarse nunca, suponiendo que el hecho es cierto, sin tomarle declaración más que sobre la circunstancias.

La otra cara de la Iglesia CatólicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora