CAPÍTULO III: Cody

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-¡Eh, Cody! Quieres darte prisa -una muchacha lo llamó desde la entrada de una pequeña granja al verlo llegar.
-Hola, Íngrid -dijo sin más soltando las asas de la carretilla que llevaba en manos.
Cogió un par de trozos de madera de su interior y esquivó a la joven dirigiéndose al establo.
-¿Qué? ¿Tampoco me vas a dar una explicación por el retraso? -la llamada Íngrid se giró bruscamente y le sostuvo el brazo.
-Estoy cansado, ¿vale? Ha sido un día duro.
-¿Y qué culpa tengo yo? Estás así desde que se llevaron a la mansión la chica adinerada esa... ¿cómo se llamaba?
-Moon -dijo Cody y se liberó de la mano de Íngrid, bruscamente. Acto seguido continuó su viaje al establo.
-¿Por qué siempre que hablamos de Moon te pones así?
Cody hizo como si no le escuchara. Colocó los troncos en una esquina y se dirigió a la carretilla para repetir la acción.
-¿Vas a responderme de una vez? -gritó Íngrid al ver qué pasaba delante suyo sin hacerle caso omiso-. Estás enamorado de aquella joven.
-¿Qué dices?
-Yo no te preguntaba nada. Sólo lo afirmaba.
-Mira, déjame. No estoy de humor.
-Como el señorito mande -Íngrid hizo una sarcástica reverencia y se metió al interior de la granja.
-¡Eh, Íngrid! Espera.
Obtuvo de respuesta un fuerte portazo. Cody resopló; no le gustaba estar de malas con esa joven, pero ahora tenía otras cosas en mente. Últimamente sólo pensaba en Moon.
Quería volver a verla. Más bien, necesitaba volver a verla.

Recordó el día en que la conoció por primera vez...

Un hermoso ciervo bebía de un manantial, era presa fácil. Apuntó con el arco, pero una doncella detrás, tumbada en el suelo, llamó más su atención.
Se acercó; el corazón de ella aún latía. Debía de haberse resbalado y caído por la colina que se exponía en frente.
A juzgar por su caro vestido debía de venir sin duda de una familia adinerada. Pero de ser así, ¿qué hacía ella en el bosque?
La cogió en brazos y la llevó cuidadosamente a su hogar. Allí curó las pequeñas heridas y raspones que se había hecho al caer, destacaban en su perfecta y blanca piel.
Antes de que despertara la tomaba como la típica doncella de ciudad: estirada, mandona e increíblemente repelente. Puede que al principio lo fuera, pero el año entero que pasó en el campo junto a Cody la cambió por completo.
Ahora era luchadora, sabía valerse por sí misma y poseía algo que hacía que Cody no se la sacara de la cabeza.
La primera y profunda mirada que le lanzó. Sus ojos azules abrasaron los de él; era una mirada llena de repugnancia.
Con el paso de los días ese odio fue transformándose en respeto y más tarde en risas. A los pocos meses en algo más que una mirada que lanzas a un amigo. Era una mirada con un amor profundo y sincero... La añoraba mucho. Demasiado para su gusto.

-¡Cody! ¿Quieres cenar algo? -el grito de Íngrid le hizo salir de sus pensamientos.
Apoyó la cabeza sobre la puerta de entrada antes de empujarla. ¿Por qué no podía dejar de pensar en Moon? Dadas las circunstancias lo mejor que podía hacer era olvidarse de ella. Quizá enamorarse de otra chica, quizá... No. ¿Qué estaba diciendo? Tampoco era para tanto, con el tiempo la olvidaría, sólo había que esperar.
Empujó la puerta con decisión y entró en la estancia.
-¿Acaso hay comida? -preguntó abriendo y cerrando cajones en busca de algo que llevarse a la boca.
-Ten, come esto -Íngrid le ofreció un pequeño pastel.
-Gracias.
-No me las des a mí. Dáselas a la panadera -miró a Cody con la intención de que le devolviera una bonita sonrisa o un abrazo, pero el joven estaba centrado en el pastel-. Hasta mañana, entonces.
-Que descanses -se despidió con un buen trozo en la boca y salió fuera a tomar aire.
En la granja de al lado, no a más de doscientos metros de la suya, estaban quemando hiervas secas, o eso parecía.
Con el viento a Cody le llegaban olas de calor. Soltó una maldición, él había salido en busca de frío. Entró de nuevo de mal humor, ese no había sido un buen día.

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Despertó dos horas más tarde, las estrellas aún brillaban en el cielo, pero unos fuertes gritos hicieron que Cody se incorporara de inmediato.
-¿Íngrid? -no obtuvo respuesta-. ¡ÍNGRID!
Bajó a la planta baja. No pudo creer lo que sus ojos veían. Había fuego por todas partes, el humo le entraba en el cuerpo impidiéndole respirar.
¿Qué había ocurrido? Se quedó un instante sin saber cómo reaccionar, pero el grito de alguien tras él hizo que se girara.
-¡CODY! ¡SAL DE AHÍ!
Una figura humana lo llamaba desde fuera, pero él no podía irse, aún no. No podía marchar sin Íngrid.


Amor Sin SentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora