Quinta carta

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Querido chico de ojos castaños: 

El motivo de esta carta es diferente al resto, en ella no pretendo abrumarte con más preguntas cuyas respuestas pueden ser difíciles de contestar, por eso he decidido escribirte palabras que he guardado con el paso del torturador tiempo. 

Me fue difícil elegir los mejores recuerdos, pues a tu lado cada momento era especial. 

Desde despertarnos por la mañana a preparar el desayuno: un café con sólo una cucharada de azúcar para ti y tres para mí; huevos revueltos con jamón para ambos. Jugo de naranja, una caricia, y un tazón de frutas antes de los besos. Comenzar las mañanas acompañados, así como nos gustaba.

Cantar tu canción favorita a pesar de que no conocíamos bien la letra. Bailar con pasos ridículos cuando nadie estaba cerca, pero creernos los mejores danzarines en la faz del planeta. Dedicarnos poesías a través de la música que nos gustaba escuchar, esas que describían a la perfección nuestro sentir. 

No hacer nada durante las tardes. Nuestro pasatiempo favorito era el de acurrucarnos en el sofá, con las piernas y brazos enredados. Con mi cabeza sobre el suave palpitar de tu corazón y tu boca rozando la coronilla de mi cabeza. Mirarnos durante algunos segundos y romper en carcajadas. Permanecer en silencio, escuchando la respiración del otro. Me gustaba no hacer nada contigo, pero al mismo tiempo sentir de todo a tu lado. 

O cómo olvidar aquellas veces en las que charlábamos hasta altas horas de la madrugada. Llegaba un punto en el que ya no sabíamos qué más decir, pero queríamos seguir hablando, no importaba que dijésemos una estupidez o una teoría sobre el universo, lo único que deseábamos era estar más tiempo juntos a pesar de que fuera a través de una pantalla. Me enviabas imágenes para que yo riera, yo te escribía pequeños sueños que quería hacer realidad contigo. La una, las dos, las tres. A pesar del sueño ahí continuábamos, como dos tórtolos enamorados. 

Y qué me dices de las tardes acompañadas de un café. Íbamos a ese restaurante de dos pisos del centro. Me gustaba el segundo nivel. Nos sentábamos a un lado del balcón, pues desde ahí podíamos ver a cualquiera que pasara por la calle, o a los dulces viejecitos que leían su periódico. No importaba cuántas veces fuéramos, siempre pedíamos lo mismo. Tú un moka frappé blanco, yo un frappé de oreo. Sí, aún lo recuerdo. 

Esos y otros cientos de recuerdos me desbordan el alma. No sé si tú aún consigas recordarlos, o es que tu mente decidió bloquearlos, pero espero por lo menos haberte sacado una pequeña sonrisa. 

Te quiero, no lo olvides. 


Un adiós entre suspiros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora