Capítulo 22.

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Hugo.

Vamos pequeña, dime que tú sientes lo mismo, dime que también quieres besarme y que no quieres que termine esta loca aventura que nos vuelve locos a los dos.
Observo sus preciosos ojos enormes y expresivos, sus gruesos labios, su hermosa figura que llama la atención aunque ella quiera ocultarlo... claro que podría ser modelo, sin ninguna duda.
Mel, la chica menos común que he conocido en mis veintiocho, la chica que me tiene completamente hipnotizado haga lo que haga. Ya sea insultarme o devolverme un beso que le he robado. Ya sea dedicarme su mayor mirada de asco o mirarme con deseo.

— ¿Y bien, pequeña? — Cojo un mechón de su castaño y ondulado pelo, metiéndoselo tras la oreja. — ¿Qué me dices?

— ¡Hugo! — Exclama frunciendo el ceño — ¿Por qué tienes que hacer que todo sea tan difícil?

— Hagámoslo fácil — Me estoy volviendo loco pidiéndole algo así, completamente loco por Mel. Apenas es una niña, pero ni ella misma se da cuenta de su madurez.

— ¿Qué me estás pidiendo exactamente?

— Que intentemos que lo nuestro salga adelante — Va a replicar, pero consigo callarla con un gesto de mi mano — Lo sé, es la mayor locura que he hecho en mi vida, pero... no puedo con esto. No aguanto tenerte tan cerca y no poder hacer nada.

Me mira, respira hondo. Mi Mel, la chica más dura y a la vez más inocente que he conocido jamás, quiero tenerla conmigo. Saber que yo le di el que fue su primer beso hace que el corazón se me acelere, me tiene cautivado.

— Pero tú vives aquí, y yo vivo aquí, ¡y también mi madre, que creo que está loca por ti! — Se levanta, sacando todo su carácter — ¿Me estás vacilando? ¡Qué es mi madre, Hugo! Que no es mi prima segunda, ni la vecina... ¡es mi madre a la que le gustas! — Repite a gritos, para que me quede claro. Así es ella, está enfadada y aún así saca todo su ingenio.

Intento aguantar la risa, pero es demasiado, es única. Mis comisuras hacen fuerza para que mi carcajada pueda salir, pero lo impido tanto como me es posible.

— ¿Encima te ríes? ¡Que te den, Hugo! — Sale maldiciendo y pegando puñetazos a todo lo que ve por el camino, y yo me apresuro a seguirla, sabiendo lo que me espera.

Subo las escaleras hasta llegar la puerta de su habitación. Entraría, pero conociendo a Mel, me tiraría cualquier cosa a la cabeza.

— Pequeña... ábreme, por favor... — Apoyo mi cabeza en su puerta, como muchas otras veces.

— ¡Vete por ahí, Hugo! Búscate a otra que esté igual de mal de la cabeza que tú, yo no he llegado a ese extremo todavía.

— ¡Qué burra llegas a ser! — Exclamo sonriendo, ahora que no me ve — No has entendido nada de lo que he querido decir.

— Te he entendido perfectamente, ¡venga, vete! — Oigo su voz ahogada por la madera y la pared que nos separa.

— Mel, te quiero para mí, solo para mí y solo a ti, ¿entiendes eso? Solo tú y yo.

— ¿Y mi madre cuándo entra a la escena? ¿En el segundo acto? — Y ahora sí, estallo en carcajadas sin poder evitarlo. No quiero ni imaginarme lo enfadada que puede estar escuchándome — ¡Estas completamente loco! – Dice... y para mí sorpresa, su voz se oye algo divertida.

Tardo un rato en poder recomponerme. Otra cosa no, pero Mel me hace reír más que cualquiera haya hecho antes. Puede que su madre le preocupe, y en cuanto a eso, no puedo negarle lo evidente. Tiene razón, a Pilar le gusto desde hace tiempo, me di cuenta a los pocos días de llegar a su casa, sus constantes muestras de cariño e insinuaciones me lo confirmaron poco después, lo que no imaginaba es que era incapaz de fijarme en ella porque Mel ocupaba toda mi atención.

Pero esa no es su mayor preocupación, si no el miedo a perderme, siempre lo ha tenido a pesar de querer demostrarle que me quedaré a su lado. Lleva la muerte de su padre tan incrustada, que es incapaz de demostrar nada hacia nadie, y, cuando comienza a hacerlo, quiere alejarse, huir. Tiene miedo a sufrir de nuevo, y tampoco puedo culparla por eso, solo hacer que entre en razón.

Tras unos segundos de silencio quiero comprobar si se le ha pasado el enfado, así que vuelvo a apoyarme contra la puerta cuando escucho una fría voz a mi espalda.

— ¿Qué haces ahí? — Vaya, Pilar ha llegado. ¿Cómo explicarle algo coherente en estos momentos?

— Eh... yo... — No tengo explicación.

— Tienes los ojos... enrojecidos— Dice seca. Sí, acabo de partirme de risa con tu hija, quiero decirle. Ella suele hacerme sentirme así.

— He pasado todo el día revisando fotos, tengo los ojos cansados – Respondo al final.

— Ya, pero repito, ¿qué haces en la puerta de Melisa? — Delante de mí siempre la llama así, y más cuando está enfadada con ella, que es la mayoría de las veces.

Abro la boca para explicarme cuando un grito sale de las cuatro paredes donde se resguarda Mel.

— ¿No tenéis otro sitio dónde puedas echarle la bronca, mamá? Me estáis molestando.

Pilar frunce sus labios en una línea recta y abre la habitación, encontramos a Mel sentada la cama, con el oso que le regalé entre sus piernas. Se sorprende al vernos ahí y abre mucho los ojos.

— Mel, Hugo y yo estamos hablando, no seas impertinente.

Ella se levanta, con el pelo revuelto sobre la cara, y se acerca furiosa. Sonrío en mi interior como un estúpido al ver cada uno de sus movimientos.

— ¿No sabes lo que es la intimidad? Si estás hablando con Hugo, habla en cualquier sitio de la casa que no sea la puerta de mi habitación.

Pilar se rinde esta vez, no sé si es porque no puede con ella, o simplemente porque no quiere discutir. Se aleja por el pasillo resonando sus tacones en cada paso que da.

— ¿Y tú que estás mirando? – Me increpa ahora a mí, haciendo que reaccione de golpe, le guiño el ojo por última vez y salgo tras Pilar. Normalmente, intento mediar entre ellas.

Está en su habitación, con la puerta de par en par y sentada en la cama, quitándose los zapatos.

— ¿Estás bien? — Le pregunto desde la puerta.

— No la soporto, Hugo. Es una consentida y se cree que es ella la que manda aquí. — Mel puede tener defectos, como cualquier chica de diecisiete años con mil cosas en la cabeza, pero, ¿consentida? No estoy de acuerdo.

— Tranquila... — No sé qué decirle, últimamente no nos vemos, y de hecho, cuando coincidimos en casa, solo me reprocha cosas que no entiendo, como si estuviese molesta conmigo.

No es la misma Pilar que conocí hace tiempo, la misma que me ofreció su casa cuando supo que en la mía habían descubierto varias vigas mal construidas y a punto de caerse y debía salir de allí mientras arreglaban el desastre. Le dije que buscaría una habitación de hotel para quedarme mientras, pero ella insistió en que tenía una habitación libre, además, sería más barato quedarme en su casa que en un hotel.
Cuando mencionó que tenía una hija adolescente un tanto rebelde, no imaginaba que la relación entre ellas era de esa manera, ambas tienen un fuerte carácter que les hace chocar cada vez que se cruzan. Tampoco tenía ni idea de la tragedia de su padre, Pilar nunca lo había mencionado.

Me fijé de Mel casi el primer día que la conocí, no pude remediarlo.
Intentaba centrarme en el trabajo, en tan solo tener una buena convivencia con ambas, pero enseguida me di cuenta de que si me acercaba a Mel, me alejaba de Pilar. Fue algo que no pude evitar, porque he elegido sin apenas darme cuenta.

Mel, ¿qué pensaría ella si le dijera que hasta he comenzado a quererla? Se asustaría, seguramente.

Necesito tiempo, al menos hasta que ella sea mayor de edad y ya no viva en esta casa, que pueda tomar sus propias decisiones. Entonces le pediré que se venga conmigo, donde sea que no interceda su madre. Una vez lejos de aquí, dejará de preocuparle eso.

Después, solo tengo que demostrarle que lo que siento por ella es de verdad. 

En busca de la felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora