CAPÍTULO III

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   Las horas pasaron lentas y no podría decir que aburridas porque simplemente no tendría sentido, un examen sorpresa que para mi buena suerte era de temas que podía llegar a dominar. Cada vez que veía a Blake durante el examen, sentía algo extraño dentro de mí y no precisamente mariposas como suelen decirle, algo que, simplemente no encontraba las palabras adecuadas para poder explicarlo, esa mezcla de curiosidad, atracción y algo de miedo. Solemos colocar a las personas en pedestales, y tememos... nos idealizamos un tanto a los seres humanos, que al no ser lo que esperamos, nos sentimos destrozados, burlados y sin encontrarle el porqué. Tal vez no he querido aceptar que algo de su ser me estaba comenzando a llamar la atención, algo de su ser me intrigaba, a lo poco o mucho que podía conocerlo (cuando sólo habíamos intercambiado unas palabras y algunas miradas) podría decir que era de esas personas reservadas, que al entrar en un ambiente agradable, posiblemente tendría algo muy bueno para decir.

  Me dirigía hacia la cafetería, a sentarme en lo mas recóndito del lugar pero antes, me había detenido en una corta fila para comprar algo que me refrescara la vida. Había pedido un té frío de durazno, era lo más práctico. Me senté en una de las mesas del fondo con la disposición de beber, observando la pequeña cafetería. Todos eran iguales, inundados en vivir la realidad a su modo, al igual que yo, pero solo uno en excepción, me seguía causando choques emocionales... Blake, desde que lo observé entrar por la puerta del salón aquella vez. Se hacía el de desear, lo había notado cuando lo miraban, le encantaba eso... a diferencia de mí que no me gusta que me miren. Creo que el demostrar que éramos polos opuestos en algunas conductas era lo que hacía que no dejara de sacármelo de la cabeza, él también se encontraba sentado en la otra esquina, observando todo lo que hacían los demás, ¿podré sentarme junto a él? pensé de pronto, negando reiteradamente lo dicho. No es que me quisiera hacer de menos porque definitivamente no lo era, pero creo que si alguien llegase a interrumpir mi tranquilidad mental no dudaría en hacérselo saber con amabilidad, para que no sintiera alguna culpabilidad.

   Había finalizado, me encaminaba hacia al baño para hacer mis necesidades, luego al lavabo sumergiendo mis manos en abundante agua y jabón para luego salir al campus y dirigirme a casa. Al llegar, me encontré a Deborah colgándose la cartera en un hombro mientras que con la otra, la utilizaba para revisar su celular, cuando me vio, soltó este de inmediato acercándose a mí, como si estuviera buscando respuestas.

—¿Qué se te antoja almorzar? —la verdad es que me seguía sorprendiéndome el hecho de que fuera tan complaciente el día de hoy, era otro de mis choques emocionales, el recibir un trato diferente de alguien que ya tenías costumbre de sus manías y patrones.

—Podemos ir a comer algo ligero, o aventarnos una pizza —dijo mientras empezaba a dar saltitos. Le respondí con un «me da igual» al momento que escuché la corneta de un auto, asomándome por una de las ventanas veía al novio de mi hermana dentro, Deborah pegó un grito de emoción, abrí la puerta y lo encontré recostado del marco.

—¿Ya están listas? —preguntó mientras nos hacía seña para que subieramos al auto.

—Yo sí, mi hermana no lo sé... —sonrió Deborah viéndome con ojos luminosos, esperando que no rechazara la idea al último momento—. Vamos, la verdad es que el estómago me está comenzando a rugir. —Confesé, mientras salíamos.

   Sentándome en el puesto de atrás, el auto comenzó a andar, a través de la ventana observaba mi vecindario y como nos íbamos alejando de él, pequeñas casas que al no ser nada lujoso, sentías esa calidez de hogar con tan solo mirar las fachadas. El lugar donde crecí, donde supe qué era una familia. En menos de cinco minutos nos encontrábamos aparcando el auto, desde el estacionamiento, el olor a comida recién hecha se adentraba en mis fosas nasales, haciendo que me diera más hambre. Era un pequeño pueblecito no muy lejos de donde vivíamos, lleno de varios restaurantitos modernos, de esos que la gente solía escoger para tomar algún aperitivo, acompañado de una larga plática y una que otra taza de café si era de tarde o si era un día lluvioso.

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