Capítulo I - Un amanecer Épico
Emergió del sueño con la frente perlada de sudor. Sus ojos seguían cerrados, tenía el ceño fruncido. De nuevo había soñado con luces extrañas que explotaban en un eterno éter, vacío y solitario. Alrededor suyo una batalla magnánima perduraba por la eternidad. Entre aquellos sueños se angustiaba al sentir que sus amigos y hermanos morían a merced de un terror sin misericordia. Lo extraño era que el muchacho no tenía ni hermanos ni amigos.
El can gimió al ver a su amo sufrir. Le puso las patas delanteras sobre el pecho y empezó a lamer al mozuelo.
—¡Ya voy, chico! ¡Ya voy! Ya... ya. ¡Suficientes lamidos! —gritó el muchacho abriendo los ojos, con una sonrisa al sentir la presencia de su mejor amigo.
Se limpió la baba con la manga del pijama. Inspiró y su sonrisa se apagó en una silente tristeza que ni él detectó. El muchacho se mantuvo sentado en la cama un largo momento, abrazándose las rodillas, sopesando la cantidad de enigmas que le complicaban la vida cuando apenas tenía trece años de edad.
Esos sueños... ¿Por qué se repetían? Desde que tenía memoria, soñaba con aquellas luces extrañas, a las que no encontraba explicación. Sintió angustia, preocupado por el hecho de que quizá significara que estaba enfermo de la mente. O eso le había sugerido su abuela Lulita cuando le confió esos desvelos, y por eso, para evitar caer en el descrédito entre los demás, ahora se guardaba el secreto.
Un haz de luz penetró a través de la ventana, hiriendo el rostro del chico meditabundo. De súbito, todas sus preocupaciones se evaporaron, se animó, y empezó a desperezarse, estirando los brazos y el torso. «Todos los días son bellos, siempre y cuando se disponga del ánimo para reconocerlo», se dijo el muchacho mientras se levantaba, sintiendo bajo los pies la madera vieja de la Estancia, erguida por sus antepasados hacía varias generaciones.
« El trabajo es el camino hacia la felicidad», se dijo el niño, haciéndole eco a las palabras de su abuela. Rufus lo observaba con curiosidad, ladeando la cabeza, moviendo las orejas, mientras su amo seguía su ritual diario. Después de tantos años, el perro conocía bien al chico. Gimió, urgiéndole que se apurara; pronto, el fuego líquido del orto bañaría la tierra.
El joven pastor comprendió el mensaje y se vistió de prisa, pues perderse el amanecer sería inaceptable; además, se pondría de mal humor por el resto del día. Pero primero debía ir al establo, a recoger a las ovejas, que estarían esperándolo para ir a comer pasto fresco.
Rufus salió corriendo detrás de su amo, ladrando y saltando de felicidad. El pequeño pastor sintió el frío de la mañana envolverle la piel, el delicioso rocío suspendido en el aire. De las ramas de los árboles caían goterones mientras bostezaban, el céfiro se filtraba entre sus hojas. Los pajarillos afinaban sus gargantas, de las que brotaban melodías llenas de gozo.
Llegó al Observador seguido por el fiel Rufus y las cuatro ovejas. La finca amanecía ante sus ojos, en un espectáculo dirigido por la batuta de una magia natural e invisible, gracias a la energía radiante del sol. Las cuatro ovejas se dispersaron al arribar. El Observador, ese paraje como rodeado por un aura espiritual, era su sitio predilecto, el mejor para contemplar el alba y el ocaso del sol.
Un árbol al que llamaban el Gran Pino gobernaba en la colina, sobresalía al tope. El Sol emergía en lontananza, en el horizonte de una vastísima llanura que comenzaba a resplandecer en el momento mágico del amanecer. El joven subió a lo más alto de la colina y se sentó con la espalda apoyada en el tronco del gran árbol. Unos instantes después, embelesado con el bello cuadro, le pareció que el alma del árbol se mecía con el viento. Tomó aire e hinchó el pecho, sintiéndose en armonía con la vida, con el flujo de la naturaleza que se despertaba un día más.
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EL SACRIFICIO (La Guerra de los Dioses nº 1)
FantastikUn joven pastor estudia el horizonte ocupado de nubes grises. El verde pasto masticado por los rumiantes pronto morirá. Los tiempos han cambiado y la paz en el pueblo ha sido sustituida por angustia y temor. El joven fue llamado Manchego por su a...