Where are you?

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Los días pasaban, las horas pasaban, yo te extrañaba y el suspiro de tus labios en mi oído, tranquilizándome y asegurándome que todo saldría bien, parecía no llegar. Parecía que toda aquella historia era eso, una simple historia cuyo principio y nudo había sido tan rápido e intenso como su maldito fin. Un desenlace que me encogió el corazón sin detenerse a pensar.
El sonido constante de mi reloj, quizás era lo peor. Deleitaba a algunos con su firme "tick tack" mientras que para mí, cantaba su canción tétrica y angustiosa cuyo deber era recordarme que a quien me había intentado abrir me había dicho adios para no volver jamás.

A penas una semana antes de aquel sábado.

Sentía el frío golpear mi cuerpo, hablaba sin hablar, sentía el palpitar en las sienes, un fastidioso resfriado estaba al llegar pero tampoco me importaba mucho pues lo que creía hasta el momento que era la mejor noche de mi vida, aún no había comenzado. Entramos en aquel coche rojo y a penas pude hablar, pensaba y pensaba en todo lo hecho pero me podía permitir eso, ella hablaba por mí, lo cual era perfecto en ese instante.
Llegamos cansadas, sudadas, repletas de alegría y aunque cansadas, no habría nada que nos parase. Me duché en a penas dos minutos y al llegar a la cama, en la dura oscuridad se encontraba un ángel de cabellos largos y oscuros, despeinado por las últimas brisas que despedían aquel verano tan extraño. Sus ojos brillaban, ella brillaba y tan solo acercar los dedos a su cuello pude notar como bajo su piel de gallina el pulso aumentaba. Era increíble causar tal sensación alguien. No tardé ni cinco segundos en estar encima de ella, arrancando sus prendas ansiosa y sintiendo como su cuerpo cubierto por aquella lencería provocaba en mí ardor en el pecho. No muy alta, cuya piel clara pero no más que la mía brillaba con fuerza, sus curvas también me causaban terribles quemazones y su mirada y su labio inferior atrapado por sus dientes me volvía loca. Continué besando todo lo que llegaba a mí, tanto si se interponía su pelo como si no. El sudor volvía a mí y se unía suyo. Creamos nuestra burbuja. Caricias, besos, mordidas y el tinte de morado sobre mi cuello o pecho que se adhería a mi piel sin preocupación alguna. Nos deseábamos. Ella me deseaba. Recorría absolutamente toda mi piel ágilmente sin miedo a mi rechazo, sabía que no me resistiría, con ella no. Su maldita lengua se apoderaba de mis puntos más sensible mientras mis manos buscaban ansiosas la fuente de calor más cercana. Entre cada cúspide tomaba el control, pues verla en el cielo era verme en el cielo. Bebía, besaba, succionaba y gemía a la vez con una mano en uno de sus increíbles senos que tanto adoraba y otra que recorría el agua salada de nuestros cuerpos desde el abdomen hasta sus piernas que a penas tardaba en abrir cuando me sentía. Yo comenzaba inquieta y ansiosa de oír como sus gemidos aumentaban añadiendo mi nombre entre otras palabras mal sonantes que a mí, eran premios. Era entonces cuando se aferraba a mi cuello con la boca, justo antes de desplomarse con mi mano entre sus tesoros y sus temblores variados, conmigo encima y sin parar de susurrar cuanto me quería como si el día de mañana no fuese a llegar.

Pero si que llegaba,
a penas cinco meses después estabas en mi teléfono con la absurda pregunta de que si podía devolverte la puta prenda que me regalaste. Como una estúpida, pensaréis algunos, acepté y le ofrecí volver a dársela en dos días. Dos días en los que recuerdos como el explicado volvían a mí como cenizas que aún el viento no había hecho desaparecer. ¿Te echaba de menos? Gracias a Dios que no sentía la necesidad de poseerte como entonces pero aún me mata la duda de qué hicimos mal o de cómo pudimos acabar de tal triste manera y aunque continúe con mi pregunta, de alguna forma u otra ahora soy realmente feliz, más que antes.

Dulce tortura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora