Capítulo 31.

5.3K 286 6
                                    

Sigo sin creerme todo lo que acaba de pasar.
Tengo que desengañarme de una vez, saltar de esta nube en la que flotaba gracias a Hugo y caer al fondo, donde mejor estaba, donde nadie podía hacerme sufrir porque yo ya tenía el la herida cicatrizada, y sin dejar de doler.
Hugo ha logrado sacarme para nada, simplemente para volver a hundirme.
Ya no saldré de ahí, me niego a salir.

Esa noche no duermo, es imposible poder dormir con la cabeza hecha un lío y el corazón hecho añicos.
Cuando empieza a amanecer me levanto, creo que son las siete de la mañana, por lo que ninguno de los dos está despierto.
Supongo que Hugo sigue dormido, en el mismo sitio en el que ayer terminó de destruirme, en la habitación de mi madre.

Me doy una ducha lenta, ya que no tengo ninguna prisa, y después me pongo lo primero que encuentro y salgo de casa. No hago nada, no hay nada que pueda hacer para que el dolor que siento se calme.
¿Quién me manda enamorarme? Al fin y al cabo el amor siempre acaba igual, nunca hay finales felices, y el mío no iba a ser muy distinto.

Espero sentada en un banco, con mis auriculares, mirando allá arriba los pájaros felices, o quizá no tan felices... quién sabe.
Las personas más madrugadoras y los primeros coches aparecen por las calles que ya empiezan a ser calentadas por el sol.
Son las nueve, la hora en que los padres de Sara se van. Necesito a mi amiga ahora mismo.

Llego a su casa pero no llamo a la puerta, ya que no se enterará. Marco su número y tengo que insistir muchas veces sin éxito hasta que oigo la voz soñolienta de Sara.

— ¿Si?

— Ábreme la puerta, por favor.

En dos minutos está ante mí, con el pelo rubio totalmente revuelto, el rímel corrido y en pijama.

— ¿Qué haces aquí? — Pregunta dejándome pasar.

— Tenía que alejarme de casa, Sara. Siento haberte despertado — Digo intentando sonreír, aunque soy consciente de que no me sale.

— Mel, no estás bien — Dice ahora seria. Se sienta pegada a mí, escrutándome con la mirada. — Cuéntame qué ha pasado.

— Supongo... que lo que tenía que pasar.

— ¿Has discutido con Hugo? — Niego con la cabeza — ¿Con tu madre?

— Tampoco. No ha pasado nada de eso. — Respiro hondo, frotándome los ojos que supongo que me pican por la falta de sueño.

— ¿Me lo quieres contar de una vez, Mel?

— Anoche los pillé... ya sabes, por la noche, cuando llegué — Escupo de la forma más desagradable que puedo.

— Lo siento... No sé qué decir. — Es raro que Sara no encuentre las palabras — ¿Tú los viste?

— Los escuché. — Muevo la cabeza a ambos lados — Tendría que haberlo visto, Hugo hizo lo que quiso conmigo y luego me dio la patada.

— No podías imaginarlo. Por la forma en la que te mira... — Hace un pausa —... te miraba, yo tampoco lo hubiera pensado.

— Pues así es, Sara. — La miro a los ojos — Tienes que hacerme un favor, sácame de aquí unos días. Donde sea, vámonos.

— Pensaré en algo. — Aprieta los labios, mirando al techo — He ido con Javi alguna vez a su casa del pueblo, supongo que podremos pasar allí unos días. Déjame que hable con él y organizaremos todo, ¿vale?

— De acuerdo, muchas gracias, de verdad.

Paso todo el día en casa de Sara, su madre se encarga de llamar a la mía diciéndole que estoy ahí. Mi móvil está apagado desde esta mañana, no quiero saber nada de ella y mucho menos de Hugo. He estado a punto de romper el teléfono y tirarlo, pero he cambiado de opinión, con estar fuera de cobertura bastará por el momento.

En busca de la felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora