Tengo que levantarme a otro día cruel aunque no quiera. Tomo mis gafas del buró y me dirijo a la ducha, un buen baño de agua fría me sentará bien. No quiero ir al colegio, pero si obtengo buenas notas puedo irme más lejos de aquí. Es una manera de huir. Al cabo de veinte minutos estoy listo. Y viene la parte más difícil: bajar a desayunar.
Normalmente el desayuno era la parte más divertida del día. Ahora sólo se respira un ambiente pesado y triste. Duele ver a papá tan decaído. Término mi plato de cereal y me despido de papá.
-Ten un buen día, recuerda que en la tarde iremos a ver a la abuela Clay.
-De acuerdo, estaré a tiempo.
-Suerte.
Me acerco a papá y lo abrazo. Hace tiempo que no lo hacía y por un momento me siento aliviado. Siento como empieza a aferrarse a mi un poco, así que lo suelto porque si no me pondré a llorar y el también. Este no es un momento adecuado para desahogarnos, es tarde. Ambos lo sabemos. Nos dedicamos una mirada de comprensión, me doy la vuelta y salgo de casa no sin antes regalarle un intento de sonrisa. Quiero convencerlo que todo irá bien. Y quiero convencerme a mi mismo también.
Cuando llega el autobús siento ganas de correr a casa. No quiero pisar el colegio y sentir las miradas de compasión de mis compañeros. Aunque han pasado varios meses no dejan de mirarme así.
Yo solía ser el chico alegre y juguetón del colegio. No tenía muchos amigos, sólo a Dan y Dave, los gemelos Kindelan. Llegaron a la ciudad hace casi cinco años. Se mudaron a la calle detrás de mi casa y nos hicimos inseparables. En el colegio se nos respeta, no por ser malvados si no porque nos llevamos bien con todo el mundo. Pero después de lo de mamá no quisiera ver a nadie. Sólo Dan y Dave me comprenden. Son unos chicos geniales y si no fuera por ese par de idiotas no tendría quien me animara a sobrevivir al colegio cada día.
No tengo opción, subo al autobús y siento que mis pies pesan como el plomo. Intento encontrar un asiento vacío y siento las miradas en mi como cuchillos helados. Intento ignorarlas y aunque trato no puedo acostumbrarme. A pesar de que lo viva todos los días.
Genial, hay un asiento vacío al final del autobús. Me dirijo a él y mi corazón se estremece al ver que mi compañero de asiento será Emma.
Hace tiempo que Emma no tomaba el autobús. No desde que comenzó a salir con Erick. El tiene un auto que aunque no es un modelo extravagante, al menos es decente.
Quiero dar la media vuelta y bajar del autobús pero es demasiado tarde y mis pies están clavados en el piso. Nuevamente no tengo opción. No puedo evitarla por siempre.
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El Viejo Sauce.
Teen FictionEs increíble cómo cambian las cosas de un momento a otro. Un minuto todo parece casi perfecto y al siguiente ves tu vida desmoronarse frente a ti, o al menos una parte de ella y tienes que continuar con la otra parte que queda aunque duela y aunque...