Carta 7

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Querido Adam:


La nota anterior la dejé en el cementerio, supongo que no lo sabrás porque estás muerto. Pero, me parece que la séptima carta merece más esmero de mi parte. Elegí un momento algo especial para nosotros, aunque tal vez sólo yo pienso que es especial. Escogí la fiesta de antifaces en la casa de Elizabeth.

Me estoy riendo en este momento, fue una gran noche Adam. Recuerdo lo que me dijo mi amiga castaña en ese momento:

—Consiste en elegir un antifaz y colocarte otro nombre, la idea es hablar con las personas invitadas sin saber quiénes son —sonrió—. Pueden hablar con nosotros o no, nunca lo sabrán —dijo dramáticamente misteriosa.

Ella estaba realmente emocionada por la idea, y yo también. No era algo muy original, pero nunca habíamos hecho eso. Entonces tú y todos aceptaron, y nos cambiamos por separado, entramos por separados sin saber con quién hablábamos.

Bajé con mi antifaz beige puesto, algo ansiosa por lo que iba a pasar. Voy a serte sincera, Adam: me imaginaba una noche de ensueño contigo. Tú me hablarías como si fuera un extraño, yo también, y bailaríamos una canción lenta: yo con mi bonito vestido y tú con tu hermoso traje. Y, al terminar la fiesta, ambos nos dirigiríamos a nuestra casa y no preguntaremos si nos fue bien. Pero, muy en el fondo, ambos sabríamos que éramos nosotros y no otra persona.

Pero eso no sucedió, tú encontraste a tus amigos y yo encontré a Elizabeth. Cuando comenzaron a pasar canciones lentas, bromeé con ella haciendo que bailábamos tango. Y tú te habías ido al baño.

Entonces, ¿por qué esa noche tan común fue especial para mí?

Supongo que lo es porque me di cuenta de que, a veces, la vida no es un cuento de hadas. Tú no eras el primero y no serás el último. Ahora lo sé, ahora entiendo todo. Me di cuenta de que eras especial pero las cosas eran complicadas, complicadas porque nosotros las queríamos así.

Recuerdo que, al llegar a casa por separado, tú ya estabas sentado en la cocina bebiendo café. Me sonreíste y preguntaste:

— ¿Así que eras la del vestido azul?

Me miré el vestido y a tus ojos marrones, y luego asentí indiferente.

—Sí —miré el antifaz en la mesa—, ¿y tú el de la máscara roja?

—Antifaz —reíste.

—Lo sé —asentí.

Supe que no te podía culpar por no tener mi cuento de hadas. Supe que, después de todo, uno se tiene que hacer cargo de sus acciones. Fue entonces cuando te paraste y nos quedamos viendo a los ojos un largo rato.

Adam, gracias por no darme una vida perfecta, gracias por no darme una noche de cuentos, gracias por hacerme realista en muchos sentidos.

—Te extrañé —dijiste con una sonrisa.

—Ambos sabemos que no es así —reí.

—Es verdad —te mordiste el labio—, me descubriste.

Te tiré mi antifaz con una sonrisa en el rostro.

— ¿Quieres ir a dormir? —preguntaste.

—Sabes que no.

Esa noche no bailé un lento contigo, tampoco me fui huyendo a las doce de la noche. No fui una princesa ni me convertí en hada. Fui una chica que cayó en la realidad, dándose cuenta de que no es tan mala. Sino que, simplemente, hay que encontrar el lado divertido a las cosas.

Riéndome,

Adeline.


Notas en Francia (Concurso UCAMA)Where stories live. Discover now