7

2.8K 227 1
                                    


En una isla desierta del Pacífico habían sido convocados los dioses sumerios y los romanos. La diosa Tierra era consciente dé qué los humanos vivían y morían, que unos remplazaban a otros en la rueda de la vida y que así sería por el resto de la eternidad. Pero un hecho muy grave había sucedido.

Marte, el hijo de Júpiter, había dado caza a Enki, el segundo hijo de Anu, durante una batalla. Pero el hijo del dios romano no le había dado muerte en el acto. Había optado por llevárselo al templo de su padre y allí, para regocijo del resto de la corte romana, lo había humillado alargando su agonía.

Anu no podría soportar la muerte de otro de sus hijos a manos de las deidades romanas. No perdonaría jamás a Júpiter por acabar con la vida de Enlil que, aunque cruel y con grandes ansias de acabar con la humanidad, era sangre de su sangre. Perder al bondadoso Enki iba a ser demasiado para él y más del modo en qué había sucedido.

La diosa Tierra, angustiada y temiendo que se desencadenara la más terrible de las guerras, una que acabara con los dioses y los humanos, reunió a ambos panteones de dioses bajo estrictas medidas de seguridad. Convocó el encuentro en un palacio de paredes de viento y espectaculares columnas de un blanco cegador.

Anu empalideció al ver a Enki yaciendo en el suelo con su último aliento. La vida estaba abandonando su cuerpo. El silencio que reinaba en el lugar era más pesado que el plomo. Sólo pudo con él el alarido de dolor del dios sumerio de los cielos.

Anu, enfurecido, hizo aparecer a su lado a Adra, la esclava de su hijo. Ella creyó que Anu la transportaba de nuevo a limpiar el inframundo y se sorprendió al aparecer en esa enorme sala. Estaba rodeada por muchas otras personas pero permaneció arrodillada e inmóvil cómo era su deber.

-¡Arriba, esclava!- gritó Anu. Adra obedeció.-¡Levanta la mirada!

Al verla, Júpiter, dio un paso a adelante con el corazón en un puño.

-¡Alia!- gritó estupefacto recordando con el mismo dolor que el primer día que había recogido su cuerpo sin vida antes de despedirla. ¿Cómo podía ser? ¡Ella ya no residía en el mundo de los vivos! 

Anu sonrió con malicia al ver su reacción. La perversa esposa de Júpiter, Juno, había dado en el clavo con su sugerencia. Matando a la ninfa Alia y al bebé que llevaba en su vientre había causado en el corazón del dios romano un dolor imborrable.

-La furcia de tu mujer me aseguró que acabar con la ninfa Alia sería un buen modo de vengar la muerte de mi hijo Enlil y veo que lo ha sido. ¡Esa pérfida te conoce bien!

Tras esas palabras Júpiter miró a Juno preso por la rabia. Los ojos de ella no pudieron negar los hechos. Juno estaba harta de sus aventuras amorosas y con la muerte de la ninfa mató dos pájaros de un tiro.  Júpiter, tan sólo con la mirada, la lanzó contra una de las columnas que rodeaban la sala provocando con el tremendo golpe que se resquebrajara.

-Ella es la que había en su vientre- confesó Anu- la arranqué de las entrañas de la ninfa mientras todavía respiraba. Me ha servido de esclava, que es lo que tendrían que hacer todos los romanos para los sumerios- aseguró con una sonrisa burlona.

Júpiter se quedó perplejo. ¿Aquella bellísima esclava era su hija? Ella era el fruto de su amor por la ninfa Alia, la mujer a la que más había querido desde que el mundo era mundo. Aquella que con su pérdida le dejó herido para toda la eternidad.

Antes dé qué Júpiter pudiera acercarse a ella Anu empuñó su espada y ordenó a Adra que se arrodillara frente a ella. Adra contempló el cuerpo inerte de Enki por última vez. ¡Que más le daba morir si su corazón ya había muerto!

LA DIOSA ESCLAVADonde viven las historias. Descúbrelo ahora