10. Lo sé.

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18 de diciembre.

—Iris... —canturreo poniendo mi mano en alto al pararme bajo el umbral de nuestra habitación, ella está leyendo un libro muy tranquilamente acostada boca abajo en la cama—. Mira lo que tengo... —agito el muérdago sobre mi cabeza y le sonrío mientras traro de hacer una pose sexy.

—No —ella voltea su cara y mira el libro de nuevo.

Yo suelto el muérdago y salto sobre mis pies haciendo un berrinche para ella.

—¿Por quéeeee? —me quejo cayendo a su lado en la cama, ella se ríe y alarga su mano para tomar la mía y entrelazarla.

—Shhh, estoy leyendo —susurra y sigue concentrándose en su lectura.

La miro mientras lee apoyando mi codo en el colchón, alargo mi mano para quitar los mechones de pelo que caen sobre su cara y ponerlos detrás de su oreja. Ella me mira entonces y sonríe, amo esa sonrisa. Aprovechando que está concentrada en mí levanto la tapa de su libro para ver que lee. Está leyendo "El principito", mi copia de ese libro para ser más exactos, yo lo tomo y hago una mueca.

—Esto es mío —le digo levantando el libro.

—Sí, lo encontré por ahí —ella se ríe y me lo quita—. Imaginé que era tuyo por todas las veces que escribiste Hunter Watson en la última página y por el dibujo que hiciste de ti mismo vestido como el principito con la inscripción que dice "Yo soy el rey" —ella abre el libro en esa página.

—Desde pequeño tenía aires de grandeza —me excuso encogiéndome de hombros como si eso no fuera lo suficientemente humillante.

Ella rueda los ojos pero sonríe. Me mira atentamente por unos segundos y luego suelta—: No era más un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo lo hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

—¿Ese soy yo? —pregunto ladeando mi cabeza.

Ella asiente.

—Me domesticaste —le digo—. Y ahora tenemos necesidad el uno del otro, tú eres para mí única en el mundo y yo soy para ti único también —acaricio su mejilla con mi mano—. Fue el tiempo que pasé contigo lo que te hizo tan especial y no necesité mucho, la verdad, para descubrir que eres maravillosa, única entre cien mil otras rosas semejantes y ordinarias.

La gran sonrisa de Iris me sorprende. Ella sulta una pequeña carcajada feliz y luego se levanta apoyando las rodillas en el colchón, pone sus manos sobre mi pecho y me empuja contra este. Desciende y me besa, suave, con calma, me hipnotiza con los labios porque de repente siento que nada más importa sino este momento. Exhalo sobre sus labios cuando nos separamos, elevo mi cuello y trato de alcanzar sus labios de nuevo pero ella niega con la cabeza y se levanta pasando su pierna sobre mí, cae de espaldas a mi lado y giramos las cabezas para que nuestros ojos se encuentre. Iris enreda sus piernas con las mías, ambos reímos.

—Lo esencial no es visible a los ojos —dice entonces, sigue citando al principito—. Tenías que conocerme... —eso es por nosotros.

—Lo sé, ahora lo hago —alzo mi mano hasta su mejilla y la pellizco—. ¿No te asustarás si te digo algo que es... aterrador?

—Llevo más de una semana viviendo contigo —suspira Iris—. Nada me sorprenderá.

—Creo que voy a llegar a amarte pronto —le suelto rápidamente, ni siquiera dudo en decirlo.

Ella me mira como si en realidad eso hubiera sido lo último que hubiese pensado. Yo sonrío esperando que ella no se burle de mí, eso me rompería el corazón y ella prometió que no no haría.

23 días contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora