CAPÍTULO II

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   Sin duda alguna traté de acercarme silenciosamente, sin que me viera, pero fue inútil ya que pisé una rama cayendo al piso de rodillas, maldiciendo mentalmente, me levanté, quité las hojas secas y la tierra de mis pantalones, levanté la mirada para ver si Blake todavía estaba allí, pero lo único que podía observar eran más y más árboles, con la poca luz traspasando entre ellos. Seguí dirigiéndome en la dirección en donde lo había visto.

—¿Qué miras? —escuché esa voz ronca y gruesa sobresaltándome en mi lugar. Esa voz... que hacía que mis vellos se erizaran, asustada, me di la vuelta bruscamente, encontrándome con esos ojos verdes que no dejaban de verme fijamente.

—Eh-mm... yo..me tengo.. que... ir... —comencé a balbucear, las palabras fallaban al salir de mi boca. Entre su mirada intensa, una media sonrisa se reflejaba en su rostro, como si de un chiste se tratara. Caminé por sobre su hombro saliendo de aquel parque, mi corazón iba acelerado a mil por hora, como si fuera una carrera de autos.

   Mientras me devolvía a casa, había tomado un pequeño atajo por un callejón, entre la poca luz de la noche y de los faroles, a lo lejos, lograba divisar a dos personas, uno sostenía al otro por el cuello mientras lo pegaba a la pared. Al ver al agredido pegado contra la pared echando algunos gritos ahogados, comencé a dar dos pasos hacia atrás sin darme la vuelta, tropezándome con un bote de basura, seguía viendo la escena horrorizada y el sujeto que agredía al otro volteó hacia mi dirección, al ver esos ojos, un escalofrío profundo invadió todo mi cuerpo. ¿Por qué estaba agrediendo a aquel pobre muchacho? definitivamente ese era el novio de mi hermana, Ian. Pensé rápidamente, volteé hacia atrás para ver si había alguien para pedir ayuda pero no se encontraba nadie más, al volverme a mi posición inicial ninguno de los dos estaban, juraba que estaban allí los dos... pareciera que sólo fue producto de mi imaginación... una ilusión óptica, un engaño de mi mente fusionado con algunos de mis miedos.

   De igual manera empecé a correr por el callejón hasta llegar a la parte trasera de la casa, crucé por entre los botes de basura llegando a la entrada principal, saqué la llave de mi pantalón y la introduje torpemente en la cerradura entrando, tranqué esta a mi paso y subí a la habitación de mi hermana rápidamente, encontrándomela sentada en la cama y a Ian saliendo de su baño, al verlo, frunció el ceño deliberadamente, pensando que tal vez me estaba volviendo loca.

    Un par de parpadeos, para verificar de que estaba en la realidad, Deborah solo se limitaba a verme extrañada, mientras que Ian me preguntaba si estaba bien, contestándole un «sí» giré sobre mis talones para salir de la habitación de mi hermana y entrar en la mía, al hacerlo volví a ponerme el pijama que anteriormente tenía puesta. Me adentré en la cama para intentar dormir.

   Escombros, todo estaba devastado, me encontraba tosiendo fuertemente mientras cubría mi rostro con un pañuelo de terciopelo, caminaba sobre todos esos escombros, en mis pies desnudos se estillaba el asfalto agrietado, el cuerpo lo sentía moribundo, como si me hubiesen sacado el espíritu de mi pineal y lo hubiesen cremado, para esparcer esas cenizas en el ambiente, en nuestra realidad.

   Mis ganas de vivir se habían ido al compás de los vientos... a lo lejos podía ver a un hombre sonriendo maliciosamente, sonriendo de satisfacción, sintiéndose pleno. Esos ojos grises no dejaban de verme con desprecio. Odio y rechazo sentía por mi presencia, lo notaba por lo que transmitía en su mirada, en su aura, en su alma. Algunas lágrimas se escapaban de mis ojos, estaba sola, el frío traspasaba mis ropas rasgadas, haciendo que mis extremidades comenzaran a temblar.

   Aquel hombre se va dirigía a una inmensa edificación, me dispuse a seguirlo a escondidas. Al entrar, me podía dar cuenta que era una prisión de almas de niños... de adultos jóvenes... y personas mayores... una cantidad de celdas con gente dentro, aisladas, pidiendo ayuda, suplicando que acabasen con sus miedos, seguía caminando mientras que todos seguían con sus luchas internas, sin verme, como si no estuviera presente en su plano. En la última celda de aquel largo pasillo me veía a mí misma, lamentándome entre sollozos, destruida por haber perdido ese sentido de la vida, el saber que mi espíritu no volvería a mi cuerpo físico.

   Abrí los ojos, estaba dormida. Desperté un poco sudorosa, ¿qué clase de sueño era ese? pensé mientras estrujé mis ojos con las manos, me levanté de la cama yendo al baño, lavé mi cara y mis dientes, salí de la habitación bajando las escaleras hasta llegar a la cocina. Para mi más grande sorpresa Ian estaba aquí, junto con Deborah preparando el desayuno. Realmente era una novedad que mi hermana cocinara. Desde muy pequeñas me caracterizaba por ser la hermana un poco centrada y más tranquila. A diferencia de ella que era un poco rebelde, era un ser libre, aunque era obediente en algunas cosas, para otras era todo lo opuesto. Viendo la acciones buenas que había tenido a lo largo de su vida, sabía que cuando le nacía, cuando estaba de humor, mimaba a quiénes adoraba en realidad, es como si ocultara esa niña interna bajo un manto de mujer ruda que no lograba tener empatía por los demás.

—Buenos días, querida cuñada —dijo Ian sonriéndome de oreja a oreja, al parecer me estaba ocultando bajo ese manto de indiferencia y ellos querían que me integrara un poco más.

—Buenos días para ti también —dije devolviéndole la sonrisa.

—Oye Des, no lo tomes a mal pero, anoche me asustaste, el entrar así tan de pronto en mi habitación... creo que deberías olvidarte un poco de esos libros, estás algo paranoica, sé que es tu mundo y lo respeto, pero me haría mucha ilusión que nos acompañaras a almorzar hoy, sé que últimamente no hemos pasado tiempo juntas y todo desde que papá se fue de viaje —explicó con tanta seguridad, haciéndome sentar cabeza y tenía toda la razón... desde que nuestro padre se fue con sus socios por cuestiones de trabajo al otro lado del mundo, dejándonos solas, en vez de unirnos, nos aislamos. Echándonos la culpa por todas las decisiones que ha tomado nuestro progenitor.

—Lo pensaré —dije mientras rebuscaba en la nevera algo de comer.

—Te preparé unos Hotcakes con miel —me interrumpió, la miré algo dudosa y a la vez con sorpresa, porque a pesar de vivir en el mismo hogar, tanto ella como yo, vivíamos en nuestra burbuja sin saber nada más. Ella simplemente me veía apenada, definitivamente algo estaba cambiando, y me alegraba poder estar consciente de ello. Tomé el plato cautelosamente y me senté en uno de los taburetes de la cocina, mientras me comía los Hotcakes, ambos se disponían a hacer lo mismo, ese silencio un tanto incómodo inundó el lugar, pero al pasar el primer minuto comencé a sentir esa calma, esa tranquilidad de estar en una familia de verdad. Al terminar de comer me dirijí al lavaplatos, fregué mi plato y los cubiertos, colocándolos donde correspondían, me disculpé con ellos y caminé en dirección a la escaleras dejando a Ian y a Deborah solos en la cocina.

   Subí a mi habitación, hice la cama y fui directo al closet sacando un jean ajustado, un sweater gris y unos botines negros, dejé la ropa en la cama y me encaminé al baño para darme una ducha, al salir me vestí y sequé mi cabello, ya que no me gustaba llevarlo mojado, metí algunos mechones rebeldes por detrás de mis orejas, «pareces niña buena cuando llevas el cabello así» cité a mi padre que, siempre solía decírmelo cuando estaba más pequeña y pasaba más tiempo con nosotras.

   Tomé mi celular y salí de la habitación llegando a la sala, agarré mi mochila que estaba en uno de los sofás y me la colgué encima, justo cuando iba saliendo venía mi hermana preguntándome si me había decidido.

—Puedo hacer un espacio al mediodía, no voy a tener clases en ese horario así que realmente no tengo ningún problema —dije relajada, ella asintió con la cabeza.

   Al encontrarme con el día soleado, este animó mi humor, caminé el par de calles que me llevaban a la universidad, atrasada, me dispuse a acelerar el paso a mi respectiva aula A1. El salón se llenaba de estudiantes y en uno de ellos veía a Blake, que se acercó a mi pupitre entregándome el libro de antropología que estaba leyendo en el parque.

—Creo que se te olvidó buscarlo —dijo sin expresión alguna, no necesitaba ser psicóloga para darme cuenta cuando la gente no tenía un buen día.

—Gracias, no sé qué decirte —hizo que me encogiera  de hombros, agarré el libro colocándolo en mi mesa mientras que él se sientaba en su puesto.

   Decidí abrirlo por donde me había quedado ya que el profesor apenas se estaba acomodando para dar inicio a su clase, al hacerlo, cayó un papel por sobre la mesa, lo tome y leí lo siguiente:

   «Ya te advertí que no es bueno descuidar tus pertenencias.»

   Mire disimuladamente hacia Blake, contemplando su rostro por unos microsegundos, al darse cuenta que lo veía y que leí su nota, aquella seriedad se dispersó de pronto, dedicándome una media sonrisa.

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