Su padre lo esperaba en la oficina, como todos los días. Ya iba retrasado por unos minutos y sabía que su padre no dejaría pasar ese detalle, odiaba la impuntualidad, y Andrew prefería no ser el que pusiera de malas a su padre.
El señor August era un hombre duro, que había comenzado su carrera política desde muy temprana edad, y con muy pocos amigos. Era parte de la élite de humanos que habían sido proyectados desde antes de nacer, por lo que tenía ciertas habilidades muy desarrolladas, pero había algo en su origen que no le ayudaba mucho. Sus padres, Pablo y María, eran de origen humilde, de piel morena y cabello negro, habían mantenido un estilo de vida un tanto acomodado, debido a los buenos negocios que formaban. A base de mucho esfuerzo habían conseguido hacer bastante dinero. Aunque August creció como hijo único, sus padres ya habían procreado a una pequeña niña llamada Sofía, se decía que era una belleza oscura, con los ojos tan grandes como dos lunas. Por desgracia nació con una enfermedad, que la hizo perder la batalla por la vida a muy temprana edad. Sus padres tuvieron que llevarla al bosque de los ángeles, en un ataúd tan pequeño como era necesario para una niña de 3 años. Ahí se enterraban a los menores de 13 años, era un gran bosque de árboles naturales, donde se colocaba una planta sobre cada infante difunto creando un bosque, conocido como "El bosque de los ángeles".
Pablo y María apenas y pudieron superar aquella pérdida, por lo que cuando ella logró embarazarse de nuevo, hicieron todo lo posible por que su hijo naciera sano, así que acudieron a una clínica para hacer el niño más sano que pudieran comprar. Como resultado, tuvieron un hijo casi perfecto a los ojos de la sociedad; era rubio y de ojos azules, pero sobre todo era un niño sano, lo cual era lo que más les importaba. Desde pequeño se podía deslumbrar que sería un hombre muy alto, y su inteligencia estaba por encima de los niños de su edad. Cuando acudieron a nombrarlo en las oficinas del ayuntamiento, no pudieron utilizar un nombre de origen hispano, como el de ellos, y optaron por uno inglés, como los de su clase, así que fue llamado August.
Las diferencias entre August y el resto de los niños de su escuela y vecindario, iban acentuándose año tras año, por lo que tuvo una infancia solitaria, nadie lo comprendía y nadie quería estar cerca de él. Siempre sintió que no pertenecía a su hogar. Cuando era casi un adolescente, sus padres decidieron mandarlo a una mejor escuela y mudarse a un mejor vecindario, donde podía relacionarse con gente como él. Su nivel económico había mejorado bastante y podían costearse algo así. Pero fue inútil, seguía siendo el raro, aunque genéticamente podía ser igual al resto de sus compañeros, seguía siendo diferente debido a su origen, a sus padres morenos.
Pese a todo el señor August, había conseguido salir adelante y progresar en la política hasta convertirse en uno de los miembros más notorios del Consejo de la Nación, y ser un hombre muy respetado en todo el país.
Cuando Andrew entró a su oficina, su padre se encontraba escribiendo. Avanzó lentamente. La oficina de su padre estaba recubierta por una imitación de caoba de muy alta calidad, con una decoración clásica, abastecida de una gran colección de libros, al frente se encontraba el enorme escritorio de su padre, que lo hacía lucir como el hombre más imponente que podía existir, tras él, una gran ventana de tres metros de altura iluminaba el recinto con una luz tan blanca, como las nubes en el cielo.
—Espero que algún día aprendas a usar el reloj, y le saques provecho. —Dijo su padre levantando la mirada con el fin de apuntar a su hijo.
—Lo siento, padre. — Le contestó, sin dar más explicaciones, sabía que no debía darlas.
—Tengo que hablar contigo, sobre algo muy importante — Hizo una pausa — Debes comprender lo que te voy a decir.
— ¿Qué pasa? — No hubo más reclamos que ese por su impuntualidad, así que dedujo rápidamente que lo que sea que le fuera a decir su padre, debía ser realmente importante.
—Hay un capítulo en la historia del mundo, que conoces bien; la gran epidemia. —Andrew asintió, sabía de lo que hablaba, había leído sobre eso varias veces en la escuela. Hace muchos años, la gente vivía demasiado tiempo, lo que llevó a una sobrepoblación mundial impresionante, la hambruna y la contaminación, se volvieron problemas muy serios. Entonces la naturaleza hizo una gran jugada; apareció una epidemia de fiebre, que mataba a las personas en cuestión de horas. Los científicos tardaron 10 años en encontrar una cura, y para cuando se logró erradicar la enfermedad, el 60 por ciento de la población mundial había desaparecido. Fue algo terrible, debió serlo para los que vivieron en esa época, pero en realidad, había sido algo bueno para la humanidad a largo plazo. Cuando disminuyó la población, los problemas de hambruna se fueron solucionando más rápidamente, hubo guerras y enfrentamientos por su puesto, el mundo quedó devastado, pero todo eso había terminado hace muchos años, y habían logrado reorganizarse y recuperarse. — También sabes que después de aquello nada volvió a ser igual, ¿verdad? la contaminación no es algo tan fácil de solucionar, y eso nos ha afectado a todos, sobre todo a los más pobres, la gente vive cada vez menos.
—Sí, lo sé. Ya nadie vive más de 80 años, pero ¿no entiendo a donde va todo esto?
—Lo entenderás, Andrew. Y cuandolo hagas deberás estar de acuerdo. —Le dijo, con la mirada apagada, como siaquello lo avergonzara.