Onírico

40 2 0
                                    

Frío.
Humedad.

Frío húmedo.

Notaba la hierba con el rocío de la mañana bajo sus descalzos pies. Estaban helado; intentó desentumecerlos moviéndolos torpemente.
Cuando quiso darse cuenta, ya había echado a andar sobre aquella alfombra de hierba gélida. No tenía rumbo, pero no importaba: el camino parecía hechizarle, obligándole a seguir su curso rectilíneo pero abstracto.

¿Estaba a mitad de camino? ¿o ya había llegado al final? ¿Avanzaba al caminar? Todo lo que le rodeaba era una oscuridad viscosa y pútrida que devoraba el camino tras su paso y escupía hierba (que ahora notó era morada) ante sus pies; era como si la penumbra quisiera que cayese a sus fauces pero a la vez intentara deseosa salvarle de aquella misma caída incierta.
No entendía absolutamente nada.

Sin saber cómo ni cuando había llegado ahí, estaba girando el pomo oxidado de una puerta de madera blanca y astillada. Mientras terminaba de abrirla, y sin siquiera girar la cabeza, percibió que ya no estaba de pie sobre aquel pavimento floral de aspecto mortecino, sino que había avanzado un trecho bastante considerable nadando en aquella vil oscuridad.
De hecho, ya no estaba de pie en ningun sitio; estaba flotando dentro de aquella negrura que otrora le había servido de apoyo.

Tan pronto como se hubo percatado de esto, toda aquel líquido viciado se filtró por la rendija que había dejado entreabierta en el marco de la puerta, terminando de abrirla con violencia debido a el empuje. Toda la sustancia se filtró a una habitación que, antes de colmarse hasta el techo de aquel vómito negro, era de un blanco puro que incluso llegaba a dañar los ojos, obligándote a entrecerrarlos.
Y en el centro de aquel cubículo vacio y puro había una persona de pie que, a pesar de la inundación implacable y asfixiante, no se movió ni fue perturbado de su estado hierático (al ver esto, se percató de que la corriente tampoco le había arrastrado a él hacia el interior de la habitación. Ambos parecían mostrar inmunidad ante su movimiento).

Pero en el mismo momento en el que la última gota negra hubo traspasado el marco de la puerta, dejando las paredes de aquel intangible lugar del mismo blanco puro del que antes había estado coloreado el cuarto tras la puerta, Rolo comenzó a asfixiarse, sintiendo que la garganta y los pulmones se le estaban comprimiendo brutalmente; no podía respirar. No había aire allí. "Necesito la oscuridad", pensó, llevándose las manos a la garganta, intentado liberarse de unas ataduras inexistentes.

En mitad de la agonía, miró dentro de aquella habitación que antes habia sido blanca y, tras aquella capa de negrura espesa y viscosa, vió en el centro de la habitación a aquel chico, que permanecía impasible bajo toda aquella pesadilla oscura.
Se había llevado un dedo a los labios, exigiendo silencio.
-Cierra la puta boca. No se lo digas a nadie. - Le dijo a Rolo, que terminó de perder el conocimiento, cayendo a el mas profundo de los abismos:

La muerte...

Vulnus: El DescensoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora