Todo aquello que se me ocurrió mientras estaba haciendo algo más, y no dejó de perseguirme hasta que no lo plasmé en el papel. Reflexiones sobre el amor, el dolor, la desdicha y la felicidad, problemáticas actuales y de mi vida diaria. Algunos son u...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Es culpa de la genética, o qué sé yo, pero no es mía.
Lo primero que preguntan al saber de mi condición es: ¿Cómo te contagiaste? ¿Acaso eso importa? Pues bien, no. Nunca conocí el amor más que de la mano de aquellos que me dieron la vida. Y aún no sé cuándo se equivocaron, si al darme la vida, o al condenarme a la muerte. Son palabras muy duras, lo sé, pero estoy acostumbrada a decir las cosas de frente.
Por mis venas corre sangre sucia, si me atacan no me puedo defender. Mi piel es el basurero donde se dejan ver los vestigios de la batalla que ocurre en mi interior. Mis leucocitos tienen fecha de vencimiento, nacen y mueren. Al igual que yo, que nunca sé cuál podría ser mi último día.
La gente teme de mí al descubrir que estoy enferma. No saben que más le temo yo a ellos, a sus virus y gérmenes, al más pequeño de sus resfriados. Rechazan tomar un mate conmigo, ¿y desde cuando la saliva es contagiosa? ¿Qué, no sabían que puedo llevar una vida amorosa normal, siempre y cuando utilice preservativos? Y si mis poros no sangran, ¿por qué huyen de mis abrazos?
Con la muerte siguiéndome los pasos, no puedo evitar pensar en lo que dejaré. No tendré hijos, eso es seguro, no quiero condenarlos como me condenaron a mí. Es verdad que la esperanza de vida hoy en día es alta, Pero también depende de la fuerza de voluntad de cada uno, De cuánto ame la vida y se aferre a ella. Yo tengo miedo de encontrarme un día sin razones para vivir y dejarme morir.
Hace años que vivo en un mar de médicos, trámites, prevenciones y medicinas, Y, sinceramente, ya estoy cansada. No me cansé de vivir, no me malentiendan. Quiero ser normal, tan normal como pueda sin ser farmacodependiente. Quiero salir de casa y no olvidarme ninguna pastilla. Quiero tomar un trago un día sin preocuparme por las contraindicaciones. Quiero que quien me extraiga sangre para analizar, lo haga sin miedo y sin lastimarme ¡por favor! No quiero llagas. No quiero internaciones. No quiero callos en las venas por las vías del suero. No quiero sufrir discriminación, todos tenemos fallas; Ni miradas recriminatorias, sólo Dios es juez; Tampoco quiero lástima, pues eso no me da fuerzas para seguir luchando.
Mi familia es mi refugio, ellos me quieren Y en casa se habla de mi enfermedad como un tema más. Se preocupan, pero también confían en que puedo cuidarme sola. ¿No puede ser así en el resto de la sociedad?
El SIDA se encuentra inserto en nuestra sociedad como un agente secreto, y todo mundo anda por la vida creyendo que nunca se lo va a topar; no se cuidan y no cuidan a los demás. No saben lo equivocados que están. Le puede pasar a cualquiera.