Capítulo 34.

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Solo nos queda un día aquí. Qué rápido pasa el tiempo cuando lo estás pasando bien. Además, apenas he pensado en Hugo... solo todos los días, ¿a quién quiero engañar? Olvidar a alguien cuesta más de lo que había imaginado al enamorarme.
Pero así es esto, ¿no? Cuando ves al amor venir, le abres los brazos y lo recibes con tu mayor sonrisa, sin pensar en lo que pasará después. Y ese fue mi error, no pensar que Hugo me acabaría traicionando como lo hizo.

Pensaba en él, sin ninguna duda, pero me obligaba a no echarlo de menos, a que debería odiarlo, aunque, ¿cómo odias a alguien a quien un día quisiste? ¿A quien todavía quieres?

— Mel, ¿estás despierta? — La voz de Leo suena ahogada detrás de la fuerte puerta de la que ha sido mi habitación esta semana.

— Si, Leo. Pasa — Estoy guardando unas cuantas cosas en la maleta.

Asoma primero su cara, lo primero que veo son sus dos ojos azules que me trasmiten calma, dulzura. Es un gran chico, qué pena que lo haya conocido en tan mal momento.

— Vamos a ir al campo a comer antes de volver a la ciudad — Me informa, con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones cortos.

— Ah, bien, enseguida bajo — Me miro, voy en pijama — Voy a vestirme.

— Hasta ahora — Me guiña un ojo y una sonrisa aparece en mi cara de forma automática.

Me despido con verdadera lástima de la casa del pueblo. Tan solo estábamos a tres cuartos de hora de la ciudad, pero era como si estuviera en el otro lado del mundo, sin poder comunicarme. Ni siquiera sé dónde tengo el teléfono, rebusco en la bolsa de viaje hasta que lo veo en el fondo, abandonado y claro, todavía apagado.
No lo encenderé todavía, no hasta que estemos de vuelta.

Con el coche a poca velocidad, recorremos el camino de tierra para ver si encontramos un buen sitio para parar a comer. Cuando el camino se complica, el amigo de Javi decide dejar el coche y que caminemos. Comenzamos a meternos entre árboles y a subir sin parar, ¿es que no se acaba nunca? Al parecer, no. Estoy apoyada en el tronco de un árbol cuando a unos cuantos metros escucho voces.

— ¿Qué hacen esos ahí? — Pregunta Rober haciendo visera con su mano sobre los ojos. Los demás miramos hacia donde señala, tiene razón, hay un grupo de gente no muy lejos.

— Ni idea, pensaba que todo esto estaba siempre vacío... lo único que hay es un puente algo viejo que yo sepa. — Javi se encoge de hombros, tan extrañado como todos

Entrecierro los ojos para que la vista me llegue a toda aquella gente, sin duda están haciendo algo, pero, ¿el qué? Siento curiosidad.

— Acerquémonos — Sugiero.

Todos somos un poco cotillas así que no perdemos un minuto. Voy comprendiéndolo cuanto más cerca estamos, y no lo puedo creer, sí, hay un puente, pero no tan viejo como acaba de describirlo Javi, parece estar reformado porque saltan desde él. No quiero decir que la gente se tire y ya está, sería de locos. Simplemente están haciendo puenting.

¡Qué pasada! — Exclama Rober cuando un hombre salta con la única sujeción de una cuerda atada a los tobillos, tenías que armarte de valor para hacer algo así, desde luego — ¿Nos apuntamos?

— Ni de broma — Es Sara la que contesta, seria y con una cara de pánico que me parece graciosísima.

— ¡Cobarde! — Me burlo de ella.

— Tú tampoco serías capaz de saltar, estás loca, pero tanto... no lo creo. — Me empuja.

— Oh, Sara, no me provoques... — Le estiro del pelo.

— Vamos, hazlo. — Se cruza de brazos y me mira con su expresión de "no tienes lo que tienes que tener".

— Lo haré. — Me doy la vuelta y voy hacia la fila decidida, ¿voy a hacer esto solo por quedar por encima de Sara? Tiene razón, estoy completamente loca.

— ¡Eh! Yo me apunto — Rober viene detrás de mí, no es la persona que más quiero ver en este momento, pero... supongo que su compañía me puede servir.

Me tiemblan las piernas según voy acercándome, pero desde luego no voy a dejar que los otros vean que tengo miedo. Nos acercamos a uno de los instructores, que organiza la fila, aunque no hay mucha gente, solo dos más delante de nosotros.

— Nos queremos tirar — Le digo intentando mantener mi voz firme y segura.

— ¿Sois mayores de edad? — Nos mira de arriba a abajo, con desconfianza.

— Claro, ¿quieres mi D.N.I? — Le pregunto, con cara de pocos amigos.

— No, me fio. — Ya, claro que se fía. Lo hace cuando le pagamos treinta euros cada uno, ya puede merecer la pena.

— Voy a morir y encima me timan... — No puedo evitar reír al ver a Rober sudando a mi lado, y ahora no creo que sea precisamente por el calor.

— Pues no te tires. — Suelto.

— Hay cosas que hay que hacer al menos una vez en la vida. — Me coge la mano, que también la tiene sudada. — Mel, piénsalo, puede ser nuestro último día en la tierra y no me has dado ni un beso, no has probado mi esencia...

— Rober — Me suelto de su mano con asco — Si no quieres hacer puenting sin cuerda, no vuelvas a tocarme ni a hablarme, ¿vale?

— Qué poco sentido del humor, lo que necesitas es... — Lo fulmino con la mirada y se calla el acto.

— ¿Es que no me vas a dejar tranquila ni en medio de la nada encima de un puente?

Ya no responde, y sé el motivo; es nuestro turno. Cuando están poniéndome las protecciones necesarias Sara viene hacia nosotros corriendo y me intenta convencer una y otra vez para que no lo haga.

— ¡Era broma, Mel! ¿Cómo iba a saber que estás tan mal de la cabeza? No lo hagas, por favor. — Coge mi camiseta, tirando de ella.

— Ya no hay marcha atrás, Sara. — Intento que me suelte — He pagado.

— ¡Pues que te devuelvan! — Grita histérica — O lo pierdes, ¿qué más da? ¿Te vas a jugar la vida por unos míseros euros?

— Déjame, Sara. — Por fin me suelto de su agarre — Parece que lo vayas a hacer tú, ¿has visto hasta ahora que alguno se haya partido la cabeza? No, ¿a que no?

— Nunca pasa nada hasta que pasa, y hay probabilidades de que lo haga.

— Que den a las probabilidades. Está decidido, lo haré. — Le sonrío, mucho más convencida ahora.

Al fin se rinde y vuelve cabizbaja, no sé si por mis palabras o porque ya nos toca. Rober está blanco, no sé si no terminará por echarse atrás... pero ahora es mi turno.
Dejo que el hombre me asegure por todos lados, paciente, con el corazón latiéndome a mil por hora viendo la altura que tengo ante mí, voy a caer en picado en unos segundos.

— Todo bien — Me indica con el pulgar hacia arriba. — Sube con cuidado a la barandilla.

¿Que suba con cuidado? Ya claro, qué fácil es decir eso cuando ves a varias personas tirarse cada día. Igualmente pongo un pie sobre la barandilla, luego otro, temo caerme sin estar querer, cada parte de mi cuerpo tiembla.

— ¿Preparada? — Me grita desde abajo para que pueda oírle.

— Eso creo. — Cierro los ojos, sintiendo el aire caliente que me golpea la cara. Decido hacerlo así pero en el último momento hago lo peor, mirar abajo.
Viene a mí un pequeño vértigo, y no me extraña, eso está mucho más alto de lo que me hubiera gustado.
Me tomo unos segundos más, cierro los ojos de nuevo, sí, así mucho mejor. Respiro hondo tres o cuatro veces.

Y como una luz, su imagen viene a mi mente, la cara de Hugo, el cuerpo de Hugo... todo se aparece ante mí, parece que quiere detenerme, como si una voz interior me dijera que no lo haga...pero, ¿por qué ahora? No, no voy a permitirlo.

Por fin, con un grito de rabia y hasta enfadada porque él vuelva a acudir a mis pensamientos, salto.

En busca de la felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora