Capítulo I

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Ciudad de Panamá, Panamá, Noviembre 2011

Ya eran las 10:00 a.m., y debía arreglarme para mi entrevista así que como de costumbre comencé a agitar la atmosfera de mi habitación, tirando toda la ropa del armario en la cama en busca de mis jeans favoritos, mi mantra es: "te vistes bien y te sentirás de maravilla" por lo que era más que válido poner patas para arriba la habitación; como acto costumbrista encendí el televisor sintonizando un canal cualquiera al azar, tal vez mi oso de peluche encima de mi escritorio (que parecía estar muy concentrado viendo la tele) mi informaría después de que trataba el programa que se transmitía.

Pasados unos veinte minutos, por fin terminé de armar mi vestimenta del día: una blusa azul marino de tela transparente con un top ceñido debajo, del mismo color, mis jeans de vestir negros con costura dorada, y unos zapatos plataformas marrones con correas a los lados. Listo. Corrí hacia al baño a ducharme, y aunque todavía era algo temprano para cumplir con mi cita, sé que vestirme podría complicarse, tanto por no encontrar el accesorio adecuado, como por arrepentirme del maquillaje que apliqué y no quería ser impuntual. Unos 40 minutos después salí de mi habitación en dirección a la cocina, donde estaba mi abuela tomando un vaso de jugo.

-Buenos días, abue- saludé tronándole un beso en la frente- ya estoy lista.

-¿te llevo?- preguntó mi abuela- salgo en diez minutos.

-No- me apresuré a decir- mejor salgo ya.

-¿y si hay tráfico? Vas a demorar más- insistió.

-Bien, ¿a dónde me dejarías?-pregunté con tono de resignación.

-Voy a la dulcería a ver qué le pasó a uno de nuestros hornos y te puedo dejar a unas cuadras de la parada de buses. De ahí estarías a cinco minutos de la casa de la señora Patricia.

-No abue, me da pereza caminar, además no quiero llegar toda sudada. Mejor agarro un taxi que me deje frente a la casa. Adiós.

Y antes de que mi abuela pudiera replicar, salí a toda prisa hacia la calle y tomé un taxi.

Amo mucho a mi abuela, es prácticamente todo lo que tengo en este mundo, pero a veces quiere decidir por mí y no es justo. Ella está jubilada, era contadora y tiene un pequeño negocio, una dulcería; no para de decir que le gustaría ver crecer su trabajo, pero que ahora es vieja y está cansada y me toca a mí hacer que brille. Me ha insistido en que trabaje medio tiempo después de la universidad para aprender el negocio, pero odio atender al público, no va conmigo, además que soy un asco haciendo postres. Simplemente no puedo hacerlo.

Luego de indicarle al taxista la dirección tomé mi celular y entré a mi Facebook a ver las últimas noticias.

-Joven, ¿por esta calle?

-Oh, sí- el señor del taxi me sacó de mi aturdimiento tecnológico- lo siento, la última casa a la derecha.

Al llegar, pagué al conductor y bajé del auto, ya eran las 11:30 a.m, por lo que llegué con treinta minutos de adelanto, frente a mi había una casa de dos pisos súper grande a simple vista. Quedé casi con la boca en el piso, cuando la amiga de mi abuela me recomendó en este trabajo me advirtió que trataría con una de las familias más poderosas del país, pero nunca me detuve a pensar en la posibilidad de que su casa dejara en evidencia que mi apartamento era como la cueva de los siete enanos y eso que donde vivo tiene cómodos espacios y lo consideraba grande para mi abuela y para mí. Desde afuera lo primero con lo que me encuentro es con un gran portón color bronce y una caseta de seguridad a un lado, me acerco y parece desierta, pego mi cara al vidrio de la pequeña ventana y cubro con mis manos a cada lado de mi cara intentando ver mejor hacia adentro de la caseta, y en efecto, está vacía, parece en desuso. Me despego del vidrio y miro a ambos lados en busca de un timbre y me encuentro con uno a pocos metros, presiono el botón y el intercomunicador parece no servir ¿ahora qué? Miro hacia adentro de la casa a ver si veo a alguien pasar y nada.

Ella creía que era amor (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora