Volvía a ver a su madre. La veía sonreír como aquellos tiempos, su padre la abrazaba y le contaba algo al oído. Él nos veía sentado frente a la fogata. Su padre le comenzó a contar una anécdota de cuando él tenía su edad. Sebastián estaba atento a cada una de sus palabras, se sentía feliz y reía con los detalles que su papá le regalaba.
Cuando fue demasiado tarde, su madre se dispuso a dormir en una casa de campaña. Y su padre se quedó un rato con él para estudiar un momento el cielo nocturno. Le enseñó a identificar algunas constelaciones y le señaló cual de todas esas luces en realidad era Venus y Marte.
—Deberíamos sentirnos afortunados. ¿Sabes? — Le dijo — Antes, cuando el mundo estaba lleno de ciudades, las luces no dejaban ver las estrellas como las podemos ver ahora. Recuerda, que no importa que tan mal te vaya en la vida, siempre sacarás algo de bueno de ella.
Sebastián asintió. No le gustaba interrumpirlo cuando le daba lecciones de vida, quería aprender todo de él.
— ¿Ves esa mancha grande llena de estrellas? — Continúo, y Sebastián volvió a asentir— Es el centro de la Vía Láctea, antes no se podía ver. Pero las personas hemos recuperado la vista de las estrellas. Cuando quieras recordar el pasado, sólo debes ver las estrellas. ¿Ves aquella estrella brillante? —Volvió a preguntarle — Se llama Alfa Centauri, es la estrella más cercana. Ésta a casi 5 años luz de distancia. ¿Quieres saber lo que significa? — Sebastián asintió nuevamente, estaba maravillado con todo lo que le contaba, siempre pensó que pare era el hombre más sabio del mundo.
—Significa que lo que vemos es una imagen del pasado. No estamos viendo la estrella de hoy, sino a la de hace 5 años. Míralo así, si un extraterrestre nos volteara a ver con su súper telescopio a una distancia de 65 millones de años luz, en realidad no nos vería a nosotros, sino a los dinosaurios.
De pronto, dejó de escuchar a su padre y la imagen de las estrellas se convirtieron en las ramas de los árboles. Babas le lamía la cara y lo regresaba a la realidad, despidiéndolo de su sueño. Lo maldijo.
El cachorro lo había seguido, desde la muerte de Daniel. Estuvo con él cuando encontró a su madre sin vida, y le permitieron mantenerlo a su lado mientras el Departamento de protección de menores se hacía cargo de él.
Cuando su madre murió, entró en un estado de shock. Recordaba que uno de los oficiales lo entrevistó y él le contestó todas sus preguntas aunque ya no lograba recordar tanto las preguntas como las respuestas. Lo llevaron a un orfanato, donde permaneció varias semanas. Se encontró con muchos niños en la misma situación que él, pero no hizo ningún amigo, hablaba sólo lo necesario. Le habían prometido una nueva familia, pero si de algo estaba seguro, es que no volvería a tener una. Todos los días, la encargada del lugar los colocaba en fila, para que algunas personas los inspeccionaran y pudieran elegir a "su nuevo hijo". Llegaban todo tipo de personas, estaban las parejas mixtas conformadas por un señor y una señora, a veces llegaban parejas del mismo género, dos hombres o dos mujeres, pero también solían llegar algunas mujeres solteras para adoptar a algún pequeño, y con menos frecuencia llegaban hombres solteros. Sebastián siempre odió el protocolo, debía formarse junto a los otros niños para que los inspeccionaran, pero en realidad los exponían para que pudieran elegir el mejor y así comprarlo. Como en el matadero, cuando eligen al cordero correcto para sacrificarlo.
Todos los niños eran morenos y los había de todas las edades, pero siempre se llevaban a los más chicos y a los de piel más clara. A veces, preguntaban por el más listo o el más fuerte, pero al final siempre se llevaban al más joven y menos moreno. Un día llegó una señora, de unos treinta años, todos esperaban pasar por su revisión, formados tal cual era el protocolo de todos los días. Era alta, de piel blanca, pasaba junto a cada niño observándolo atentamente, los tomaba del mentón y giraba sus rostros buscando los detalles, les alzaba los brazos, les pedía que dijeran su nombre para escuchar su voz. En algunos les pedía que sonrieran para inspeccionar sus dientes y a otros los medía y les preguntaba la edad. Cuando llegó hasta donde estaba Sebastián, lo vio por un buen rato, tal vez sólo unos minutos, pero a él le pareció una eternidad. Le preguntó su nombre y la edad, lo midió e hizo el resto del chequeo.