9. El arcade.

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17 de diciembre.

—Aquí estamos.

—¿¡Un arcade!?

Iris se veía genuinamente feliz por mi gran idea de traerla al arcade para nuestra cita. Bueno, hice bien en seguir a mi instinto cuando me dijo "sorprendeme".

—Si bueno, te he estado mirando estos días y sé que lo que más te gusta... es decir, lo que realmente te emociona es competir —me encojo de hombros—. Pensé que el arcade era una buena idea para dejar salir esa tú competitiva que se ve tan sexy.

—¡Es una gran idea! —ella tomó mi mano para llevarme dentro, estaba tan emocionada que reía sin razón aparenta—. ¿Sabes cuanto tiempo tenía sin venir a uno de estos? ¡Desde los dieciséis! Los amaba, Evan y yo nos gastábamos toda nuestra mesada en ellos, era genial —ella suspira y sonríe, es como si estuviera olfateando el lugar—. Nachos, máquinas y sudor de manos... —frota sus manos como si estuviera planeando algo malo—. Me gusta.

—Mierda, que rara eres —me río y niego con la cabeza frotando sus manos—. Vamos, quiero ganarte en unos cuantos juegos.

—¡Sí, claro! —ella bufa pero me sigue.

La cita comienza bien; estamos rodeados de pubertos pero eso es lo menos que le preocupa a Iris, son pan comida para ella en cada juego, de alguna manera logra el mayor puntaje en algunos juegos. Es increíble. Mi admiración por ella crece aun más. Iris me gana en todas y cada una de las partidas que jugamos, aunque dice que ha pasado tiempo recuerda perfectamente como jugar aquellos juegos viejos que aun están por ahí. No estamos hablando pero me gusta verla, me gusta verla tan feliz y animada por estar aquí. No es como si ella ignorara mi presencia, cada tanto me mira y sonríe, si no me ve detrás de ella voltea para buscarme... ella recuerda que estoy aquí y eso me basta.

El último juego para el que tengo monedas es para el juego de baile. Soy malísimo bailando así que no me uno a ella, no quiero avergonzarme frente a un grupo de pubertos y terminar en internet. No gracias.

Iris se enfrenta entonces a una adolescente menuda y rubia con el mismo aire competitivo que ella. Ambas se odian al verse, eso lo puedo percibir, son rivales de nacimiento. Es como si hubiesen esperado toda su vida para enfrentarse.

—Demonios, si no gana se va a enojar —oigo decir a un chico a mi lado.

—¿La rubia viene contigo? —interrogo.

Él parece un chico bueno, como ese tipo de chicos que hacen todo por su chica. Probablemente por eso luce asustado, su competitiva novia comienza bien su partida pero Iris está consiguiendo más puntos. Es caliente cuando baila como caricatura japonesa.

—Sí —él asiente desordenandose los rizos castaños—. Cuando no gana se pone de mal humor.

—Entiendo —apunto hacia a Iris—, la mía es igual.

—¿Es tu hermanita? —interroga curiosamente, lo miro mal.

—Mi novia —le corrijo.

Me doy cuenta de lo que he dicho después, pero no voy a retractarme.

Él frunce el ceño.

—Lo sé, parece una adolescente pero tiene veinte años —me cruzo de brazos—. Es legal, no soy tan viejo.

—Bueno, Iris me lleva unos meses, supongo que está bien —él resopla.

—¿Iris? —frunzo el ceño—. ¿Tu novia también se llama Iris?

—Sí... ¿La tuya igual? —ambos nos miramos, él levanta su mano, yo también y chocamos los cinco—. Genial... tu novia es linda.

—Diría que la tuya también pero tengo veinticinco años y ella probablemente no tenga más de quince —aprieto los labios, él asiente comprendiendo.

23 días contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora