Capítulo 15.

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Nicolás.

—1... 2... ¡3!

—¿Hermano? –escuché una dulce voz al otro lado de la puerta.

Me detuve al instante. No podía hacer eso. ¿Qué clase de ejemplo le estaría dando a Ally?
No podía hacer eso.

Me hallé entonces en aquel momento en una lucha interna, quería obedecer a mis impulsos, pero mi razón me lo impedía. No sabía que hacer.

—Hermano, es hora de cenar. Mamá te espera abajo.

—N-no... No tengo hambre, Ally.

—Mmm... Está bien, buenas noches hermano.

Me hallaba entonces con una duda vagando por mi mente.

¿Lo hacía?

Hacía tan solo un par de minutos había estado tan seguro de mi decisión, pero un par de palabras de la niña más importante de mi vida me habían hecho dudar.

Suspiré en derrota y me bajé de la ventana.

—Será mejor ir a comer... –me hablé a mí mismo en la repentina oscuridad de mi habitación.

Verónika.
Seguía yo perdida en mi ensueño, apretando el celular a mi pecho, cuando alguien tocó la puerta de mi habitación pidiendo permiso para entrar.

—Pase –dije incorporándome.

—¿Qué tal, Verónika? –mi madre saludó entrando a mi habitación.

Me encogí de hombros en respuesta y volví a ver lo que fuera en mi celular, sin prestarle mayor atención a mi madre.

—Sé que normalmente no soy totalmente buena contigo, hija. Por lo que... tan solo quería disculparme.

La miré repentinamente tras aquella frase, ¿realmente ella estaba diciendo eso?

—¿Estás borracha? –pregunté acercándomele, ella negó repetidas veces.

Pero no le creí.

—Échame el aliento –exigí–, ¡Échame el aliento, madre!

Ella sopló suavemente y yo hice una mueca de asco.

—¡Estás borracha! Ahora todo tiene sentido –reproché sobándome las sienes–. Solo eres buena conmigo cuando estás borracha... ¡Agh! ¡Ya lárgate, no te quiero volver a ver!

La eché de mi habitación lanzándole todo tipo de maldiciones acompañadas de lo que sea que estuviese a mi alcance, cuando finalmente cerró la puerta, enterré mi cara en la almohada y bufé fuertemente.

—Maldita alcohólica, ninfómana y fumadora –murmuré con odio. 

Di vueltas en la cama hasta que finalmente me quedé quieta viendo al cielo falso.

—¿Y si muriera hoy... quién me lloraría? 

Automáticamente Nicolás vino a mi mente.

—¿Será...?

Me tapé la cara con las manos y suspiré.

—No, no lo es.

Hablé firme y me obligué a dormir. 

Nicolás. 

—Estás muy distraído, Nicolás. 

Miré rápidamente a mi madre tras que ella dijese eso, saliendo de mi extraño trance. 

—Es porque generalemente no estoy cenando a estas horas –respondí vagamente moviendo mi comida de lado a lado en el plato con el tenedor. 

—¿Cómo está tu amiga, hermano? -preguntó repentinamente Ally.

—Bien... hoy llegó a clases por fin. Sus padres le levantaron el castigo.

—Que bien –dijo ella sin más con una sonrisa tierna y sincera.

Nadie habló más por lo que quedó del tiempo de cena. 
Sin haber tocado demasiado mi comida fui el último en levantarme de la mesa y guardando mi plato en el refrigerador subí con el desgane apoderándose de mi cuerpo hacia mi habitación. 

Sin embargo no pude sacarme la imagen de Verónika de la mente durante lo que restó de noche.

Recordaba tan nítidamente, como si estuviese reviviéndolo una y otra vez, aquella última "pose" en la máquina que sacaba las fotos. Su bello y dulce perfume, su mirada tan concentrada en la mía y ésta a su vez tan perdida en la suya. Nuestras respiraciones mezclándose, tan, tan cerca. A tan escasos centímetros.

Tapé mi rostro con mis manos y suspiré.

—¿Será...? –me pregunté– No... no creo.

Y acomodándome me dispuse a dormir; pero aquella imagen estaba necia a desaparecer de mi mente, y con ella tan nítidamente presente, me dormí.

Verónika. 
Me desperté de golpe a una hora desconocida de la madrugada, con el corazón acelerado y la respiración entrecortada.

Esa pesadilla horrible otra vez. 

Era como si aquello realmente hubiese ocurrido... Como revivirlo una y otra vez...

Yo, pequeña, dentro de una caja transparente donde diversidad de insectos recorrían mi cuerpo a sus anchas. Gritaba, lloraba, me estremecía; pero nadie hacía nada. Y mientras uno de esos tantos insectos caminaba por mi cuello hacia mi rostro... me despertaba.

Una pesadilla que había sido recurrente desde mis nueve años. 

Una pesadilla de la cual no me podía librar. 

Una pesadilla que se sentía tan real.

Me acomodé acostada de lado mientras abrazaba mis piernas y me dediqué a llorar en medio de la abrazadora oscuridad y la soledad completa. 

Deseaba extrañamente que Nicolás estuviese conmigo en aquel momento, acurrucarme en su pecho y aspirar su aroma tan tranquilizador y embriagante que simplemente me fascinaba. Un aroma que si lo hicieran perfume no dudaría en comprarlo para impregnar a todos mis preciados objetos con él. 

Recordaba entonces aquella noche en la cual él me había ayudado y habíamos dormido en la misma cama, cuando, sin saberlo, él había sido incluso más efectivo que una potente pastilla para dormir. Cuando con tal solo estar a mi lado, y sin decir nada, me había hecho sentir especial, cuidada, protegida, querida... cuando me había hecho sentir bien inconscientemente. 

—Nicolás... –susurré mientras las lágrimas comenzaban a correr por mis mejillas– Nicolás...

Y los sollozos no paraban.

Mordía con fuerza mis labios, para impedirme seguir sollozando; pero ni eso era de ayuda para acallarlos en su totalidad.

—Nicolás...

Me abrazaba con más y más fuerzas, tratando de recrear la manera en la que él me había abrazado al regresar al instituto.
Recordaba el hermoso brillo que sus ojos tenían, el tacto de sus fuertes brazos, su brillante sonrisa...  

—Nicolás... Te necesito...

Fue entonces cuando mi celular vibró en la mesa de noche, iluminando la habitación ante la repentina aparición de un mensaje de exactamente la persona que ansiaba que fuera en un momento como aquel. 

Nicolás.
Me desperté de golpe abriendo mis ojos al acto. No entendía la razón de por qué me había despertado, pero tenía una extraña sensación en mi pecho. Una presión en él. 

Tomé mi celular de la mesa de noche y miré la hora, 4:03 AM. Menor sentido tenía que me hubiese despertado a tal hora y de tal manera.

Otra extraña presión en mi pecho apareció, alojándose en él con el extraño sentimiento de una corazonada; desbloqueé entonces mi celular y sin entender bien por qué lo hacía, mandé un mensaje a la persona a la que mi corazón indicaba.

Verónika... Te necesito... 

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