Parecía que sería otro día aburrido en la escuela. Su asiento estaba junto a la ventana, por lo que le era fácil distraerse viendo el patio de la escuela. Como su salón se encontraba en el tercer piso podía ver gran parte de la escuela, que en ese momento parecía vacía, pues todos estaban en clase. Todos parecían poner atención a la clase de historia, Dios, como odiaba esa clase. En su grupo había 43 alumnos, todos morenos, 18 hombres y 25 mujeres. Algo que siempre le había parecido interesante, eran los gemelos, de los 42 compañeros que tenían 18 eran gemelos.
La clase fue interrumpida con la entrada de dos agentes de salud pública. Ambos morenos y de baja estatura, uno de ellos con notable sobrepeso, entraron con unas láminas que pegaron en la pantalla de aprendizaje, frente a todos. Comenzaron a hablar sobre tomar precauciones y tener higiene personal. Al parecer todos estaban muy interesados en el tema menos Sebastián.
Los agentes les enseñaron a lavarse las manos correctamente, a usar desinfectante, y una serie de precauciones que según ellos los mantendrían a todos libres de la nueva infección que afectaba a la población. Algunos alumnos preguntaron nerviosos si era muy peligroso. Los agentes respondían todas las dudas. Fue una sesión bastante larga con el discurso y la ronda de preguntas y respuestas. Sebastián estaba más aburrido que nunca. Tanto escándalo para decir que había una epidemia y que debían ser cuidadosos, pues esta enfermedad mataba en cuestión de horas y no presenciaba ningún tipo de síntoma, era indolora y al parecer hasta el momento imperceptible.
Cuando dio la hora de salir, todos se dispusieron a guardar sus cosas y marcharse de inmediato. Sebastián siempre era el último en irse, nunca tenía prisa por salir primero o llegar su casa, detestaba el tumulto que se generaba bajo el umbral de la puerta, cuando todos querían salir al mismo tiempo. Cuando por fin salió del salón. Caminó por el pasillo, bajó las escaleras y cruzó la puerta principal. Al llegar a la banqueta se detuvo para esperar el transporte público, un camión automatizado que no requería chofer, hoy en día ningún transporte automatizado lo necesitaba.
Algo le llamó su atención. En el jardín de enfrente tres chicos de dos años aproximadamente menores que él, estaba molestando a otro que se veía inclusive menor. Le disgustó que hubiera personas que hicieran ese tipo de actos, no le encontraba el menor sentido, era injusto y malvado. Pero no acostumbraba a meterse en los asuntos de los demás. Prefirió mantenerse al margen.
Duró un tiempo más ahí parado. El transporte no llegaba y comenzaba a desesperarse. Recordó al niño al que molestaban, y lo buscó con la mirada. Se encontraba en el mismo sitio, sentado. Los agresores ya se habían ido. El pequeño parecía estar llorando, acurrucado en el césped. No lo pudo evitar, no sabía el motivo de tal bobada, pero un impulso de extraña compasión lo hizo acercarse a él.
Cuando llegó hasta donde estaba se dio cuenta de que no estaba sólo. Entre sus brazos había pequeño cachorro mugriento de pelaje gris.
— ¿Estas bien? —Preguntó con la esperanza de que le dijera que sí, y poder continuar con su vida.
—Si — Sebastián se sintió aliviado tras esa respuesta — Pero babas no — Maldito niño, ¿no podía dejarlo así? ¿Babas? ¿Quién le pone así a un perro?
— ¿Qué le pasa a tu perro? — Le preguntó procurando sonar amable
—Le golpearon la patita y no puede caminar. — Contestó, y pudo notar un tono desesperado en aquella respuesta, ya estaba hecho, tendría que ayudarlo.
—Tranquilo, lo vamos a curar. Acompáñame — Terminó por decir. Tomó al cachorro entre sus brazos, y caminó hacia la banqueta de vuelta a la espera del transporte.