III

215 25 8
                                    

"Kibum, no vayas a golpearme por favor, pero ¿Puedo besarte?"

"P-por supuesto que no" El sonrojo en sus mejillas decía exactamente lo contrario a lo que expresaba con palabras. A Minho en lugar de detenerlo le sacó una sonrisa. Esa obra de arte era perfecta, tan hermosa.

"Te golpearé si lo haces" Amenazo con el puño.

"Entonces que eso sea después, porque ahora ya no creo aguantar a que lo hagas" Dicho eso acorto la distancia entre sus cuerpos, entre sus rostros, entre sus labios.

Se besaron ahí, en una de las calles por la que pasában todos los días. Y era la gran manzana en donde se encontraban. El cúmulo de gente era a otra escala, aún así ninguno de los dos escucho ni una sola queja, ni siquiera por bloquear el camino.
Minho le sostuvo fuerte le muñeca, sin la intención alguna de dejarlo ir, porque este si lo había intentado ya. Gracias a eso, el tampoco tuvo movilidad.

En su lugar la gente quedo perpleja mirando tan encantadora escena. Había otros que distraídos en sus vidas seguían su camino, pero muchos se habían quedado para disfrutar del espectáculo. Kibum de entre los que no se desplazaron. Después de forcejear débilmente, sabiendo que no iba a lograr nada, tuvo que resistir tan delirante acción de parte de su enamorado.

Una vez se separaron, al que le habían robado el contacto, bajo el rostro. Se puso más rojo, aunque el propio Minho lo creyera imposible.
Sacándole una sonrisa del tamaño de la luna, que para el otro fue imposible de ignorar.

Si yo lo expresara con palabras, nunca terminaría de dilucidar todo lo que ese momento me hizo sentir. Yo no contaba los días, no era minucioso como el. Pero sabia que seguramente llevábamos ya poco menos de dos meses de conocernos cuando me rapto los labios.
Y aun así era increíble que, un joven enfrascado en su individualismo y adicto al trabajo como yo, se viera por así llamarle, distraído, por algo tan simple como el enamoramiento de unas semanas por acosos y palabras bonitas recitadas únicamente hacia su persona.
No, no era posible. Pero ya esta ocurriendo.

Siguió leyendo una de las interminables notas que su amor se encargaba de recordarle a la perfección. Esa anterior relataba ese momento tan significativo en su historia, así como muchos otros secretillos que le faltaban por recorrer con la mirada.

La siguiente era esa vez en donde le había colmado la paciencia convenciéndole de una decisión de la que no se arrepentiría aunque en ese momento le produjera migraña.

Estaba subiendo las escaleras de mármol que lo llevaban a su paraíso, el mismo edificio que yo llamaría la prisión que lo encerraba de mi. Una revista de modas nunca se habría visto mas imponente ante mis ojos.

Mi padre me había prohibido continuar con mi trabajo y seguir con mi legitima progenitura en la firma de la familia, con la única condición de aceptar mi relación inexistente con Kibum. Pero el no entendía que parte de mi sueño también era tener sus recuerdos de esta forma.

Es verdad que todos habían terminado probablemente igual de agradados con el que yo mismo. Sulli no paraba de obstinar que quería ver al chico bonito de nariz respingada de vuelta en casa. Si tan solo supiera lo difícil que era persuadirlo.
Con eso de mi lado ya muchos puntos se sumaban a mi favor. No dejaría ninguna de mis dos pasiones.

Por eso seguía yendo todos los días a la Madison Avenue, a la altura del Empire State, a donde caminaba a diario mi Bum.
Nuestro camino se diferenciaba únicamente en que yo hacia una primera parada en esa tienda de flores que había unas cuadras atrás y preguntaba por la mas fresca de ese día. Componiendo entre su ramo de todas las semanas rosas, margaritas, tulipanes.

A la orilla de Nueva York (Minkey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora