Marie

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Su reflejo estudiaba su atuendo. Ese día debía verse hermosa. No estaba segura a donde la llevaría todo esto, lo único que le interesaba es que lo disfrutaría. Ya era una mujer adulta, aunque a veces no se sentía como una y mucho menos se comportaba como tal, pero al final del día eso no importaba, el tiempo pasa igual para los maduros como para los inmaduros, y ella lo tenía claro, ya había pasado los veinte, y eso la hacía una mujer adulta. Tampoco es como si hubiera sido su primera vez. En su vida habían pasado tres amores, cada uno con algo especial, pero a todos se entregó por amor, quería pensar, y cada uno fue diferente al anterior. Pero ninguno había sido ni parecido un poco a Óscar. Él era diferente a todos, tal vez porque era prohibido, no sabría decirlo, pero su pasión, su manera de entregarse, era algo que ella nunca había sentido. No lo amaba, de eso estaba segura, pero le gustaba, tampoco de eso había duda. Podría pasarlo muy bien con él. En estos tiempos, cualquiera tiene una aventura, es algo normal. Le tenía cariño, por supuesto, y estaba segura de que él también a ella. Intentó imaginarse una vida con él, pensó en todos los obstáculos que tendrían que pasar, para concluyó que no quería pasar por todo eso. Aunque no podía negarlo, apenas lo vio la noche anterior y ya comenzaba a extrañarlo.

Volvió a dar un vistazo a su atuendo, un delicado vestido amarillo y sus zapatillas blancas. Su cabello dorado la hacía lucir como una chica de oro. Se sintió orgullosa, nunca le había importado mucho la apariencia de las personas, pero no veía necesario fingir que no le gustaba verse bien.

Se alejó de su espejo y salió de su habitación rumbo al comedor, como todos los días. Al llegar se encontró con el mismo recinto, las ventanas estaban abiertas y tres de los sirvientes se encontraban parados junto a ellas, esperándola para comenzar el desayuno.

—Buenos días —Los saludó con el ceño fruncido, los vio a cada uno de ellos inspeccionándolos, como esperando encontrar una respuesta en ellos.

—Buenos días, señorita — Contestaron al mismo tiempo — ¿Todo bien? — Preguntó uno de ellos, al darse cuenta del rostro interrogativo de Marie.

— ¿Dónde está Óscar?

Los sirvientes se giraron para verse unos a otros. —No lo sé, señorita, no lo he visto hoy — Contestó uno y los demás hicieron un gesto para decir que ellos tampoco.

No le gustó la escena. Se sentó en su lugar para esperar a su padre y desayunar. Tomó un vaso de agua y movió su mano para tomar la pastilla, pero se dio cuenta de que no había ninguna.

—Buenos días, Marie — Dijo su padre al entrar al comedor, a paso acelerado, dirigiéndose a su lugar.

—Buenos días, padre —Respondió — ¿Dónde está Óscar? —Intentó preguntar en un tono desinteresado. No lo consiguió.

—Se fue — Fue la respuesta, tan fría y seca, con la indiferencia con la que su padre disponía a su antojo.

— ¿Cómo que se fue? ¿A dónde? — No pudo evitarlo, la noticia la tomó por sorpresa y su tonó se elevó dejando a la vista de cualquiera su preocupación.

—Se fue — Volvió a decir, esta vez con una voz más severa, viéndola fijamente, para hacerle ver que no estaba dispuesto a discutir el tema, y no debía preguntar más, ella conocía bien esa mirada, pero esta vez eso no la iba a detener.

— ¿Lo corriste? —Se levantó de la silla furiosa — ¿Por qué? — No podía parar de interrogarlo, era injusto, no había motivo para hacer eso. Entonces se dio cuenta, su padre lo sabía, sabía lo que pasó la noche anterior, no había manera de saber cómo se había enterado. No importa lo que pasara, debía negarlo, por el bien de Óscar, es lo mínimo que podía hacer por él. — ¿Lo corriste por mi culpa?

La Píldora De La Felicidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora