22

1.9K 176 1
                                    


Faltaban pocas lunas para que su hijo viniera al mundo y Enki y Adra compartían intimidad en la lujosa cámara de baño de sus aposentos. Enki lavaba el largo cabello de su amada besando sus hombros, regalándole palabras de amor.

La figura de Adra se había tornado más voluptuosa, sus caderas más anchas, sus pechos más grandes. Enki la deseaba tanto o más que el primer día que la poseyó. Con la cercanía de su cuerpo desnudo y el tacto de su piel se había excitado sobre manera. Su erección ya se había hecho presente tras el trasero de su amada. Adra sonrió por ese hecho.

-Hazlo, mi amor...- le animó ella para que le penetrara.

-Es que temo dañarte a ti o a mi hijo- confesó Enki.

-Estoy segura de qué tú jamás nos dañarías- aseguró Adra. Acto seguido ella se dio la vuelta para besarle. A causa de su abultado vientre apenas era capaz de rozar los labios de Enki.

Adra acarició el rostro de Enki, seduciéndole, luego descendió por su musculado pecho y se encaminó hacía su miembro erecto. Cuando lo tubo entre sus manos lo masajeó de arriba a abajo deleitándose con el placer que contemplaba en el rostro de su amado. Él la acarició de igual modo, masajeó su clítoris con delicadeza mientras observaba como Adra mordía su labio como muestra de cuanto disfrutaba con sus atenciones. Cuando Adra se sintió preparada se giró apoyando sus manos en el borde de la gran bañera, Enki se acercó a ella dubitativo.

 Tras respirar profundamente, Enki se introdujo en el interior de Adra muy lentamente, celebrando cada centímetro que su miembro avanzaba dentro de su amada, disfrutando de cada roce de su piel. La invadió con mesura. La poseyó con dulzura. El cuerpo de Adra era su verdadero templo.

Enki se aferró al cuerpo de Adra. Cada vez que la penetraba se balanceaba delicadamente meciendo las aguas en las qué se encontraban parcialmente sumergidos. Él rodeó con un brazo los pechos de Adra, con el otro se abrazó a su vientre lleno de vida. Sintió el calor del cuerpo de Adra como propio. El amor que les unía era el más fuerte y pasional que había existido. Ellos dos eran uno.

Hicieron el amor con la mayor delicadeza posible, cubriéndose mutuamente de besos y caricias. Se entregaron nuevamente los cuerpos que ya no eran propios si no del otro, demostrándose cuan infinito era el amor que se procesaban.

LA DIOSA ESCLAVADonde viven las historias. Descúbrelo ahora