CAPÍTULO X

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Décadas atrás.
Tres meses antes del parto.

   Las paredes del amplio dormitorio estaban cubiertas por soberbios paneles de madera de nogal que brillaban con su lustre natural. La luz de la luna se filtraba a través de las transparentes cortinas que oscilaban con el viento de aquella lluvia, la ventana se abría sobre un escritorio. Unos pocos libros se alineaban en anaqueles distribuidos desde el suelo hasta el cielo raso en una esquina de la habitación. Los volúmenes se referían a temas de geología, mineralogía y gemología y estaban gastados por el frecuente uso. La mayoría de los estantes contenían recuerdos de expediciones y fotografías de una mujer recibiendo medallas, con su familia y su equipo de trabajo.

   Qué sentimiento tan infernal sentía la mujer. No paraba de tamborilear aquel bolígrafo sobre su diario. Aquella experiencia. La existencia del alma y su trascendencia. La energía vital de cada quién se escapaba del ya inútil envase corpóreo. Flotaría incierta como lo hace el aroma de un perfume en el ambiente. No era mística, era una investigadora; leal a la ciencia. La permanencia y eventual transfiguración de tal esencia incorpórea podría depender de dos factores. Creía en la intensidad con la cuál nos pensarían nuestros seres queridos y apreciaron lo que fuimos. Y también en cómo habíamos nutrido y fortalecido nuestra esencia astral en vida.

   Todo se debía a esa conexión y revelación que tuvo en su despacho. En aquella vitrina donde conservaba cada piedra preciosa encontrada en aquellas ruinas misteriosas. En esa expedición donde tuvo un encuentro con otros seres. Esas diosas de luz. Otorgándole un sabio conocimiento. Que había hecho añicos su vida.

   Se levantó del escritorio, cerrando la ventana ya que algunas gotas habían salpicado en su mesa de trabajo. Quejándose por el peso en su vientre. Faltaban tres meses para que diese a luz.

—Mami —susurró aquella nenita, de pequeños risos dorados. Se había levantado y al no sentir el calor de su madre, incitó a quererla llamar. La mujer se giró en dirección a su cama, recostándose en ella y sujetando a su hija entre brazos, mientras le acariciaba el suave cabello. Inhalando el aroma de inocencia y nobleza. El aroma más puro y sincero. Quedándose dormida. Al percatarse de que se había dormido nuevamente, se levantó de la cama y salió de la habitación. Arrastrando los pies hasta llegar al salón principal. Era una casa enorme en un campo. Su hermano se hallaba con una taza de café en sus manos mientras contemplaba la lluvia a través de la ventana.

—He jodido a esta familia Jordan —su voz estaba completamente quebrada, martirizada. Se desplomó en el gran sofá, mirando fijo a las llamaradas que emanaban de la chimenea—. Yo quería una familia, no pasar por esto. No veré a mis hijas crecer —se llevó ambas manos al rostro, comenzando a llorar desconsoladamente.

—Denisse, no te lamentes por lo que pasó —dejó la taza en la mesa del centro y se dirigió a abrazar a su hermana.

—Murieron por mi culpa. Si yo no hubiese abrido la boca —se lamentaba en sollozos—. Jamás creí que Kaled sería capaz de tanto.

—Y ya lo sabes. Por eso no debe saber que tiene dos hijas. No podemos seguir viviendo como ratas aquí en esta casa encerrados —se pasó una mano por las sienes, soltando un leve suspiro de frustración.

—Está convencido de que lo apoyaré —repuso. Secándose las lágrimas.

—Y lo vas a hacer. Hasta que tus hijas crezcan.

—¿Y si no vuelvo a verlas nunca más?

—Te daré mi palabra que eso no va a pasar. Me encargaré de que las vuelvas a ver. No es nuestro tiempo. Debemos ser pacientes, esos muchachos también deben entender que no es su tiempo.

—Temo de que las cosas no salgan como las hemos estado planeando.

—Faltan algunas décadas para que eso pase. No nos precipitemos ahora. Deberías descansar Denisse. No te hace bien a ti ni a tu embarazo.

Minutos antes del parto.

   La mujer yacía tendida en su cama. Llorando por las contracciones. Nacería en cualquier momento. El doctor que habían llamado para atender el parto culminaba de colocarse los guantes de material quirúrgico. Denisse tenía las piernas elevadas y su hermano estaba a su lado. Sosteniéndole la mano. Comenzaría la segunda fase del parto; el expulsivo.

   Había alcanzado la dilatación completa. Empezaba a notar la necesidad de apretar. Los pujos de la madre eran importantísimos para ayudar al feto a salir. Evidentemente el momento más importante era la salida de la cabeza. También era el momento más importante para el profesional, que debía poner la máxima atención para que todo transcurriera de la forma más natural posible y, a la vez, de forma controlada. Era importante que la cabeza del bebé saliera lentamente para evitar una descompresión brusca y que se proteja el periné.

   Denisse, empezaba a empujar muy fuerte en el momento en que salía la cabeza, llorando y apretando la mano de su hermano. Tanto que, Jordan sentía clavadas las uñas de su hermana en su palma. El doctor le pedía que controlara esta fuerza para asegurar que la salida fuese lo más suave posible. En ese momento, la ayuda del profesional experimentado era fundamental, ayudaba a la salida lenta de la cabeza y, a continuación, de los hombros, protegiendo en todo momento el periné de la madre. Una vez estaba fuera cabeza y hombros, el resto del cuerpo saldría al exterior sin ninguna dificultad.

   La enfermera que los acompañaba le había tendido el bebé en manos a su madre. Los llantos cesaron al tener contacto piel con piel. Mientras que el doctor se encargaba del resto de la tarea. El parto no había acabado, técnicamente hasta que saliera la placenta y las membranas ovulares. Una vez vaciado el útero, se ponían en marcha unas señales que hacían que la placenta se desprendiera y se expulsara. Era un proceso muy delicado porque la placenta recibía muchísima sangre. Por ello, inmediatamente después de desprenderse la placenta, la madre tenía una gran contracción uterina continua. Su útero se cerró fortísimo, como un puño, y esto evitaría el sangrado que aparecería después del desprendimiento de la placenta.

   El parto había sido un éxito.

—Ven para que veas a tu hermanita —llamó Jordan a su sobrina de dos años, que se encontraba asomada en la puerta de la recámara, abrazando a su oso de peluche. Dió pequeños pasos indecisos y torpes y se subió a la cama junto a su madre, sonriendo al ver al miembro nuevo de la familia.

—Este será el único recuerdo que tenga de ellas, sólo podré aprovecharlas por un mes más... prométeme que las cuidarás.

—Te prometo que ni a Destiny ni a Deborah les faltará absolutamente nada —aseguró su hermano. Plantando un beso en la frente sudada de su hermana y acariciando la pequeña cabeza del nuevo ser indefenso que había llegado al mundo.

 Plantando un beso en la frente sudada de su hermana y acariciando la pequeña cabeza del nuevo ser indefenso que había llegado al mundo

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