Prólogo

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Verónika.
Caminaba tranquilamente escuchando música de regreso a mi casa luego de un largo, asqueroso e irritante día viernes en el endemoniado instituto. Agradecía inmensamente a los unicornios rosas afelpados por tener ya 17 años, un año más y podría largarme de ese aqueroso lugar.

Antes de siquiera darme cuenta ya estaba de pie frente a la puerta de mi casa, saqué las llaves del bolsillo de mi pantalón y entré.

Con un grito al aire que avisaba de mi llegada, saludé a quien sea que pudiese estar dentro de mi "hogar" sin tener ninguno como respuesta. Subí de dos en dos las gradas hasta llegar a mi habitación y una vez allí tiré mi mochila a una esquina cualquiera y me metí al baño dispuesta a darme una relajante ducha, mientras me quitaba la camisa mire al cielo del baño percatándome de la existencia del insecto más horroroso y asqueroso que jamás en toda mi vida había visto, ni siquiera sabía que demonios era; pero tampoco me quedaría ahí para averiguarlo.
Solté un grito despavorido poniéndome bien la camisa corrí fuera de aquel pequeño cuarto de baño.

Tras pasar un par de segundos mi madre abrió la puerta alarmada por mi grito, ella al ver de lo que se trataba volvió a verme y gritó:

-¡Maldita sea Verónika! ¿¡Cómo se te ocurre asustarme de esa manera siendo una cosa tan absurda!?

En sus ojos podía observar su molestia, verla de tal manera era aterrador, horrible.

-Ven y ayúdame a sacar a esta cosa -ordenó.

-Pero mamá, no puedo... -intenté alegar sin obtener ningún éxito.

-¡Por Dios, Verónika! ¿Qué aquí siempre tengo que hacer todo yo?

Me miró con enfado y salió del baño a traer algo para matar o sacar esa cosa de ahí.

Me sentía herida, se suponía que ella era -o debería ser- consciente de mi fobia. Las razones eran obvias por las cuales no podía ayudar en ningún tipo de forma ante esa situación, no podía ella tener tal descaro de pedirme una cosa semejante. Menos mal se suponía era mi madre.

Desistí completamente de la idea de la relajante ducha, me cambié de ropa, tomé mi celular, mis audífonos, un encendedor y unos cigarros que le había robado a mi padre y salí por la ventana de mi habitación para luego dirigirme al parque a despejarme aunque fuese un poco del asco de vida que me tocaba vivir. Y aquello recientemente ocurrido era nada más un 5% de lo que normalmente debía soportar.

Nicolás.
Tras quedar con mi mejor amigo que nos veríamos en el parque luego de clases, al rededor de las 3:00 pm, caminaba a paso tranquilo hacia la tienda en busca de dos botellas de Coca-Cola.

Justo frente a la tienda escuché un grito proveniente de alguna de las casa de al rededor, quedándome quieto agudicé el oído para descubrir de dónde había provenido; casi 20 minutos después una chica pelinegra saltó por una ventana y comenzó a caminar a paso firme.

Extrañado me obligué a no darle mayores vueltas a todo ese inusual asunto y seguí con lo mío.

Ya una vez las bebidas compradas retomé mi camino hacia el parque. Donde allí logré reconocer a aquella chica que había visto anteriormente saltar de una ventana y emprender camino aparentemente furiosa.

Sentada bajo la sombra de un frondoso árbol fumaba un cigarrillo; recibí un mensaje por parte de mi amigo quien me avisaba que no le sería posible ir pero que como compensación me invitaba a ir a comer con él y sus primos el domingo, respondí su mensaje y guardé el teléfono nuevamente en el bolsillo frontal de mi pantalón.

Me acerqué a la chica sin hacer demasiado alboroto y estando a su lado aclaré mi garganta llamando su atención.

Verónika.
Escuché que alguien tosía cerca mío e inmediatamente volví mi vista, era un chico común y corriente aunque de buen parecido, no recordaba haberlo conocido de antes aunque su rostro se me hiciese levemente familiar. Sentándose sin ningún tipo de permiso a mi lado, ofreció:

-¿Quieres una Coca-Cola?


¿Quieres una Coca-Cola? [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora