El viento soplaba y jugaba con su cabello. Frente a ella el resto de su pasado estaba envuelto en humo. Desde la colina y sentada en una piedra se sentía libre, como nunca se había sentido antes. Era extraño, veía como su hogar había sido destruido, y sólo quedaban ruinas y humo del incendio que se había propiciado la noche anterior. Tal vez debía sentir dolor, tristeza pero lo único que podía sentir era libertad. Si es que eso se puede sentir, si es que eso existe realmente. Al final de cuentas, nunca nos sentimos del todo libres. Se preguntaba por qué no sentía nada más y se dio cuenta que había otro sentimiento que la golpeaba; la culpa. La culpa de no poder sentir nada más. Su padre falleció, mientras ella huía en busca de un chico, y no sentía dolor por su perdida. Tampoco podía decir que la alegraba, pero sabía que si se hubiera quedado, ella también habría muerto, y no había necesidad de morir ambos.
Extrañaba un poco a su abuelo. La única persona a quien sabía que realmente había llegado a querer. También estaba Óscar claro, pero eso era diferente, ya no estaba segura de lo que sentía, ahora que lo había perdido todo y lo único que le quedaba era él, las cosas eran más claras. Se daba cuenta de que aquello no era amor. Ni siquiera creía poder describirlo.
Se preguntó qué seria de ella ahora. Con su herencia podría hacer lo que quisiera, pero ahora pertenecía a un grupo de revolucionarios amigos de Óscar, no quería quedarse con ellos. Su lucha era buena, pero no era su lucha. Ahora podía hacer lo que quisiera, y luchar por los derechos de alguien más no estaba en sus prioridades.
Sus pensamientos se interrumpieron por el sonido de una pisadas sobre hojas secas que provenían de entre los árboles. Una joven era la intérprete y la miró atentamente.
—Hola, me llamo Edith.
—Hola. — Le respondió.
—Siento lo de tu padre y tu casa. — Dijo.
—Gracias. — Se limitó a contestar, no tenía ganas de hablar con nadie.
—¿Has pensado en lo que vas a hacer ahora? — Le preguntó, al parecer la chica no tenía pensado dejarla sola, ni siquiera la conocía.
—No lo sé, tal vez me vaya a vivir al centro de la ciudad.
—No puedes hacer eso, ahora nos perteneces a nosotros. Además, Óscar jamás se iría.
—No tengo pensado pedir permiso, ni tampoco invitarlo.
—No sabes lo que dices, niña. —Se quedaron en silencio viendo el deprimente paisaje unos minutos.
Era verdad, no sabía lo que decía, sólo hablaba por hablar. Tampoco sabía realmente lo que sentía, no había tomado la píldora en dos días, y no conocía realmente sus emociones. Debía tomar una decisión, pero era es difícil decidirse por algo cuando no conoces las opciones. Tenia tantas ganas de volar, convertirse en un ave y volar lejos, a donde nadie la moleste. Donde pueda estar sola y no tenga que preocuparse por nada ni nadie.
—Si pudiera elegir, elegiría ser un ave y volar lejos. — Dijo Marie al fín.
—Entonces sé un ave y vuela.
—No puedo, ¿a dónde iría? jamás podría ser un ave. No pertenezco a ningún sitio ahora, ¿De qué sirve volar si no tengo un nido a donde ir?
—¿Y para qué quieres un nido? simplemente vuela y lárgate de aquí, niña. Antes de que sea demasiado tarde.
— No soy una niña — Le respondió.— Y no puedo ser un ave. Y si lo fuera, sería el ave más infeliz del mundo. Sería un ave sin alas, atrapada. Sería como un ave sin un nido al cual pertenecer.
—Eres la niña más tonta que he conocido jamás. ¿No se supone que ustedes son la generación inteligente? — Soltó una risa burlona— El ave no pertenece al nido que lo vio nacer, idiota. Pertenece al cielo que lo ve volar. — Se levantó y se retiró.
No tenía muchas ganas de discutir con una desconocida, pero sus palabras la dejaron pensando. El cielo que lo ve volar. Se preguntó si realmente podría ser un ave o comportarse como uno y poder ir a donde fuera, por el simple gusto de volar.