CAPÍTULO VI - SECRETOS Y MISTERIOS

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Capítulo VI - Secretos y misterios

A Lula le costó calmar su enfado. ¿Una nuez? ¿Por tres coronas? Era inaudito. ¡Una estafa en toda regla! Consideró ir a reclamarle ella misma la devolución, pero supo que sería una terrible idea, y la descartó. No era extraño escuchar que Ramancia convirtiera a algunos clientes con quienes tenía un desagrado en alimaña.

Mientras, Manchego no se despegaba de la bendita nuez, como si fuera un tesoro. Su nieto, desde luego, era peculiar, y le resultaba difícil adivinar qué le pasaba por la cabeza en cada momento. Siempre enamorado de los amaneceres..., siempre enamorado de los atardeceres... Francamente, era un jovencito muy especial.

Manchego metió la mano en el bolsillo del pantalón y extrajo la nuez de Teitú. Le gustaba jugar con ella, lanzarla al aire, recogerla y volver a lanzarla.

—Eres una nuez muy extraña... —musitó el chico, y la guardó.

Estaba sentado sobre el pasto. A una distancia prudencial, el burro comía.

—Tenemos que regresar a por la pala y la piocha, burrito.

Se había olvidado las herramientas en el campo, tal vez a propósito; ahora solo pensaba en que lo esperaba un nuevo atardecer.

El burro permaneció impasible mientras Manchego le colocaba la montura.

Era un día plomizo, con un techo de nubes que amenazaba con romperse. Le habían rezado a la diosa del agua, Mythlium, para que pusiera fin a la sequía, y por lo visto la deidad había escuchado las súplicas, esas y las de la abuela para que no se entretuviera con más atardeceres, porque el agua comenzó a caer en gotas gruesas.

—Por los dioses... Que Mythlium sea clemente... —suspiró Manchego mirando al cielo, donde las nubes engordaban y se arremolinaban. En un instante, la llovizna se tornó en tormenta, el agua se precipitaba con furia.

Un relámpago atravesó el cielo como un cuerno de alce. Manchego se estremeció, el frío le trepó la espalda. Pronto el agua le empapó la ropa, debía buscar refugio. El sitio más cercano era el que más evitaba: el cementerio.

Echó a correr y llegó a un terreno cercado por maderas gastadas. Levantó la vista y atisbó las once lápidas de sus familiares difuntos. A un lado, la pequeña casa de color blanco y techo rojo desvaído por el sol.

Un búho negro y de ojos muy amarillos reposaba sobre una de las losas. El ave de rapiña escrutaba a Manchego con su mirada intensa y extrañamente inteligente, impasible ante el azote de la lluvia.

Manchego avanzó a paso ligero, tratando de ignorar al pájaro a la vez que se sentía tentado. La entrada al cementerio era una puerta sujeta por un gozne tan oxidado que en cualquier momento se soltaría.

A su paso apresurado, las ratas y las palomas huían para ocultarse en los recovecos de las tumbas. El búho negro lo seguía con esos ojos amarillos e intensos. Se encontraba a apenas unos metros del muchacho. De pronto echó el vuelo y se perdió entre el espesor del follaje.Manchego fue hasta un pórtico viejísimo con tres comederos bajo el techo. Varios utensilios de agricultura colgaban de una pared con telas de araña.

El chico amarró la rienda del burro a la columna del pórtico y, sin prestar atención a otros detalles, se dirigió hacia la olvidada y pequeña casa. La cerradura estaba forzada, así que se deslizó al interior, haciendo el menor ruido posible, como un fantasma. El ambiente se transformó radicalmente, como si se hubiera metido en una burbuja con una temperatura y presión distintas. El silencio resultaba acogedor.

La lluvia se escuchaba como un eco distante que transmitía serenidad. Las partículas de polvo flotaban en el aire. Fue un momento de sublime belleza. Manchego tomó una bocanada de aire: olía a humedad y olvido. La casa era un cubo con dos ventanucos y una puerta, segmentada en dos cuartos, separados por una pared sencilla de madera. En la pared derecha, donde se abría una de las ventanas, había una silla de madera y, al lado, una mesa de noche sobre la que reposaban los restos de una vela roja. Una pequeña pintura de un girasol decoraba la parte de la pared que quedaba encima de la mesilla.

EL SACRIFICIO (La Guerra de los Dioses nº 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora