El abismo

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Miré al abismo y me devolvió la mirada. Elisa no siempre había sido madre, hubo un momento en que había sido niña. Sin embargo a los ojos de Damon siempre había sido lo que veía. La luz hacia daño a los ojos de un niño tanto tiempo ciego y aquello que se extendía a más de lo inmediato y cercano no se veía; era todo un gran abismo.

Elisa Walls, al menos a sus quince años jamás hubiera considerado que el futuro le llevaría a ser quien ahora era. Le hubiera resultado un chiste negro aquello. Sin embargo, así como para matar a una rana uno va subiendo la temperatura lentamente hasta que ésta se encuentra ya hirviendo y termina sellando el destino de la rana, los años pasaron sin que se de cuenta y su destino también se selló. Uno en la mente de quién no ha conocido el mal diría que jamás el destino esta sellado y absorto en sus pensamientos jamás sentiría como subía la temperatura hasta que ésta se encontrara ya en su estado de hervor. Entonces ya sería demasiado tarde.

Las decisiones que tomó Elisa fueron en apariencia insignificantes en las cuales el futuro permanecía invariante y seguía el camino planeado. Sin embargo, la imagen del futuro para Elisa no era más que una fotografía fuera de foco.

Pasarían al menos tres años hasta que Elisa se diera cuenta que la adolescente que había soñado no hace mucho con ir a la escuela de arte no había cumplido ninguna de las promesas que se hizo a si misma. Luego, siempre se pospuso sus sueños a causa de su marido y su hijo. Siguió prometiéndose a si misma que haría lo que proponía año tras año pero siempre había una excusa para no hacerlas. Lo cierto es que ya no era aquella adolescente que se cree capaz de hacer todo y que cree que cada escalón en el camino esta puesto ahí para ser subido sin importar que tan alto sea. Cuando uno crece no solo ve al escalón siguiente sino también al que esta dejando. Los años hacen del escalón que nos encontramos nuestro hogar hasta que finalmente uno no quiere moverse y se resiste a cualquier cambio que el nuevo escalón traiga sin ver también lo que nos priva haber tomado aquella decisión. Sin embargo, en la mente del sedentario esto no podría estar más alejado de una decisión, a los ojos de esta persona aquella elección no es menos cotidiana que decidir que va a comer.

Elisa finalmente olvidó esos sueños del pasado para vivir en la pequeña prisión que ella había construido para si misma. El único cambio que tuvo en su vida fue Damon y en él depositó todo su amor y proyectó en él los sueños que alguna vez habían sido suyos. Al igual que su hijo prestó poca o ninguna atención a las copas que bebía su marido y se sorprendió al verlo varias veces borracho a la hora del almuerzo. No obstante, como siempre, se limitó a hacer nada. Algunos creen que "hacer nada" significa no tomar una decisión; se equivocan. Uno decide hacer nada y limitarse a mirar, se cree observador cuando es actor.

Tan alejada estaba ella de la realidad y tan absorta en su hijo que no notó cuando el mal entró en la casa; no hasta verlo cara a cara. Ahora tenía un ojo morado como souvenir para recordarlo por toda su vida.

Elisa se encontraba tomando café con Dan, debía haber sido la única bebida no alcohólica que consumió en el día ya que había pasado de agregarle whisky. Cuando Elisa fue hacia la heladera a buscar leche y se volvió, Dan ya no estaba en la mesa. Lo llamó para ver si se había ido al baño pero lo dudaba. Vio la puerta abierta de la casa y una figura afuera. Se asomó a la puerta y lo vio caminando hacia el lago. Las ropas se encontraban tiradas al pie de la puerta y ella estaba pisándolas, esta vez no le importaba. Sintió correr el frío por todo su cuerpo al oír la llamada del lago que no alcanzaba el nivel de un susurro pero que era cálida como el beso de una madre. Se sintió tentada a responderla pero Dan interrumpió su vista y volvió en si misma. Supo que gritar no serviría de nada y corrió hacia él, fue entonces cuando se dio cuenta de lo lejos que se encontraba su marido. El pasto acariciaba sus pies descalzos pero la tierra ardía y quemaba sus pies. Había sentido esta sensación con el asfalto cuando vivía en la ciudad pero jamás allí. Parecía no llegar nunca a su marido y empezó a llamarlo a gritos a pesar de que sabía que era en vano.

El mundo parecía verse reducido a ellos dos y por un momento ni el pasto, la casa o el lago estaban; solo la oscuridad, Elisa y Dan. La alucinación se rompió rápidamente cuando Damon la llamó a gritos para entonces ella ya se encontraba con el ojo morado y su marido a unos pocos metros. Corrió hacia su hijo y luego de abrazarlo lo acostó. Finalmente, al salir de su cuarto y entrar en la cocina vio a su marido empapado sentado en la silla junto a su taza de café.

-Necesito una ducha- dijo con un tono neutro propio de él y se encaminó hacia el baño con aparente normalidad.

Esa noche los susurros del lago sonaron más fuertes que nunca y ella apenas pudo conciliar el sueño. El canto del lago le sonaba tan atractivo y familiar.

Alerta: DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora