Capítulo 26

840 44 18
                                    


El piso en donde está su departamento arde en una llamarada de fuegos danzantes. Desde abajo, enfrente del edificio, contempla con el reflejo del incendio en sus ojos anegados en lágrimas la destrucción de su hogar y de sus seres amados. Escucha cómo suena la alarma contra incendios en los pasillos del edificio, pero no oye la de su propio departamento. Seguramente, Helen desconectó la suya apropósito y dejó en funcionamiento la de sus vecinos que no tienen nada que ver con lo que sucede puertas adentro. Personas consternadas se agolpan fuera del riesgo. Algunas solamente observan boquiabiertos la escena, como si el fuego fuera una especie de dios pagano, y unos pocos llaman a los bomberos.

Jenna, en un costado de la acera de enfrente de lo que catalogan "accidente doméstico", se derrumba sin ser notada cuando los hombres uniformados, tras apagar el fuego, sacan al exterior dos cuerpos cubiertos por bolsas negras. Un frío glacial se apodera de ella junto con la falta de oxígeno. Lo peor de la muerte no es que suceda, sino, la blancura, el vacío, la soledad. Sin soportar el ver cómo se llevan los cuerpos en ambulancias, empieza a correr. Correr sin ningún lugar, tal es así su abstracción, que en el primer intento de irse se tropieza. Naturalmente nadie nota su torpeza.

Corre como si el alma se le estuviera escapando, corre como si tuviera un destino fijado, corre como si tuviera prisa. En un tumulto de pensamientos, entiende que puede refugiarse en la casona de su abuelo. Otro lugar en donde rondan los fantasmas. Al no tener la llave consigo, logra romper los cerrojos de la construcción para mezclarse entre las sombras del salón. Continúa reteniendo la imagen del rostro atemorizado de su hermano, y la mirada pacífica de Helen como si la resignación de perder a su primogénito fuera el nacimiento de la paz. Jenna hecha un ovillo, solloza mientras gritos desgarradores surgen de lo profundo de su garganta. Hubiera preferido un dolor físico, de los que te dejan cicatriz externa, al dolor que siente tan punzante.

La humedad de las paredes junto con el polvillo, crean un ambiente inhóspito para cualquier persona. El frío de la soledad le cala los huesos. Perdió todo, inclusive el diario de Demetrio. Se lamenta el no poder haber sido capaz de conservar algo de su familia. Se mantiene el silencio y la oscuridad al estar alejado de cualquier fuente de luz o barullo. Nada más se filtran luces lejanas provenientes de vehículos.

Se recrimina que no hizo nada para salvarlos, que solo se quedó viendo como morían. Si tan solo se hubiera quedado allí con ellos, o persuadido a Helen de cometer aquella locura. Aunque pensándolo mejor, ese acto de dejarlo todo por su hijo, no se puede catalogar como locura. Llora tanto que ignora la hora, el día, y hasta quien es. Pero de lo único que no puede escaparse es la razón por la que llora, y el dolor latente de sus sienes debido a la lluvia que cae de sus ojos. Si cierra sus parpados solo puede ver llamas rojas, y si los mantiene abiertos la austera mansión la deprime. Convulsiona en silencio sabiendo que todo está perdido, y tiene la difícil responsabilidad de empezar de nuevo.

En la penumbra, distingue algo en movimiento, pero no sabe con exactitud qué. Sin inmutarse, sigue con su estado inmóvil tirada en el suelo. Observa como la figura negra recorre el salón, sin saber si es real o solo es un efecto de su mente dañada. Ahora alcanza a escuchar las pisadas que antes no había. A su criterio parecen forzadas para captar su atención. La curiosidad y el miedo que antes poseía se encuentran apagados como la llama de una vela blanca por el viento.

De entre las tinieblas reconoce una cara que pensó que no iba a ver jamás. Ojos celestes transparentes herencia familiar que ella no posee, cabello corto negro, pómulos huesudos. Es él. Es Jeffrey mirándola desde arriba con su metro setenta de altura. Jenna, se incorpora deprisa del suelo, creyéndose loca. A pesar de ser ese cadáver que abandonó en el incendio, la chica siente como un aura oscura envuelve a su familiar atrapándola en ella. En los ojos zafiros nota algo negro...algo que antes no estaba. Con los ojos como platas aspira esperando encontrar ese aroma característico en él, pero siente un potente olor a azufre. Sin importarle, dice en una voz gruesa producto del llanto.

La caja de PandoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora