Capítulo 21.

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Nicolás.
Le mandé infinidad de mensajes en cuanto llegué a mi casa. Ninguno le cayó, ninguno lo vio, ninguno lo respondió. Me tenía bloqueado de todos lados.

Lancé el teléfono con odio a la cama y me halé el cabello, estaba frustrado.

La chica a la que más quería, de un día para otro no quería ni verme. Estaba frustrado.

Pero aquellos ojos tan tristes, tan ajenos a ella con los cuales me miró... Tan sólo quería abrazarla y mientras le plantaba un cariñoso beso en el cabello, susurrar que fuese lo que fuese que estuviese pasando, todo estaría bien.

Pero no pude, no podía.

Se había ido a paso firme sin mirar atrás, me había dejado atrás y yo no sabía por qué.

Alguien llamó a mi puerta:

—¿Hijo, estás bien? –me mantuve en silencio– La cena está lista.

Suspiré, no quería comer. No tenía hambre. Tan sólo queria hablar con Verónika y arreglar lo que sea que hubiese pasado entre nosotros como para que ella decidiese no querer verme más.

Pero, nuevamente, no podía.

En aquel instante odiaba todo, todo y a todos.

Aunque me era imposible odiar a Verónika por más dolido que estuviera.

¿Qué había pasado?

***

Me había quedado dormido sin cenar, desperté pasada la media noche con un hambre descomunal y la garganta horriblemente seca.
Restregándome los ojos y arrastrando los pies, bajé silenciosamente hacia la cocina por algo rápido de comer y un vaso con agua.

—¿No puedes dormir?

La voz de mi hermanita me sobresaltó.

Miré el reloj de pared: 1:45 A.M.

—¿Qué haces despierta, Ally? Es muy tarde para ti, vete a la cama.

Ella estaba sentada en el suelo, viendo a un punto fijo en la puerta de entrada. Jamás la había visto hacer aquello, ¿lo hacía siempre?

—No puedo dormir y mamá dice que ya estoy grande como para irme a colar a su cuarto cuando esto me pase, así que vengo aquí a pensar.

Dejé el vaso en la mesa y me acerqué a ella, sentándome a su lado intentando conocer qué le llamaba tanto la atención de aquel punto vacío de la puerta.

—¿En qué piensas, Ally?

Ella se encogió de hombros.

—En nada. Me gusta sólo estar aquí abajo, es más silencioso y fresco. Me gusta el color que adquieren las cosas cuando son iluminadas por los escasos rayos de luna que se cuelan por la ventana de la cocina.

Jamás había escuchado a mi hermana pronunciar palabras semejantes, no sabía de dónde había sacado ella todo ese conocimiento para ampliar su vocabulario así.

—¿De dónde...? –no me dejó terminar.

—Paso los recreos en la biblioteca, es mejor que estar fuera en el sol y en el peligro de que me peguen un pelotazo en la cara.

¿Quieres una Coca-Cola? [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora