#Capitulo 2

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Para Izz, despertar temprano cuando él regresaba de sus largos viajes siempre era un problema; era como si todas las noches que estuvieron separados le cayeran encima desde un tercer piso, Andy la agotaba hasta que ambos no podían mover ni un músculo. Sus métodos de satisfacción mutua la enloquecían; el olor del cuero, el olor a sexo enredándose con los jadeos que ambos lanzaban al aire, el sonido de succión de sus carnes, el chocar de las esposas contra el cabezal de la cama, el dolor, el picor y las quemaduras por hielo la llevaban al cielo una y otra vez a lo largo de la noche.
A través de sus parpados una imagen se desarrollaba, él entre sus piernas lamiéndola mientras ella estaba atada de pies y manos sobre una cruz de San Andrés acostada, sin poder moverse, una mordaza de bola silenciando sus lloriqueos por querer correrse mientras su amo la torturaba con su lengua enterrada en su coño que salía a juguetear con el clítoris, chupándolo, mordisqueándolo.
-Izz -le susurró al oído e involuntariamente gimió audiblemente-. Izz -algo cosquilleó en su cuello-, despierta -volvió a gemir cuando el cosquilleo se convirtió en dolor-, despierta -las caricias de sus sueños se sentían tan reales. Su coño estaba siendo azotado por su toque.
Los primeros rastros del orgasmo comenzaban a presentarse en su vientre. Desorientada abrió los ojos encontrándose con Andy besando y mordisqueando su cuello mientras sus dedos de pianista la tocaban con premura como si se tratara de una sonata rápida. Arqueó la espalda y lo abrazó enredando los dedos en su cabello desordenado, suave y rebelde; él levantó el rostro y la miró con sus orbes ensombrecidos.
-¿Qué soñabas? -le preguntó aumentando el bombear de sus dedos. Con la pasión consumiendo su parte racional, negó con la cabeza, ni siquiera lograba formar una frase coherente.
-Más rápido -pidió levantando las caderas, llegando al encuentro de las embestidas, pero él hizo lo contrario y comenzó a ralentizar el movimiento.
-¿Qué soñabas? -volvió a preguntar casi deteniéndose.
-Contigo, contigo -lloriqueó aferrándose más a él-, tu lengua -el vaivén aumentó ligeramente-, tus dedos.
-No puedes correrte -le susurró al oído antes de retirar sus mágicos dedos y dirigirse al cuarto de baño, donde lavó sus manos y mojó su rostro-. En veinte minutos te quiero abajo.
Una jodida sonrisa; él le dedicó una jodida sonrisa disfrutando de la cara de asombro que debía tener mientras aferraba la sabana contra su pecho, cubriéndose.
Un tanto cabreada se levantó y duchó con la frustración encerrada en su matriz, haciendo que aquel cosquilleo bailoteara, burlándose de ella.
Vestida con un sencillo vestido de tiras bajó descalza en la inmensa casa para solo los dos; a veces lo veía absurdo, todo tan elegante con un toque oscuro en el ambiente, cinco habitaciones y solo dos se usaban, un coche último modelo en el garaje, una habitación para el piano, un comedor que casi nunca usaban; todo era relativamente grande como si tratase de gritar a los cuatro vientos lo poderoso que era tanto con ella y con el mundo entero.
-Ven aquí -la llamó desde la cocina.
Arrastrando los pies empujó la puerta y un delicioso olor la golpeó provocando que su estómago gruñese de hambre.
-¿Cocinaste para mí? -sobreactuó asombrada.
-No es la primera vez que lo hago -respondió sin levantar la mirada de lo que se cocía en la sartén.
-¿En serio?, ¿Lo has hecho otras veces? -lo fastidió mientras se sentaba en el taburete.
-No me tientes, Izz -se puso detrás de ella tomando un puñado de su cabello y tiró hacia atrás hasta que su cabeza le tocó el pecho-. No lo conseguirás tan fácil.
-No puedes controlar todo, no eres el dueño del mundo.
-Tal vez no, pero soy tu dueño, con eso es suficiente. El mundo se puede ir a la mierda y no me importará si me sigues perteneciendo -en ese ángulo la besó, usando su lengua para excitarla más, tocándole el paladar en aquellos nervios que le provocaban unas cosquillas eróticas para luego alejarse y hacer que la punta le recorriese el labio inferior provocándola, enseñándole lo que estaría haciendo con sus otros labios-. Eres mía.
-Yo no firmé nada que lo testifique -sus labios se curvaron en una sonrisa victoriosa, aquel enfrentamiento de palabras había terminado y ella había perdido.
-Claro que lo hiciste -su pulgar le recorrió el labio superior y luego se lo metió a la boca donde ella se entretuvo chupándolo, rodeándolo con la lengua-, me perteneces desde antes de firmar ese maldito papel, señora Biersack -quitó el dedo de su boca y le dio un rápido beso-. Comamos antes de que se termine de enfriar.
Frente a ella colocó un plato con panqueques y jarabe de arce, una taza de café negro y fruta con yogurt en un tazón.
Andy se sentó a su lado y comenzó a comer. Le gustaba los días así, tranquilos sin nada que los molestara, un día sin atender ninguna oficina o teléfono, con Izz desafiándolo por ratos y siendo dócil la mayor parte del tiempo.
No existía algo más que quisiera, aunque no podía descartar el sexo de esa burbuja, él siempre había sido un hombre muy sexual y ahora que tenía una mujer para que cumpliera todos esos caprichos, su mundo era mejor.
-No me mires de esa forma -sentía sus ojos estudiando cada movimiento. Para asegurarse de ello le miró por el rabillo del ojo.
-¿Cómo lo haces? -le preguntó sonriente pasándole la mano por la mandíbula.
-¿Qué cosa exactamente?
-Ser tan... perfecto -rió, él era el menos perfecto del mundo, cometía errores con ella casi siempre, pero de una forma u otra lograba arreglarlo.
-La perfección no existe -negó.
-Claro que sí, tú eres uno de esos pocos -ella le dio un beso en la mejilla.
-Explícame qué razones tienes para pensar eso.
-No lo sé... -ella tomó un bocado de panqueque para tomarse un momento, para pensar la respuesta- Sigues siendo el mismo hombre que conocí, ningún año te ha pasado por encima mientras que a mí sí.
-Veinticinco no es un número alto, sigues siendo una niña.
-¿Qué pasará cuando no sea tan caliente para ti? Dicen que los hombres mayores son mejores con el tiempo. Las chiquillas te rodearan, tendrás de donde escoger y...
-Siempre serás caliente para mí -la miró desafiante, arrugando el entrecejo-. Creo que el tiempo ha demostrado que no quiero a otra mujer en mi cama y mucho menos que mi mujer esté en la cama de otro -le acarició la mejilla con los nudillos-. Deja de pensar en el futuro. Vive el presente.
-Tienes algo que todo el mundo quiere.
-Te tengo a ti -respondió rápidamente sin pensarlo, había visto como en cualquier parte del mundo que fuesen los hombres miraban a su mujer.
-Eso no -ella le sonrió-, tienes un tipo de seguridad en todo, es como si todo girara a tu alrededor, lo manejas entre tus dedos.
-No soy Eric Parker -sonrió-, deberías dejar de leer Cosmópolis.
-Quizá debería, él es muy interesante y si existiera podría irme con él, quizá es un Dom, por la forma en que se comporta, estoy casi segura -ella se rió en su cara, que tal vez no mostraba algo muy agradable-. Es solo una broma -la vio bajarse del taburete y detenerse a sus espaldas desde donde lo rodeó-, no te enojes.
-Sería muy interesante someter a Elise y así permitiría que huyeras con Eric -lo dijo serio, como si existiese veracidad en sus palabras.
La sintió encogerse y aferrarse más a él descansando la mejilla sobre su espalda. Le separó las manos que lo encarcelaban y se giró en el taburete mirándola con una sonrisa, pero la imagen de ella fue inesperada, sus ojos aguados y el labio inferior le temblaba tratando de detener las lágrimas. Le tomó el mentón entre el índice y pulgar obligándole a mirarle a los ojos.
-No te gusta que juegue con algo así, ¿verdad? -Izz negó.
-Realmente lo siento.
-A mí tampoco me gustan esos juegos. Eres mía, tu mente, tu cuerpo y corazón me pertenecen. Nunca los compartiré -ella asintió satisfecha, limpiando la tristeza de su rostro.
***

#Corazon De Tinta (Andy Biersack) 2TDonde viven las historias. Descúbrelo ahora