Enki permaneció a los pies del lecho dónde Adra reposaba durante tres días y tres noches. El mismo se encargó de sustituir los paños húmedos con los que pretendía hacer que bajara su fiebre cada vez que estos se templaban.
Gracias a lo ungüentos con los que había embadurnado la delicada piel de su amada sus quemaduras empezaban a sanar. Con ampollas o sin ellas, para él, Adra seguía siendo la mujer más hermosa del mundo. Ella, ajena a lo que la rodeaba, parecía descansar plácidamente en los aposentos de Enki.
Mientras Enki agasajaba a Adra con suaves caricias tan delicadas y ligeras cómo aleteos de mariposa, se detuvo para posar su mano sobre su vientre. La pequeña vida que ella albergaba en su interior le había respondido con sutiles movimientos y, observando con detenimiento, había conseguido distinguir lo que parecía ser la cabeza de su retoño. En ese momento, el vientre de Adra, aparentaba un embarazo de más de seis meses de gestación. Para Enki no había duda. El bebé que portaba Adra era hijo suyo.
Lo primero que hizo Adra al despertar de su letargo fue acariciar su propio vientre. El amado ser que llevaba en su interior realizó un movimiento y eso le hizo sonreír instintivamente. Acto seguido se percató dé qué Enki yacía a su lado. El volver a escuchar su pausado respirar mientras dormía la llenó de felicidad.
Una solitaria lágrima emergió de las profundidades del azul de sus ojos y se deslizó por su recuperado rostro. Se la secó con el dorso de la mano antes de proceder a acariciar el cabello de su amado.
Enki se despertó al instante. Sólo había una persona que le acariciaba de ese modo. Únicamente los dedos de su amada masajeaban su cuero cabelludo de esa manera y acababan enredándose en su ensortijado cabello. ¡Adra había despertado!
-¡Mi amor! ¡Estas bien!- exclamó Enki eufórico.
-Estamos bien- afirmó Adra antes de deleitarse con la ambrosía de los labios de Enki.
Parecía que los besos que intercambiaban nunca llegarían a ser suficientes para describir su amor. Aunque fueran eternos no serían capaces de demostrar cuanto se amaban. La dicha que sintieron al estar de nuevo en los brazos del otro era inconmensurable.
Permanecieron abrazados disfrutando en silencio del hogareño calor del ser querido durante los minutos más dulces que habían compartido desde hacía tiempo. Mas tarde, Enki, necesitó aclara las dudas que le asaltaban.
-Adra, amor mío, ¿Cómo has podido enfermar?- le preguntó Enki perplejo.
-Enki, mi amor, ahora soy una simple mortal. Renuncié a mi inmortalidad a cambio de la posibilidad de poder volver a verte- confesó Adra.
-¡Por todos los dioses!- exclamó Enki- ¿Por qué has hecho tal cosa?
-Porqué mi padre jamás me hubiera permitido volver a reunirme contigo y mi corazón moría lentamente a causa de esa prohibición. Prefiero morir después de haber disfrutado de una vida junto a ti a morir de amor ante la imposibilidad de permanecer a tu lado- dijo Adra.
-No merezco que te sacrifiques tanto por mí. Jamás podré agradecer lo suficiente a los dioses que te pusieran en mi camino porqué te amo de un modo tan desmesurado que no entendería la vida sin ti- añadió Enki.
-Enki, he vendido mi alma al dios del inframundo- confesó Adra- cuando mi vida mortal llegue a su fin permaneceré junto a él el resto de la eternidad. Pero te aseguro que lo volvería a hacer una y mil veces si con ello consiguiera disfrutar de un instante más junto a ti.
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LA DIOSA ESCLAVA
عاطفيةLa pequeña Adra fue arrancada de las entrañas de su madre por el dios sumerio Anu en venganza por el asesinato de su primogénito, Enlil, a manos del dios romano Júpiter. Ella, ajena a su procedencia, creció cómo esclava de Enki, segundo hijo de Anu...