CAPÍTULO XV - LA CASA EMBRUJADA

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Capítulo XV - La casa embrujada

«Sigue mis órdenes al pie de la letra... ¿Mi torturador se ha convertido en mi sirviente?», pensó el pastor con asombro. Le había dicho a su peor enemigo que se fuera al infierno y ahora marchaba hacia la sombra.

Decidió seguirlo; la única explicación que se le ocurría era que Mowriz portaba como su escolta personal. Además, caminado por delante, le serviría como escudo para lo que tuvieran que enfrentarse. Manchego miraba alrededor, paranoico. Algo anidaba en esa sombra gelatinosa.

Un terrible augurio le recorrió la espalda. La sombra era casi opaca, no se veía nada más allá de unos cuantos metros. Las casas a los lados se desdibujaban. ¿Dónde se habían metido? Manchego estaba seguro que esa era la misma sombra que ocupó la tienda de Ramancia y luego la suya. Algo se movió, quizá alertado por la presencia de los jóvenes.

Mowriz desenvainó la espada y continuó sin temor, sin dar un paso atrás. Un objeto voló por el aire, casi le da a Manchego en la cabeza. Cayó a sus pies y el chico ahogó un grito: era una cabeza decapitada.

Como un fantasma apareció, cojeando pero veloz, un monstruo de varios brazos, piernas y cabezas, como si la bestia estuviera compuesta por varios diferentes hombres mutilados.

Manchego reaccionó emitiendo un pulso de luz blanca que insufló en Mowriz un furor belicoso y se lanzó a por aquel engendro. La espada de Mowriz daba golpes certeros, mientras que la bestia atacaba con sus numerosas extremidades y trataba de morderlo con sus bocas.

Agarró a Mowriz por un brazo y empezó a sacudirlo igual que un perro haría con su presa. El monstruo le soltó y el cuerpo de Mowriz se precipitó contra los adoquines. Manchego supo que su momento había llegado, y, a pesar del terror que sentía, levantó la espada.

Sabía que un simple metal no era una barrera válida para esa cosa y algo se le ocurrió. Metió la mano en el bolsillo y apretó la nuez de Teitú. Un pulso de luz se dirigió hacia Mowriz y, en cuanto lo envolvió, el chico se puso de pie, listo para pelear otra vez. Le asestó una estocada al engendro en el corazón.

La bestia aulló y se desplomó, fragmentada en diferentes cadáveres. Un espíritu maligno se escabulló; debía de ser la energía que movía esa cosa. Manchego parpadeó. Todo aquello era increíble, un sueño, una pesadilla. La sombra continuaba allí, envolviéndolos. Mowriz, impertérrito, reanudó la marcha hacia la casa de Ramancia, Manchego detrás, pendiente de cada movimiento, de cada susurro.

Observó a su esclavo. Ya no sangraba por el hombro del que le habían arrancado el brazo y la herida estaba oscura y muerta. Al llegar a la puerta de la casa de Ramancia, Manchego le ordenó a Mowriz que la abriera. Se acordó de la pesadilla, de la flecha que había acabado con su vida, y se apartó de la entrada. El hechizado trató de acatar la orden, pero la puerta estaba firmemente sellada.

—Espera —dijo Manchego—. Hay otra entrada por detrás. Sígueme.—Sol solecito...Llegaron a la pared de madera, pero no había ni rastro del agujero. Tenía que estar allí, lo recordaba perfectamente... Manchego rebuscó y, frente a sus ojos, en una de aquellas tablas se abrió un agujero. Parecía que todo formaba parte de un plan, pero ¿quién manejaba los hilos?

Una vez en el pasillo, Manchego se dirigió hacia la puerta secreta.

***

Caminó hasta la esquina y entró en una habitación alargada, con dos sillones cubiertos por mantas negras. Fue aquí, se acordó, donde vio a Ramancia y a la figura encapuchada, aquella que le apuntó con un dedo.

En la pared izquierda colgaba un cuadro. Era un retrato de Ramancia en sus días de juventud, fundido con la imagen de una cabra de color negro. El resultado era delirante. —Mantente cerca de mí en caso de que haya peligro —le ordenó a Mowriz—. En caso contrario, no te entretengas y elimina el problema. ¡Sin hacer ruido!

EL SACRIFICIO (La Guerra de los Dioses nº 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora