Óscar

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El techo era una gran masa de oscuridad que lucía más profunda que nunca, como si sobre él se dispersara el infinito. Acostado sobre su cama, observando la penumbra y esperando que el cansancio se aliara al sueño para sumergirlo a otra realidad, esperaba impaciente. Hacía más de dos horas que se había acostado y aún no lograba dormir. No podía dejar de pensar en ella. Aún podía sentir sus labios rozando su piel, sus manos aún guardaban el recuerdo de aquella cintura que había logrado acariciar y sus piernas aún percibían el calor al entrelazarse entre las de ella. Su cuerpo le pedía ir hacia ella necesitaba escuchar su voz e iluminarse con su sonrisa. La amaba más que a nada en el mundo y debía salvarla, ella no era como los demás, estaba convencido de que debía salvarla antes de que fuera demasiado tarde.

Una delgada línea de luz comenzó a dibujarse en la oscuridad, poco a poco se hizo más ancha. Dos golpecitos en la puerta le advirtieron que tenía una visita nocturna.

— ¿Estás despierto? — Escuchó decir desde afuera de la habitación. Supo al instante quien era la persona que preguntaba. Decidió no responder, y simular que estaba dormido.

No sirvió de nada. Edith entró a la habitación y cerró la puerta. La habitación volvió a quedar a oscuras. Ella caminó hacia su cama y lo movió bruscamente.

—Sé que estas despierto — Lo delató mientras seguía sacudiéndolo — No te preocupes, no te vengo a violar — Se alejó un poco de él — Aunque créeme que si un día me lo propusiera, olvidarías a esa niña tonta. Pero vengo por cosas más importantes.

— ¿Qué es lo que quieres, Edith? Necesito dormir. — Le dijo mientras se sentaba en la orilla de la cama.

—Pues vengo a darte una buena noticia. — Le contestó, sus ojos ya habían logrado acostumbrarse a la ausencia de luz, y podía ver fácilmente a Óscar. — Aunque tal vez para ti no sea tan buena, traidor.

—Te he dicho que no soy un traidor, dime ya lo que tengas que decir para que me dejes en paz. — Comenzaba a irritarse, Edith solía conseguirlo muy fácilmente.

—Pues el plan ya se echó en práctica, así que para estos momentos, tu "amiguita" debe de...

— ¿QUÉ? — La interrumpió exaltado. — No puede ser, no pudieron haber hecho eso sin avisarme. Debían decirme a mí, tengo que sacar a Marie de ahí. — Se levantó y dejó caer las sábanas en la cama, dejando ver que sólo llevaba puesta su ropa interior. Edith lo observó de pies a cabeza, deteniéndose un instante en el centro.

Tomó unos pantalones que se encontraban en una silla y buscó sus zapatos. Mil cosas pasaron por su mente antes de lograr vestirse por completo, y salir por la puerta. De fondo a sus pensamientos, Edith hablaba sobre Marie, como una loca que cuenta historias de cosas que desconoce. Ni siquiera quiso saber lo que decía. Cuando estuvo listo, salió abandonando a la chica en su cuarto, y corrió por el pasillo hacia la sala de planeaciones.

Cruzó los pasillos de las habitaciones de sus compañeros, hasta llegar a un vestíbulo donde encontró un gran alboroto. Escuchó que alguien decía su nombre, pero lo ignoró por completo y siguió su camino por otro pasillo hasta llegar a su destino.

Al entrar las miradas se posaron en él. Lo supo de inmediato, estaba hecho. Marie estaba muerta. Cinco de sus superiores se encontraban ahí. Ninguno dijo nada. Los miraba con recelo, esperando que uno hablara primero, buscando una explicación, que no debería tener que pedir. Al fondo logró ver a Lionel, que se encontraba parado observándolo con un brazo cruzado y dos dedos en los labios en señal de discreción. Le importó un comino.

—Dime que no es verdad. —Le dijo al instante.

—Lo siento, Óscar. No podíamos decirte, lo habrías impedido, y sabes perfectamente que éste siempre ha sido el plan. Entiendo que quisieras a esa chica pero...

La Píldora De La Felicidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora