CAPÍTULO VIII

647 93 20
                                    

   Una pelirroja estaba tendida en el diván del salón, tratando de ahuyentar una jaqueca particularmente penosa. Cuando aquel dolor se instalaba detrás de sus ojos, lo único que podía hacer era tenderse y esperar que los analgésicos le calmaran el dolor.

   Por suerte, la jaqueca no había empezado hasta estar ya en casa, y ahora comenzaría a calmarse. Se incorporó lentamente, agradecida por el alivio, y en el momento en que iba a poner los pies en el suelo, tocaron la puerta. Al parecer no esperaba la visita de nadie, por la expresión de hastío en su rostro, tras continuar sentada unos segundos más, dejando que la jaqueca terminara de desaparecer, se calzó las zapatillas y fue a abrir.

   Blake Kahler apareció en el umbral, luciendo unas ropas que me sumergían en otra década.

   ¿Por qué se sentía tan hechizada por la presencia de Blake?

   De pronto, ese hechizo se apagó de golpe.

—Derek desapareció —el miedo y la preocupación se mezclaban en esos ojos verdes. Blake seguía estático sin mover ningún músculo.

—Dios mío... no podemos quedarnos aquí, acabaremos igual que todos ellos, sin saber en dónde... si es que están vivos... —dijo la pelirroja casi en un sollozo.

—No voy a permitirlo Natasha, tú y tu madre se vienen conmigo esta noche —se acercó a ella en pocos pasos, envolviéndola en un abrazo consolador—. Podremos comenzar una nueva vida.

   Algo mojado, baboso y frío se adhería a mi mejilla, una y otra vez seguido de un ladrido suave. Abría los ojos, encontrándome con un cachorrito, seguía lamiéndome. Sonreía al ver a la bola de pelos de ojos azules, se trataba de un pequeño Husky Siberiano.

—¡Dondo! —los gritos de Deborah retumbaban las paredes, escuchaba perfectamente como sus pasos fuertes iban subiendo las escaleras —Dondo, ¡ven aquí!

   Bajé de inmediato de la cama, colocándome las chancletas y saliendo de mi habitación, Deborah seguía buscando al cachorrito, comencé a perseguirla a su dormitorio, carraspeando para atraer su atención.

—Dondo me dió los buenos días. Me dejó las mejillas oliendo a croquetas.

   Un suspiro de alivio salió de sus labios entreabiertos. Se acercó olfateándome, para luego alejarse dejando ver el desagrado en su rostro seguido de risas.

—Hueles a comida de perro, mejor te bañas, Blake no querrá besarte así —su comentario me había sacado de órbita, parpadeé por unos segundos y habló justo antes de que dijera una sola palabra—. El otro día se quedó en casa, precisamente en tu habitación —sus ojos buscaban una respuesta desesperada en los míos.

—Eso no significa nada...

—No soy tan inteligente como tú pero tan tonta no soy, Kyle lo ha notado y me lo ha dicho. Le sigues gustando desde aquel verano...

—Deb, han pasado dos años.

—Lo olvidaste, he entendido, y ahora te gusta ese otro sujeto —colocó los ojos en blanco justo al culminar, me parecía que sus intenciones eran querer juntarme con Kyle nuevamente—. ¿Estoy en lo cierto?

—Es complicado Deb...

—He pasado por muchas relaciones y no dejo que me afecte en absoluto. Si algo me ha costado entender es que no necesitamos a alguien para sentirnos bien o sentirnos completas —tomó un respiro—. ¿Te digo algo? El amor que puedas tener por alguien es como el aderezo al amor propio, no lo necesitas. Pero, si lo consigues, la ensalada de la vida se hace más sabrosa. No necesito a Ian, sin embargo, me hace sentir en una balanza muy plena.

—Y yo no necesito ni a Kyle ni a Blake, lo de mi amigo fue una tontería, además, no duramos ni dos semanas, tener noviecitos de a ratito nunca fue lo mío.

—Lo sé, personas como tú solo quieren encontrar el amor una vez en la vida, y no equivocarse jamás.

—Equivocarse está bien, pero aprender de los errores de los demás está mejor...

—¿Y si Blake no es una equivocación? —el cachorrito venía ladrando paseándose por entre nuestros pies, haciéndonos reír.

   ¿Y si Blake no era una equivocación?

   Deborah se concentró en el cachorro y yo me devolví a mi habitación, tumbándome en la cama, viendo las pequeñas estrellas que tenía colgadas en el techo, la luz del sol que atravesaba la ventana rebotaban en las pequeñas estrellas, haciendo que se iluminara todo alrededor. El sonido de una llamada entrante hizo que desviara toda la concentración en el celular, que estaba en la mesita de noche. A pesar de ser un número desconocido, decidí atender.

—¿Diga? —una respiración suave era lo que me daba respuesta, después de unos segundos la persona al otro lado de la línea carraspeó aclarándose la voz.

—Yo... ni siquiera sé por qué te estoy llamando —colgó. Antes de que pudiera reaccionar, llegó un mensaje.

   Número desconocido:
   Más te vale estar vestida.

   ¿Deseea agendar éste número a su lista de contactos?

   Esa voz... me preguntaba qué querría ahora, creo que no era un buen momento. Aunque las ganas sean más grandes, no permitiría verlo, me hundiría, le estaría dando permiso de que me lastime las veces que desee.

   El sonido de la notificación interrumpió nuevamente.

   Blake:
   Quisiera verte en un lugar que no fuera tu habitación. ¿A dónde te gustaría ir justo ahora?

   Perpleja ante su mensaje, tiré el celular en la cama. Tumbándome de nuevo en ella, cerrando los ojos.

   Sentía un peso hundiendo la esquina del colchón.

—Hola —era apenas un susurro audible. Blake se encontraba sentado en mi cama, recorriendo su mirada muy lentamente por mi cuerpo.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, tratando de ocultar mi nerviosismo. Tapándome con la sábana que tenía al lado, el pijama de satén. Se humedeció los labios y luego los abrió.

—Me encantaría que fuéramos a otro lugar —murmuró, soltando un pequeño aire comprimido. No sabía si era mi pijama, la falta de privacidad, o el tema que tenía en mente, pero algo le incomodaba.

—¿Y para qué quieres ir a otro lugar? ¡Que puedas ir de un lugar a otro en cuestión de microsegundos no te da el derecho de invadir mi privacidad! —por primera vez había un rastro de ira y exasperación en mi voz. Su mirada subió hasta llegar a mis ojos, tragó saliva, tomó un respiro y posó su mano en una de mis piernas cubiertas por la sábana.

—Necesito que me escuches, necesito serte sincero. Yo... —desvió su mirada hacia las estrellas del techo—. Te estás convirtiendo en alguien muy importante para mí.

   Un silencio rotundo invadió la habitación, no podía creer lo que me había dicho. Después de lo que habia pasado, no era necesaria una explicación pero, me seguía doliendo. Si eran ciertas sus palabras, estaríamos cayendo en el mismo sentimiento. Se colocó de pie dándome la espalda, caminando en dirección a la ventana. Mi único instinto fue seguirlo y tomarlo del brazo, dió la vuelta de pronto quedando frente a mí.

   Simplemente me sumergía en ese cálido abrazo que me había dado.

EPIFANÍAS © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora