Capítulo 33.

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Me despierto sin el ruido del tráfico, ni gritos... ni nada relacionado a la ciudad.
Solo oigo pájaros por ahí revoloteando y el poco viento que sopla ahora, ¡esto es la verdadera vida!

El suelo de madera de la vieja casa cruje bajo mis pies cuando voy a desayunar al piso de abajo. Leo y Jaime ya están ahí, son los únicos despiertos hasta ahora.
Los saludo mientras me sirvo un vaso de leche fría, el calor ahí es mucho más sofocante de lo normal dado que apenas hay sombras.

— ¿Cómo has dormido? — Leo me dedica su famosa sonrisa dulce.

— ¡Genial! Ojalá despertara cada día aquí.

— Esto está demasiado vacío, ¿no creéis? — Nos pregunta Jaime mordiendo una galleta. — Es un poco aburrido.

— Para nada, esto es perfecto. No escuchas la bocina de los estúpidos coches debajo de tu ventana ni a los niños pegando gritos y correteando por todos lados — Suspiro.

— Bueno, eso es parte de la ciudad — Se encoge de hombros — Solo hay que acostumbrarse.

— Es mucho más fácil acostumbrarse a algo como esto.

— Estoy de acuerdo contigo — Leo apoya la barbilla en sus manos, sobre la mesa, mirándome desde abajo — Si quieres compramos la casa y nos quedamos aquí a vivir... — Observa toda la sala con el ceño fruncido. — Solo necesita algunas reformas.

— ¿Comprar la casa? — Ambos miramos las escaleras, Javi baja con Sara de la mano. — Mis padres no te la venden ni de broma, ¡le tienen más cariño que a mí!

Reímos, sentándonos todos juntos a desayunar. Decidimos dar un paseo por el pueblo después de comer y así conocer la zona, pero al final resulta no ser tan buen idea como parecía en un principio, pues el calor es sofocante y asfixiante, ¿es posible que haga cuarenta grados ahí fuera? Probablemente sí.

— ¿Aquí no hay piscina? — Rober está tirado en el suelo, abanicándose con las manos cuando volvemos tras el paseo — ¡Qué asco de calor!

— ¿Piscina? — Pregunta Javi con ironía — A no ser que te conformes con el río...

Y eso nos ilumina. Un rato después estamos preparados, pero esta vez aunque está cerca decidimos coger el coche para ir hasta el río. Todo lo que tengo puesto ahora mismo es prestado por Sara, ya que me negué a pasar por casa antes de venir aquí.

Una vez que el amigo de Javi aparca, nos dirigimos a una explanada cercana en la que, por supuesto, no hay nadie.

Los chicos caminan delante, sin camiseta y con la toalla apoyada sobre el hombro. Sara y yo vamos más retrasadas y mi amiga no para de cotillear y murmurar sobre ellos.

— Mira Leo, ¡está muy bien! — Suelta con los ojos como platos y señalándolo sin ningún disimulo.

— Vamos, Sara, ¿en serio me vas a hacer esto? — Pongo los ojos en blanco.

— Pero Mel. ¿No hacen esto las chicas? Comentan sobre chicos — Me pega un codazo en el costado.

— ¿Y qué se supone que tengo que decir?

— Pues... ¡oh, Sara, tienes razón, Leo está para mojar pan! — Intenta imitar mi voz sin ningún éxito.

— ¡Oh, Sara, tienes razón, Leo está para mojar pan! — Repito poniendo cara de tonta y pestañeando sin parar.

— ¡Lo sabía! — Grita demasiado fuerte, haciendo que los chicos miren.

— ¡Cállate! — Río, empujándole.

Llegamos por fin a la pequeña explanada, donde extendemos las toallas. El río resulta estar bastante bien, aunque el agua está algo fría nos sirve. Además, hay una gran roca en el medio que nos sirve de trampolín y desde donde saltamos una y otra vez.

— ¿Juntos? — Leo me coge la mano cuando estoy a punto de saltar.

— Juntos. — Asiento, observando nuestras manos entrelazadas.

Contamos hasta tres a la vez y saltamos, Leo me aprieta más fuerte cuando vamos por el aire y solo me suelta cuando nuestros cuerpos golpean el agua con fuerza. Salimos riéndonos a carcajadas.
Solo paramos cuando todos estamos agotados y empieza a hacer algo más de frío.
Decidimos volver a la casa y preparar una buena cena, creo que todos tenemos apetito después de la tarde que hemos pasado en al agua.

— ¿Hacemos una barbacoa? — Es la mejor idea que se le ocurre a Rober desde que lo conozco.

A todos nos parece bien, por lo que Javi y Rober se encargan de prepararla mientras los demás nos sentamos a su alrededor.

— ¿Lo has pasado bien? — Leo se sienta a mi lado.

— Pues sí, estoy disfrutando mucho aquí, ¿y tú?

— Me gusta pasar tiempo contigo. — Me estremezco por dentro, un estremecimiento tan familiar... que Hugo me viene a la cabeza de nuevo.

Narra Hugo

El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura. — Odio la maldita voz de su contestador.

¡Venga ya! ¿Es que no piensa encender nunca el teléfono? Tiro el mío en el sofá con furia.

— ¿Has sabido algo de Mel? — Le pregunto a Pilar todo lo despreocupado que puedo parecer.

— Se han ido unos días al pueblo de uno de sus amigos — Murmura, sin quitar la vista de la pantalla de su móvil.

— ¿Y... durante cuántos días? — Insisto. Sentándome en el sofá.

— ¿Y eso qué importa? — Frunce el ceño, cruzándose de brazos y dejando su móvil en la mesa — Sin Mel esta casa es todo tranquilidad. Ya volverá y terminará la paz. Además... así estamos a solas. — Se acerca a mí, provocativa, incluso pone una mano en mi pierna.

— Eh... pero yo... tengo una sesión. — Miento, levantándome como un resorte y cogiendo la cámara.

— No me habías dicho nada. — Suena desconfiada.

— Me han avisado esta mañana, lo siento — Disimulo — Luego te veo — Se levanta para venir hacia mí, pero soy más rápido, abro la puerta y salgo, cerrándola enseguida. Respiro hondo una vez en la calle.

Me siento en el coche, con la cámara entre las manos observando sus fotos, una tras otra... Mel, mi Mel. Aunque ya dudaba de que fuera mía.
No podía seguir así, si supiera el pueblo donde está iría a buscarla, incluso pienso en ir a casa de su amiga Sara y preguntar, pero me tomarían por loco. Además, puede que Mel solo se haya agobiado y haya decidido poner distancia, quién sabe, es imprevisible.

¿Qué estaría haciendo? Quizá estaba con ese amigo de la moto, ese amigo que está claramente enamorado de ella. Como yo.
Puede que todo haya cobrado sentido para ella, habrá pensado en que no pintaba nada con alguien como yo...

Mel, yo solo quería sacarte del pozo en la que estabas metida. Háblame, dime qué ha pasado, dime qué he hecho tan grave, insúltame, pégame... desahógate como tú sabes hacerlo. Como tantas veces has hecho en tus cortos dieciocho años.
Solo aparece de una vez y dime qué está pasando por tu cabeza.

Mando un nuevo WhatsApp que tampoco recibe. Como ninguno de los cuatro anteriores, uno por cada día que llevo sin verla.

Ya son cinco días así, ¿cuánto tiempo más va a durar esta tortura?

En busca de la felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora