El beso

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La sangre era difícil de distinguir en el parquet de la casa, pero en cuanto vió las primeras gotas, contar las demás no fue nada complicado. De hecho, ya no podía dejar de ver gotas de color carmesí por todas partes, todas ellas alrededor de el reguero que tenía delante suyo y que conducía a Luna, que estaba de espaldas.

A Rolo se le había helado la sangre en las venas y sentía el esfínter comprimido; además, no estaba respirando, y ya no era precisamente por no querer hacer ruido; eso ya se le había olvidado por completo. Con la mirada, buscó algo que pudiese explicarle qué estaba sucediendo en aquella cocina.
Y lo encontró.

Sobre la vitrocerámica, a la izquierda de Luna, había un paquete de filete de cerdo que parecía haber abierto con dificultad: no había usado el abrefácil, en su lugar, parecía haber usado un cuchillo o unas tijeras para hacer un boquete en la parte de arriba del plástico que lo recubría (Rolo recordó la voz de Luna que, en mas de una ocasión, le había reprochado "Mas vale maña que fuerza" y se le hizo extraña la imagen de aquel paquete de cerdo totalmente destrozado, pero no le dió mas importancia, ya que aquella violenta manera de abrirlo explicaba toda la sangre salpicada por el suelo y parte de la mesa de la cocina).

Rolo volvió a respirar a la vez que relajaba involuntariamente los músculos de su espalda y sus piernas, que habían estado en tensión desde que había visto las gotas de sangre en el suelo. Luego, se peinó un poco el flequillo, chasqueó la lengua y, en tono burlón, dijo:

- Mas vale maña que fuerza, solías decirme; ¿No? - comenzó a avanzar hacia ella, con una sonrisa torcida cargada de ironía. Andaba esquivando el reguero escarlata del suelo. - ¿Para ese paquete de cerdo has usado tanto tu maña que lo has roto mentalmente? - Se pegó a ella por detrás, colocándole las manos en las caderas y rozando su pálido cuello con sus labios.

- Buenos días, guapísima - Le susurró al oido, acercándose a ella hasta el punto en el que no había espacio entre ellos. Luego, mostrando una sonrisa de la que emanaba dulzura y lujuria a partes iguales, le dijo:

- ¿Me das un besito de buenos días?

Sin mediar palabra, Luna asomó sus ahora violetas labios por encima de su hombro izquierdo, para encontrarse con los de Rolo a mitad de camino.

Con el paso del tiempo, Rolo se preguntaría, lamentándose ante Bellum, que cómo fue posible que no se diese cuenta de lo que allí estaba ocurriendo antes de que fuese demasiado tarde. Él recordaba perfectamente que en la vitrocerámica no había ninguna señal de que algo se estuviese cocinando: no había humo, ni sonido de aceite hirviendo. También, con una lucidez que hacia imposible que no lo hubiese visto venir, recordaba cómo se fijo en que las gotas de sangre que había esparcidas por el suelo no salían de aquel plástico, sino que, si seguías su rastro, se podía ver que el principio estaba en el cajón de los cuchillos jamoneros, que además, se había dejado abierto.
Pero él nunca lo vió venir, él nunca lo quiso reconocer; porque todo daba igual en aquel momento; todo era tan vanal... Porque él aun tenía a Luna justo delante suyo. Viva.
Recordaba aquella etapa de su vida con nostalgia, y solía martirizarse con la idea de lo poco que había aprovechado su estancia en la tierra: Todos los problemas que allí le parecían enormes e infranqueables, ahora le parecían minucias. El ser humano nunca tiene suficiente, y, como dijo el sabio: "No echarás de menos el agua hasta que el río se seque".
Echaba de menos estar vivo, y, si volviese a estarlo, no dudaría en volver a darle aquel funesto beso a Luna, aun sabiendo que tras sus labios le esperaba Caronte.

Lo primero que Rolo sintió de aquel beso fue frío. Un frío desolador.
Luego, calor y un sabor metálico en la boca.

Y, por último, dolor.

Antes de poder reaccionar, Luna volvió a morderle el labio superior con fuerza, hasta que le hubo arrancado un trozo sanguinolento (que se tragó). Se había dado la vuelta y estaba empujando a aquel sorprendido y asustado Rolo contra la pared mientras seguía arrancándole trozos de la cara y el cuello a su novio. Rolo, con la boca apretada y emitiendo sonidos guturales, se tapaba la cara como podía mientras con la otra mano intentaba apartarle la cara a Luna (o lo que quedaba de Luna).
Acertó a arrancarle de cuajo un trozo de pómulo antes de que Rolo le asestara un puñetazo en la barbilla y la hiciese retroceder un poco, dándole un poco de margen para retirarse.
Pero no pudo hacerlo.
La confusión, el dolor (se percató de que también había perdido el dedo anular de la mano izquierda) y las nauseas por la situación tan grotesca que estaba sufriendo hicieron que no coordinase bien y se cayó de espaldas, golpeándose la cabeza contra la puerta de la cocina.
Al instante, Luna se abalanzó sobre él, presinándole las piernas con sus rodillas y agarrándole los brazos a la altura de su cabeza. Rolo tosía sangre, de hecho, pensó que se ahogaría allí mismo si no se incorporaba.
Rolo, cerca de perder el conocimiento, miró a Luna, y vió cómo de su traquea sobresalía el mango de un cuchillo que no había sido clavado solo ahí, sino que a lo largo de su cuello, había una cantidad ingente de heridas cuya profundida iba aumentando a medida que se acercaban al pecho, donde formaban un agujero. Le habían arrancado el corazón y, en su lugar, le habían dejado un agujero negro del que ahora asomaba un pulmón desgarrado y del que brotaba sangre sin parar que caía en el cuello de Rolo. Sangre fría.

Rolo subió la mirada horrorizado y vió que Luna tenía los ojos totalmente negros como el azabache o como el carbón.
Intentó hablar, pero la sangre acumulada en su garganta y la ausencia de labio superior hicieron que no pudiese decir absolutamente nada inteligible.
A Rolo le cayó una lágrima por su ensangrentada mejilla izquierda. Era una lágrima que vaticinaba la gran tormenta de llantos que se avecinaba, pero en ese momento, estaba conmocionado y asustado, además de moribundo y de haberse orinado encima.

La boca de Luna se torció en una sonrisa macabra frente a sus ojos, dejando ver trozos de carne entre sus dientes y un pedazo de dedo pegado a su encía superior. Aquella sonrisa consumía lentamente su cordura, pero hubiese preferido vivir eternamente ante ella, condenado a observarla para el resto de sus días a lo que pasó momentos después.
Rolo jamás olvidaría la cara de Luna, ensangrentada y desencajada, pronunciando aquellas dichosas palabras:

- Tú me arrebataste lo único que tenía, gusano inmundo. No sabes cuánto tiempo llevo esperando este encuentro, Rolo; lo he calculado todo al milímetro para que sufras lo máximo posible mientras aun quede aire en tus pulmones infectos. Voy a hacerte sufrir igual que tú me hiciste sufrir a mí, ¿vale? ¿Qué te parece mi juego? - Su sonrisa se acentuó aun mas. No era humana. Acercó su cara a la de Rolo, y siguió, ahora gritándole. - Vas a ser mi putita por el tiempo que a mí me dé la gana, ¿entiendes? Y tu novia igual; claro está: me la follaré cuando quiera y como quiera, incluso si su cuerpo amoratado e incorpóreo ya no puede soportarlo mas. Me dará igual y lo disfrutaré, Rolo.

Las dudas de Rolo acerca de Luna se despejaron totalmente: algo se había metido dentro de ella y estaba usando su cuerpo, ahora pecaminoso, para comunicarse con él. La llama del odio se encendió tras sus llorosos ojos; aunque ardía detrás del vidrioso miedo. No podía hacer nada.

- La puta a quién pertenecía este cuerpo ya no está en este mundo. Ahora está conmigo aquí abajo, y aquí se quedará a mi merced... - Acercó su infecta boca a la oreja de Rolo y susurró: - ... pero yo te propongo un juego: tú harás de príncipe azul y ella de damisela en apuros, y yo seré el dragón que le arranca la cabeza al príncipe, es decir, a ti. - se retiró hacia atrás, y, mirándole por ultima vez a los ojos con esos profundos pozos negros, concluyó: - Puedes elegir si jugar o no, claro está. Si decides participar, quiero que mañana te cortes el cuello con un trozo de un espejo roto, habiéndolo roto tú. Aunque no me sorprendería que abandonases a tu novia a su suerte: siempre fuiste un puto cobarde.

Después de aquellas palabras, de la boca violeta de Luna salió un humo negro que se disipó al instante. El mismo humo salió de las cuencas de sus ojos, de hecho; sus ojos se evaporaron, dejando las cuencas totalmente vacías.

El cuerpo dejó de hacer fuerza para retener a Rolo y cayó sobre él. Casi parecía que lo abrazaba. Rolo, quien de cuya cabeza salía un reguero de sangre debido a una brecha, murmuró:

- ... te am...

Se desmayó. Él pensó que se moría.

Vulnus: El DescensoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora