Capítulo 3.

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No, no puede ser. Tienen que ser imaginaciones mías, no puede haber dicho eso.

— A ver, ¿qué estás diciendo, te has vuelto completamente loca? — Mi rabia ha explotado, noto la ira recorrer cada extremidad de mi cuerpo. Quisiera contenerla pero ya no es posible.

— ¡No me hables así! — Grita, tal para cual, de algo me sale este carácter.

— ¿Que no te hable cómo? ¿Me estás diciendo de verdad que ese tío desconocido va a dormir en nuestra casa? — No es mi voz, si no una especie de rugido que sale de mi garganta.

— No es un desconocido, ya te lo he dicho. Es un buen amigo y necesita...

— ¡No es nadie para mí! ¡No lo será nunca! — Quiero irme, necesito hacerlo ahora mismo y me doy la vuelta directa a mi habitación. Lanzó patadas y manotazos al aire mientras grito sin parar.

Según Sara, tengo ciertos ataques de ira. Según yo, solo me pongo así si alguien me hace enfadar como ahora.

Una vez en mi habitación, descanso agotada con las manos en mis rodillas. Silencio, todo es silencio por toda la casa.
Mamá y... ese tal Hugo deben estar esperando que me calme.

Un buen rato después oigo sus voces, aunque muy lejanas, ahogadas debido al piso que nos separa. Aún así y debido a que no he cerrado la puerta, consigo escuchar algo.

— No quiero provocar esto, Pilar — Le dice ese tipo a mi madre — Podemos darle más tiempo, me mudaré en unas semanas, o quizá unos meses, puedo buscar cualquier otro sitio, quizá es demasiado difícil para ella asimilar que alguien más viva aquí.

¿Asimilarlo? ¡No lo asimilaré nunca, nunca! El único que tendría que estar aquí es papá, enseñándome cosas, dándome sermones, contándome historias antes de dormir. Mirándome con ese cariño que solo podía darme él. No puede haber nadie que lo sustituya.

— No dejaré que eche a perder mi vida como está haciendo con la suya. — Las palabras de mamá me duelen, no siento su amor de madre desde hace años. Desde que papá se fue somos como dos desconocidas que comparten techo.

Sin pensarlo dos veces me asomo a mi ventana, que da al segundo piso de la casa. Es grande, por lo que permite que quepa todo mi cuerpo.
La atravieso con cuidado para no resbalar y siento el aire de la noche golpear mi cara.
No es la primera vez que hago esto, no obstante me da miedo caer. Apoyo una rodilla en el alféizar y con el otro pie busco el apoyo de la ventana del salón, que está justo debajo. Una vez que lo encuentro, dejo todo mi peso en esa pierna hasta que bajo la otra mitad de mi cuerpo.
Solo tengo que dar un pequeño salto para estar en tierra firme.

Vale, ¿y ahora dónde voy? Miro a ambos lados, la noche ya ha entrado. Está oscuro, deben ser las once de la noche por lo menos.

Me dirijo a casa de Sara, sus padres están acostumbrados a que duerma allí alguna que otra vez, no les pillará por sorpresa verme de nuevo. No está muy lejos y caminando tardo unos diez minutos. Pulso el timbre de la gran puerta blanca y poco después es su madre quien abre.

— ¡Pero Melisa! — Solo se hace la sorprendida, a estas horas era muy probable que fuera yo — ¿Estás bien? ¿Qué haces aquí tan tarde? Podría haberte pasado cualquier cosa... — Mira a ambos lados de la calle, preocupada.

— Siento presentarme así pero, ¿está Sara en casa? — Trago saliva, incómoda — Es que verá... he discutido con mi madre.

La madre de Sara pone los ojos en blanco. Sabe de sobra lo distanciadas que estamos mamá y yo desde hace años. Nuestra peculiar relación.

Se hace a un lado para dejarme pasar, asintiendo. No hace falta que me diga nada más, conozco el camino de memoria y voy hacia la habitación de Sara.

En busca de la felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora