El ritual

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 - Mura navi - dijo la voz en la oscuridad y él sintió como todos los pelos de su cuerpo se erizaban. La sentía acercarse mientras repetía la misma frase como si se tratase de una especie de ritual. La secuencia se repitió hasta que la respiración de lo que fuera que repetía sin cesar mura navi acarició su mejilla y aunque solo se tratara de una brisa él la sintió como a un huracán.

 Intentó escupirla por más de que no pudiera verla -como si hacerlo fuera a dañar al líder del ritual- pero su boca estaba seca como el desierto en el cual había estado en un tiempo que le parecía tan remoto como las tardes que paso con David.

 Su pecho recuperó la sensibilidad y él deseó que no lo hubiera hecho. Sintió como su pecho se hundía, jamás hubiera pensado que lo que él decidió llamar Navi fuera tan pesado. La sensación de su pecho fue acompañada por una muy similar en su lado derecho. Entonces fue cuando la brisa que corrió por todo su rostro le indicó que se estaba elevando.

 - Mura navi - graznó otra vez Navi quien debía su nombre a sus monótonas palabras. El nombre era tan ridículo como llamar Mu a una vaca pero no era momento para pensar nombres. Su vida estaba pendiendo de un hilo aunque él no sabía que ello era tan metafórico como era literal.

 Cayó pero no sintió ningún dolor al hacerlo. La caída fue amortiguada, aunque no supo el porque en ese momento. Fue como caer en un colchón de agua como los que había cuando la civilización estaba intacta y podían permitirse tales lujos. La idea de un colchón de agua en ese momento le pareció tan absurda que a pesar de su situación una sonrisa se dibujo en su rostro.

 No era momento de sonreír, no podía permitírselo. Su cuerpo inmóvil descartaba cualquier posibilidad de lucha. Así que hizo lo único que podía hacer... gritar. Tal vez ello apartaría al celebrador del ritual pensó aunque realmente no importaba no había otras posibilidades. Gritó hasta sentir que su garganta se desgarraba.

- Mura navi - gritó a la par su compañero.

 Entonces él sintió un pinchazo en su mejilla. Al principio ardió, ardió como una vez lo hizo la casa de su niñez y después le provocó sueño. Quiso seguir gritando pero no pudo, su cara se iba adormeciendo y él también. Sus ojos se fueron cerrando aunque su vista permaneció intacta, con los ojos abiertos o cerrados solo veía negro.

 Se durmió y empezó a soñar. Empezó a soñar con el grito que lo despertó en medio de la noche cuando aun era un niño y el mundo no era un desierto.

Alerta: DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora